jueves, 22 de marzo de 2018

Gasolina en Cataluña

Parece que la secuencia de acontecimientos da la razón a quienes advertían que la única salida para el proceso catalán consiste en un alineamiento estratégico de fuerzas y una confrontación directa, no sólo parlamentaria, sino también judicial y ciudadana. Como ejemplo significativo, las barbaridades del juez Llarena, que lo mismo decreta la complejidad de la causa judicial para alargar la instrucción del proceso un año más, que justo tres semanas después convoca a los investigados para decir que ya ha acabado la instrucción y procesarlos (en un  donde dije digo más ajustado al interés por joder que a la formalidad procesal y a las garantías jurídicas), y cuya impasibilidad ante la querella colectiva por prevaricación que le viene encima no es más que una máscara animosa impuesta por un régimen ahora ya descaradamente erdoganita y desprestigiado  internacionalmente por su falta de tacto y visión de las consecuencias de su actitud tan claramente autoritaria como carente de respeto a los derechos civiles en Cataluña. Todo hay que decirlo, en este momento, el independentismo social está reaccionando con mucha más entereza que el político, tal vez arredrado por el miedo a nuevos encarcelamientos y en gran parte descosido por intereses partidistas de los que la calle nada quiere saber en este momento. 

Ya ha quedado claro que internacionalemnte España es como aquel compañero de tareas apestado pero necesario que hace el trabajo sucio a otras potencias que experimentan un pavor tembloroso al miedo del contagio, como el caso de Francia, que no ha tenido más remedio que aceptar que el vergonzante Manuel Valls se pasee por aquí predicando las bondades del centralismo gabacho, y lo necesaria que es para España la unidad a la française. Lo cual además de surrealista, resulta inaceptable, por decirlo educadamente. Si viramos el eje de simetría ciento ochenta grados e imaginamos qué sucederia en tierras galas si un españoleto traidor a su partido y loser calamitoso de una izquierda diluida en la marea neoliberal se paseara por Córcega dando lecciones a los corsos sobre las bondades de una unión patriótica al estilo superglue, podemos concluir con toda certeza que lo habrían corrido a  gorrazos, lo cual dice mucho a favor del nivel de tolerancia extraordinariamente elevado que tienen los catalanes con respecto a determinados imbéciles y las imbecilidades con las que se les quiere hacer comulgar.

La verdad es que la mala leche que se está poniendo a hervir en el cazo de las injusticias hispanas empieza a borbotear peligrosamente, y ha de acabar rebosando y pringando toda la cocina democrática nacional, y lo que escribo no es amenaza ni delito de odio ni majadería por el estilo, sino una mera constatación de la consecuencia termodinámica de la aplicación indiscriminada de calor a cualquier sustancia capaz de hervir. Donde la sustancia, en estos momentos, es la calle. Se equivocan de lado a lado los aspirantes a estadistas madrileños si creen que jodiendo a la cúpula política esto se va a acabar, porque ahora ya son las bases las que están hasta las ingles de unos y de otros, y el día menos pensado se van como cabras al monte y a ver quien es el guapo que  les lleva al redil de nuevo. Sobre todo cuando a la suma y sigue de los despropósitos, el Tribunal Supremo añade el de mantener a Joaquim Forn en la cárcel, pese a que la fiscalía había modificado su petición de prisión incondicional por la de libertad con fianza, lo que se mire por donde se mire, tiene todo el aire de una provocación descarada, por mucha argumentación jurídica que se babee sobre los terribles delitos que se le imputan al pobre hombre.

Es lo que tienen las provocaciones contínuas de los idiotas mediáticos cavernarios y de sus secuaces del frente ocluido unionista, que lo único que han conseguido hasta la fecha es encabronar más y más al personal, hasta el punto de que ya da igual que las familias se rompan y los amigos no se hablen, porque lo que hay flotando sobre las aceras es un hatred espeso y pringoso que va mucho más allá de la mera animosidad u hostilidad que nos manifestaba España, y que se ha convertido en nítida hispanofobia análoga, simétrica y equivalente a la que profesan los -ahora sí- enemigos españoles. No va a  haber cuartel, porque a muchos se les ha acabado la tolerancia ante los desplantes e insultos de las fuerzas del Eje, léase PP, C’s y PSOE. Y unos cuantos ya dicen, en plan semiclandestino, que para que se trate a los independentistas peor que a los asesinos de ETA, tal vez habría que reconsiderar la estrategia, y no precisamente por la vía de la sumisión, no sé si me explico.

Son muchos quienes me confiesan estar cabreadísimos y que ya ha llegado el momento de pasar diractemente al frentismo y dejarse de zarandajas. La constitución de un frente republicano que arremeta transversalmente y sin nombres y apellidos, sin siglas políticas y sin líderes carismáticos contra las tropas de asalto del Eje y contra sus quintacolumnistas en Cataluña, ésos que dicen ser catalanes pero que son otra cosa, cuyo nombre está por decidir, pero que en cualquier caso, será de botifler para abajo.

A mi me da que cuando las fuerzas del hipernacionalismo español empezaron a acosar a los independentistas como si fueran ratas no sabían bien a qué demonio estaban invocando, porque es bastante bien conocido el hecho –repetido hasta la saciedad en la historia- que ante los bombardeos en alfombra político-jurídicos  que profesan con tanto entusiasmo los neofascistas y sus compañeros de viaje (los de la equidistancia, la tercera vía y el negacionismo histórico), el enemigo suele optar por una vietconguización social-callejera que obligará a una escalada en la represión sin mejor efecto sobre la población civil que acrecentar el odio contra las fuerzas de ocupación, ahora ya más que evidente. En estos momentos, mentar en Cataluña a la Guardia Civil o la Policía Nacional es detonante de exabruptos impensables hace unos pocos años, y la sensibilidad social es más propia del Ulster de los años setenta que del siglo XXI. Y todo por no saber manejar las situaciones como es exigible a quienes tienen la sartén por el mango.

Cada acción tiene su reacción, y como muestra, el botón de las fotografías del rey ardiendo en muchos municipios catalanes hace escasas fechas. Si eso ha sucedido por una sentencia menor del Tribunal de Estrasburgo condenando a España por “solamente” limitar la libertad de expresión, imagine el lector lo que sucederá el día que los Llarena, Lamela y demás correveidiles togados del poder político se lleven un correctivo de aúpa y les caiga encima la absolución de todos los implicados por los delitos de sedición y rebelión, algo que dan por descontado todas las instancias jurídicas internacionales con dos dedos de frente, esos que le faltan a Rajoy y compañía para darse cuenta de que lo único que están haciendo es echar gasolina a un fuego que arderá dentro de años, pero que quemará media península. Es posible que entonces no sean las efigies fotográficas del rey las que ardan, sino que sin casi apercibirnos, nos encontremos en el nivel superior -al estilo de las fallas valencianas- pero con más efectos adversos para todos, independentistas y unionistas, equidistantes y no-alienados. Por síntomas de aviso alarmantes  no habrá quedado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario