jueves, 24 de mayo de 2018

(Primo de) Rivera

Albert, majete, te advierto que como decimos coloquialmente, se te está yendo la pinza, y ya va siendo hora de que algún alejado tuyo –ya que los allegados oyen, callan y aplauden entusiáticamente hasta tus eructos (netamente españoles, sin ninguna duda)- te diga que esto que te pasa es más propio de una novela de Valle-Inclán que de un hombre de estado. Y es que el personal que te rodea o bien son zombis o están lobotomizados (cosa que no sería de extrañar, oyendo las estupideces que han aprendido a decir a tu sombra). Pero sin contar con ellos, pobres,  tambien es cierto que se te aplica con mucho sentido esa máxima que afirma que no hay peor odio que el que procede de la misma sangre. Y conste que no me estoy poniendo etnicista, ni racista, ni xenófobo, sino sencillamente estoy citando al gran Philip Roth, al que seguramente no has leído, porque leer al eterno candidato al Nobel y dedicarse a la política como tú lo haces -es decir, carente de todo escrúpulo- sin que se le desplome a uno la cara de vergüenza es prácticamente imposible. Claro también que vergüenza nunca has tenido, desde aquel primer poster electoral en el que salías en pelota a modo de reclamo para incautos. Tapando los genitales, por supuesto, porque más atrevimiento “a lo Cicciolina” era incompatible con las mentes bienpensantes a las que tu discurso –es decir, el de C’s- se dirige.

Así que daré por supuesto que no has leído jamás ninguna de las grandes críticas de Roth a la sociedad (norteamericana) de su tiempo y que, como buen judío outsider, retrató novelísticamente lo que  en carne propia era sufrir el odio de los suyos por culpa de su heterodoxia. Y como bien dijo el maestro Álvarez Solís hace bien pocos días en su columna, tú te has convertido en “El Hombre del Odio”, un odio que construyes tú mismo y arrojas contra cualquier adversario que huela, siquiera de lejos, a una cierta fragancia catalana. Eres un hombre que confunde soberbiamente a las gentes con tus mensajes cortos, eslóganes de publicista directos al corazón o al hígado, que no por bien dichos son verdaderos, una equivalencia que casi todo tu fanático electorado comparte, erróneamente, por supuesto. Cosas que sabes perfectamente de tu época en aquella liga universitaria de debates donde lo de menos era lo que uno creyera, sino defender metódica y entusiásticamente la posición que te tocaba en la competición por incompatible que fuera con los elementales principios de la ética. La cosa, desde entonces, consiste en aniquilar al adversario como sea, y tu sabes bien, chicarrón, que generar odio es la más eficiente de las armas para ello.

Viendo tu expresión facial, que aparte de gran ambición política y un ego descomunal denota un sádico hijoputismo  muy pasado por CaixaBank y ESADE (es decir, maquillado para no parecer lo que son unos y otros), se comprende que tu ejercicio de chaqueterismo político en doce años te haya llevado de un lado a otro del espectro político sin que se te haya torcido el gesto ni hayas recibido penalización alguna. O sea, que empezaste siendo más bien socialdemócrata, luego renegaste de ello y pasaste al liberalismo, y ahora ya te da todo lo mismo con tal de ganar, no sólo que te asocien con fascistas de toda la vida, sino que se incorporen a tus filas ultras encapuchados que reparten hostias por doquier, mientras asimilas su discurso, y te sitúas abiertamente en la digamos “ultraderecha democrática” (y permíteme omitir la precuela pepera de tu carrera política en las Nuevas Generaciones, porque eso sería como una especie de círculo vicioso). Lo cual, bien mirado es un oxímoron, una contradicción en sus términos, y sobre todo, la constatación de que a ti la ideología te da lo mismo, mientras sirva a tus propósitos personales. Que no son precisamente de regeneración de la vieja España, que es irregenerable, irrecuperable e incurable mientras tú y tipos como tu sigan dando cobijo y salvaguardia a los fascistas de toda la vida.  Porque Albert, guapo –con esa guapura relamida y afectada que en general suscita tanta suspicacias entre el género masculino como humedades vaginales en determinados especímenes del femenino-, lo tuyo es increíble en tanto que todavía nadie ha cuestionado tu honestidad política, lo cual más que notable, resulta  asombroso en un político joven que en menos de diez años ha virado de la socialdemocracia a la extrema derecha sin que ello le haya costado la carrera. En países con más tradición democrática, estas traiciones se suelen pagar muy caro, como le ha pasado al exsocialista Manuel Valls, otro que tal, que ha sido defenestrado sin piedad por sus veleidades.

Claro que a ti, como nadie te hace sombra en tu partido (cómo te van a hacer sombra, si tú mismo te encargaste de purgar a cualquiera que tuviera un discurso mínimamente aceptable y que contradijera levemente tus designios, y has aupado a los puestos de máxima relevancia a peleles sin sustancia, si exceptuamos el veneno anticatalán que babean regularmente), y tienes de adversarios a un partido paralizado por la corrupción a un lado, a cuyos cuadros les han caído esta misma semana 351 años de cárcel en la primera (y aún faltan varias) sentencias del caso Gürtel y anexos; y al otro lado tienes un partido dirigido por un estúpido -a estas alturas, para qué andarse con eufemismos- que ha hecho perder el norte a la mitad de la izquierda española (que ahora se despierta cada mañana recordando que lo importante no es el progreso, y la lucha contra el neocapitalismo salvaje que se esconde tras los programas de la derecha, sino la sagrada unidad de tu España) y cuya caída está más que garantizada, a poco que Susanita pueda hincarle esa dentadura de hiena que pasea. Resulta que, como digo, no tienes oposición ni dentro ni fuera, y tus cambios de chaqueta no te han pasado factura. Qué suerte tienes, camaleón campeón.

Y eso te hace envalentonarte y empezar a desbarrar de un modo que no creas, a mí personalmente me preocupa bastante, porque se empieza a parecer mucho al discurso previo a aquella Kristallnacht de noviembre de 1938 en las que tus émulos de las SA y las SS iniciaron la caza del judío, cosa que me parece que sucede reiteradamente en tus sueños húmedos en los que te ves a ti mismo  como El Bengador Gusticiero que arrasa con todos quienes porten algún símbolo de sospechosa catalanidad en ropas, usos y costumbres, todos ellos nefastos, nefandos y dignos de purificación por el fuego de la hoguera.

Aunque bien mirado, más que aquellos hombres de acción de las Sturmabteilung de 1938, te pareces cada vez más a tu medio homónimo general Primo de Rivera. Ése sí que era un espejo en el que mirarse, Rivera, porque consiguió lo que tu persigues: con la connivencia del rey y el apoyo de gran parte de la patronal, del ejército y de las fuerzas conservadoras, encabezó un directorio que concentró todos los poderes del estado –en este punto ya debes tener una abultada erección bajo tus calzoncillos de Klein, Calvin Klein-; acto seguido purgó a casi todos los políticos profesionales de la época derribando un régimen desprestigiado a base de retórica regeneracionista con gran aceptación general inicial, incluida de los socialistas de la época  que, aunque parezca mentira, no estaban dirigidas por un sosias de Pedro Sánchez–lo que ahora te debe llevar al borde de un clímax pletórico-; para finalmente llegar al estallido final de odio anticatalán que tantos réditos le supuso al primer Rivera gracias a la supresión de la Mancomunitat (o sea, un equivalente a tu deseo de un artículo 155 perpetuo para Cataluña) y que le llevó a retirar las Quatre Columnes de Montjuic, obra de Puig i Cadafalch, por sospechosamente catalanistas –lo cual, señor Albert "Primo de" Rivera,  ya te debería llevar a un orgasmo eyaculatorio de proporciones cósmicas.

Más o menos, la idea era ésa cuando los que todos sabemos decidieron crearte, aleccionarte y financiarte. El tuyo no es un partido surgido de un movimiento de masas, ni de una iniciativa popular. El tuyo, Primo, es  como el de 1923, un movimiento diseñado por determinadas élites en su afán de perpetuar un modelo que consideran beneficioso. Sobre todo para ellos, añado, porque parafraseando al icónico y lapidario comandante Waterford de esa espeluznante serie que es “The Handmaid’s Tale”, tus protectores, con Francesc de Carreras al frente, no sólo son conscientes, sino que comparten plenamente el sentido de la frase  “Sólo queríamos hacer un mundo mejor. Mejor nunca significa mejor para todos. Siempre significa peor para algunos”. Donde “algunos” quiere decir, en este contexto, la mayoría de los catalanes. Y es que de Carreras, por mucha cátedra de derecho constitucional que ocupe (yo diría que usurpa) y mucho pasado de luchador antifranquista que conste en su currículum, lleva en su ADN político el franquismo sociológico de su padre Narcís, que pese a haber sido presidente del Barça, era de aquellos catalanes franquistas recalcitrantes que pretendían reducir el catalanismo a una mera expresión folclórica, porque cualquier otra cosa era mala para sus negocios. Y es que, cuando nos hacemos mayores, cada vez nos parecemos más a nuestros padres, para bien o -más comúnmente- para mal.

