martes, 8 de enero de 2013

Parados

Primeros días de 2013; la crisis continúa y los medios divagan sobre si habremos sobrepasado ya los seis millones de parados. La verdad, millón más o millón menos, a los comunes mortales ya no nos viene de ahí, porque de lo que se trata es de ver hasta cuando esta triste Hispania seguirá con los defectos en los que se ancló una vez finalizada la guerra civil, convirtiendo el crecimiento económico en una prioridad en la que el modelo de desarrollo era totalmente secundario. Llevamos setenta y tanto años así, con una idea de la economía nacional fundamentada en el corto plazo y el beneficio máximo, que sólo favorece a los especuladores de todo pelaje.

Porque el mal que padece la sociedad española es el mismo desde hace muchos lustros, una enfermedad crónica agudizada por las fatales recetas de los médicos que teóricamente deben sanar a la enferma. Convencido estoy de que mucha de esta permanente convalecencia se debe a una especie de complejo de inferioridad que se proyecta en la necesidad de crecer a toda costa, de que los números demuestren el poder que emerge de un modelo capaz de hincharse a velocidad pasmosa, como vimos en la época del desarrollismo, en la de la euforia preolímpica y en la burbuja del siglo XXI, para a continuación desinflarse aún a mayor velocidad, dejando tras de sí una estela de vergüenza y pobreza.

Mucho se discute sobre lo que debe hacerse para recuperar la economía de este país, pero tal como yo lo veo, no hay nada que recuperar. Hay que empezar de cero, y para ello se necesita un coraje que nunca ha habido en estas latitudes. Este es un país quijotesco y quevediano, en el peor sentido de la palabra, donde las decisiones racionales, meditadas y con efectos a largo plazo -quince o veinte años- resultan impensables.  Así que se buscan remedios de urgencia para salir del atolladero, pero no se analizan las verdaderas causas, psicológicas y sociológicas, de nuestro eterno papel de segundones.

Curioso resulta que tenemos al alcance de la mano el modelo a seguir analizando la gestión de algunos deportes en los que España resulta mundialmente reconocida como cabeza de serie, hecho en el que, sin embargo, nadie parece haber reparado. Tres elementos quiero destacar de este modelo que tan buenos resultados está dando: cuidado de la cantera, proyectos pacientes a largo plazo y racionalidad en los modelos de inversión y de producción. Así se han forjado algunos resultados que cabe señalar como sobresalientes en el ámbito deportivo.

En el sector productivo, este país necesita urgentemente un cambio de mentalidad similar al que llevó a la eternamente perdedora selección nacional de fútbol a convertirse en una potencia mundial. Si las estructuras deportivas han podido dar ese vuelco, el resto de la sociedad también puede, pero para ello es preciso dejar de lado un cierto dogmatismo económico basado sobre todo en criterios puramente financieros. Lo que toca es cambiar de mentalidad a todo un país, lo que requiere de una dosis extraordinaria de valor y tenacidad por parte de los timoneles de la nave.

En primer lugar, hay que cuidar la cantera. Hay que mimar a los estudiantes, darles una formación del máximo nivel, crear una élite que luego pueda continuar su labor en el futuro y abrirles paso en el mundo laboral. El problema no es el fracaso escolar, sino que tenemos demasiados universitarios y demasiado dispersos. Hay que construir centros de referencia y luego apoyarlos con notables inyecciones a la investigación y el desarrollo. Tenemos que parar la sangría de titulados que emigran, a toda costa. Y sobre todo, tenemos que fomentar el espíritu de la excelencia a todos los ámbitos educativos, y especialmente en el universitario. Porque hay que decirlo: en muchas universidades españolas se incuban las mentalidades parásitas y vividoras que luego desangran periódicamente al país.

En segundo lugar, hay que aceptar que los proyectos que se consolidan son los creados pacientemente, con esmero, a largo plazo; y que para ello, muchas veces el beneficio económico no se dejará ver en los primeros años. Debe desterrarse la cultura del pelotazo y del beneficio empresarial inmediato. Hay que pasar por todas las fases, desde alevín hasta senior pasando por infantil, cadete y juvenil. Y para eso se necesita paciencia, porque las urgencias son enemigas de los grandes resultados; más bien suelen causar sonados fracasos. 

Por último, hay que devolver la racionalidad al sistema. Hay que desterrar definitivamente al empresariado incapaz de comprometerse con un proyecto de país que se base en los resultados de los próximos veinte años. Hay que hacer pedagogía empresarial: este país no necesita beneficios del veinte por ciento anual que concluyen en fiascos financieros y con el personal en la calle.  Hay que volver a la racionalidad, cuando no hace tanto tiempo, un beneficio empresarial inferior al diez por ciento se consideraba perfectamente digno. Bien mirado, desde la perspectiva nacional es mucho mejor una empresa con beneficios limitados pero a largo plazo, que una supernova que deslumbra unos pocos años en el firmamento para después convertirse en un agujero negro económico, social y laboral.

Para acabar con los millones de desempleados hace falta, pues, un consenso social y político general sobre lo que se quiere construir, no de aquí a las próximas elecciones, sino en los próximos veinte años. Este país necesita unos estrategas capaces de sacrificar sus intereses políticos a corto plazo para poner a la hasta ahora triste Hispania en una órbita favorable para acceder al grupo de países realmente competitivos. Dejar la economía del ladrillo y de servicios baratos para hooligans turísticos; abandonar el trapicheo facilón pero improductivo, abominar de la especulación como modelo de referencia social y económica.

Cualquier otra cosa que hagamos no servirá de nada: veinte años después nos volveremos a lamentar, como nos viene sucediendo cíclicamente. Y de nuevo seremos millonarios, únicamente, en el número de parados.


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