martes, 5 de febrero de 2013

Harakiri

Necesitamos un urgente lavado de cara, y si me apuran, una cirugía mayor que nos devuelva la dignidad perdida como país. No sólo una operación estética, sino una remodelación en profundidad del conjunto de valores que presiden la vida pública nacional.
La cuestión no está en que el PP sea corrupto, o que también lo hayan sido el PSOE, o CiU. Tampoco lo es que se castiguen con dureza los comportamientos corruptos de los políticos, ni que se modifique el código penal. Ni siquiera que se promulguen nuevas leyes sobre transparencia y financiación de los partidos políticos. Todo eso está muy bien, pero es totalmente insuficiente si lo que queremos es erradicar determinadas prácticas de la vida pública.
Porque por muy duras que sean las sanciones que se impongan a los corruptos y a quienes los corrompen, nada mejorará sustancialmente hasta que la repulsa a esas prácticas sea total y generalizada, desde todos los ámbitos de la sociedad. Lo que no es de recibo es que, con tremenda desfachatez, algunos políticos en ejercicio (por más que sean de segunda fila) hayan excusado lo que está sucediendo en España con la peregrina idea de que el alma de este país es así; que la picaresca es consustancial al estilo español de vivir desde la época del Siglo de Oro; que no tenemos remedio.
En todo caso, no habrá remedio si seguimos así unos cuantos años más. En España se ha aupado al poder una clase de políticos que resultan humillantes en el más estricto sentido de la palabra. Gente para quienes los únicos valores son el poder y el dinero, y todo lo demás es accesorio. Sujetos totalmente desaprensivos que no van a mover un dedo para cambiar nada en profundidad porque entonces su carrera política carecería de sentido alguno. Tipejos para los que las palabras “servicio”, “solidaridad” y “sacrificio” sólo se aplican en tercera persona.
Idiotas que porque les votaron hace ya más de un año se creen todavía legitimados para pontificar sobre lo que debemos hacer los españolitos de a pie, cuando las circunstancias han variado tanto que si ahora hubiera elecciones el cataclismo sería tremendo, y que mientras nos aprietan continuamente con una vuelta de tuerca y otra más, se dedican a mirar hacia otro lado cuando se les muestran las miserias propias de su formación. Y es que, en resumen, son demasiados años permitiendo o alentando determinados comportamientos innobles como para que ahora las cosas se puedan regenerar desde dentro.
No hay salida si tienen que ser los propios partidos políticos los que hagan limpieza de tanta basura acumulada. Porque por muchas dimisiones e imputaciones penales que haya, nunca será suficiente. Del mismo modo que una infección septicémica invade todo el organismo, de modo que éste es incapaz de combatirla, la política en España está demasiado contaminada de patógenos como para que pueda rehabilitarse por sí misma. Pueden amputar cuantos miembros quieran, pero la infección progresará  indefectiblemente porque el núcleo primario no está en las extremidades, sino en el corazón mismo de cada formación política.
La perversidad ha hecho tanta mella en el corazón de los partidos que la única vía razonable es la medicación externa o la muerte del paciente. Personalmente, mi opción sería la muerte programada de todo el sistema de partidos tal como está actualmente organizado,  la convocatoria de unas cortes constituyentes que redefinieran el papel de las formaciones políticas en la vida pública del país, y una ley electoral de nuevo cuño que abrogara por las listas abiertas y las circunscripciones electorales al estilo anglosajón. Y sobre todo un sistema extraordinariamente rígido de incompatibilidades que impidiera a perpetuidad el fenómeno de las “puertas giratorias” entre el sector público y el privado en las altas esferas.
Sin embargo, todos los partidos parecen muy reticentes a siquiera promover estas medidas. La conclusión es bastante obvia: no les interesa en absoluto una auténtica regeneración política, porque se traduciría en una pérdida efectiva de poder por parte de los aparatos de los partidos.
Las Cortes de ahora son tan cobardes y acomodaticias que les temblará el pulso para adoptar medidas drásticas como las que en realidad necesitamos. A la postre, hubo más dignidad en aquellas Cortes franquistas que se hicieron el harakiri aprobando la ley de la reforma política que nos trajo esta desgraciada democracia.
Qué triste, el final de este viaje.

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