Y vamos a dejar una cosa clara, Primo de Rivera: catalanes no son quienes tú dices que son. La hija del policía no es catalana, aunque se exprese correctamente en nuestra lengua. Los millones de residentes en Cataluña que no han nacido aquí, ni se han esforzado por integrarse, y ni siquiera son capaces de chapurrear catalán después de lustros viviendo aquí, no son catalanes, ni falta que les hace. Para ser catalán hay que haber nacido aquí, o en el supuesto de no haberlo hecho, haber aceptado la catalanidad como una segunda piel. Lo cual no quiere decir que se haya de ser independentista, ni mucho menos (incluso se puede ser españolista, faltaría más), pero sí hay que admitir que se forma parte de una sociedad con peculiaridades que uno debe asumir. Y cuando empezamos por no aceptar ni los símbolos ni la cultura ni la lengua, no nos puedes meter a todos en el mismo cajón. Así que catalán eres tú, Rivera (Primo de), por supuesto, aunque como los judíos de Roth, manifiestes un odio insano hacia tu propia gente por no ser tan caudillistas hacia tu persona y tus ideas empotradas por ese correoso think tank de ilustres apellidos catalanes pero tan profundamente españolistas como lo eres tú mismo. Pero casi todos los demás a quienes diriges tu ardor guerrero no son catalanes ni lo han sido, ni lo serán nunca. Viven en Cataluña, pero jamás aceptarían ser catalanes, ni siquiera como mal menor, porque para ellos, más que en su casa, viven en territorios ocupados por derecho de conquista.

Claro que es normal ser caudillista cuando el líder indiscutible eres tú mismo, verdad, Albert? Tal vez debería decir que más que líder eres lo que cierto capitoste de cierta entidad financiera otrora catalana me reconoció recientemente. Díjome que habían creado un Frankenstein político y que lo peor de todo era que el engendro funcionaba, aún a costa del dolor que sabían que ello iba a causar a mucha gente decente por el mero hecho de no sentirse identificada con una manera de ser español que a muchos les revuelve las tripas, Primo.  Y quieres saber por qué? Pues es sencillo de entender, porque el españolismo cañí es equivalente a autoritarismo, uniformización, homogeneización y saqueo. Ya lo vieron venir  los de la generación del 98, y lo padecieron y retrataron también  los de la del 27, que renegaban de la misma España -ésa que tú y tus frankensteincitos de salón añoráis- con los mismos epítetos que usamos ahora para definir esa curiosa manera de ser españolcasi ná,  y que vosotros afirmáis que son adjetivos supremacistas (por cierto, palabro que no existe en tu idioma castellano), racistas, xenófobos y excluyentes.

Lo que te decía, Rivera alias "Primo de", tus creadores saben que han hecho algo monstruoso y contra natura, y temen que se les vaya de las manos. En realidad es tan sencillo como que ya se les está yendo  de las manos y tendrán que acabar contigo de aquí a unos años de la misma manera que acabaron con el general Primo de Rivera. Es decir, empujándolo al vacío cuando ya no les fue útil.  Porque si algo eres, pese a tu astucia y tu mala leche, es prescindible cuando ya no les sirvas. Hasta fieles allegados tuyos consideraban no hace muchos años que te ibas a quemar por tener la vela encendida por los dos lados. Te lo aviso, chavalote, estás quemando etapas demasiado deprisa. Ahora, “todos te ponen ojitos” porque no tienes ni cuarenta años y estás en la estela ascendente, pero no dudes de que te jubilarán en cuanto  no seas necesario; mucho antes si además resultas molesto. Eres el político de diseño más exitoso (por no decir el único) de la historia reciente española, pero ése es precisamente tu talón de Aquiles. Que te han fabricado y puesto en el escaparate unas fuerzas que nada tienen de populares y que a nadie sirven salvo a los de siempre.

P.D.: Por si quieres profundizar tú mismo en tu historia, te recomiendo el impagable artículo de Jordi Graupera, publicado inicialmente en El Singular Digital, y que puedes consultar (y rebatir, si te parece) en http://jordigraupera.cat, con el título “Un dels nostres: Qui és l’Albert Rivera?”

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