Y no, no me refiero a los integrantes
de la célula yihadista que el 17 de agosto sembró el terror en las Ramblas de Barcelona,
sino a quienes les ha faltado tiempo para
intentar sacar rédito político de esta tragedia, bajo el supuesto falaz de
depurar responsabilidades. Es vergonzoso
que algunos periodistas e incluso clérigos católicos se pongan a repartir
culpas a su conveniencia, carentes de todo respeto por las víctimas y por los barceloneses
en general, que somos quienes hemos sufrido en nuestras vidas la conmoción y el
dolor del atentado.
Algunos se niegan a comprender
que ante este tipo de ataques, una persona decente jamás utilizará lo sucedido
como arma política, y menos aún para desacreditar a los líderes de opciones
ideológicas contrarias. El terrorismo yihadista no conoce de creencias o
ideologías, y sus víctimas no son españolas o extranjeras, ni de derechas ni de
izquierdas, porque son todo ello a la
vez. Las víctimas del terrorismo son la clara representación de la diversidad
social y cultural de Occidente, y nadie tiene ningún derecho de irrogarse el
papel de fiscal y juez de nuestros dirigentes políticos, como han hecho de
inmediato los desgraciados de la caverna mediática, y los no menos infames
curas preconciliares que todavía se sienten envalentonados para hablar como
cruzados de una causa que no es otra que la del odio simétrico y absolutamente
equivalente al que nos profesan los yihadistas.
Es decir, estos individuos
ruines, auténticos canallas de los medios, ultras cuya opinión rezuma rabia
contra lo catalán y contra la izquierda a partes iguales, que están llenado de
basura las redes sociales como una forma de atacar a sus adversarios, no
respetan el hecho de que la mayoría de los barceloneses no estamos para estas
gilipolleces ni antes del atentado ni ahora. Las víctimas del ataque somos
todos, y por eso carece de sentido injuriar a Puigdemont, a Colau, a Carmena, como también
resulta un despropósito análogo la
amenaza de la CUP de no asistir a la manifestación de repulsa del sábado si a
ella asisten los reyes o representantes del gobierno español.
Estas huestes malvadas no son
nada, pero se hacen oir mucho con sus salvajadas, estupideces e intoxicaciones.
La ultraderecha españolista ya se ha puesto manos a la obra, intoxicando todo
lo posible, pese a ser evidente que sus maniobras son como heces arrojadas
sobre las víctimas inocentes de la matanza del jueves pasado y sobre toda la
ciudadanía barcelonesa, que respondió de forma unánime y sin distinciones a la
llamada de solidaridad que se propagó como un tsunami en la tarde del 17 de
agosto.
Si acaso, lo que hay que asumir
es que el yihadismo está respondiendo a la presión policial mediante nuevos métodos
de camuflaje cada vez más sofisticados y que dificultan la labor policial de
detección. Si acaso también, va siendo hora de que algunos dejen de sembrar malignas
imbecilidades como que esto ha sucedido porque la Generalitat impide que los
Mossos colaboren con las fuerzas de seguridad del estado, cuando es bien sabido
que el problema es la necesidad de integrar a los Mossos en organizaciones
supranacionales como Europol e Interpol. Y, por descontado, parece del todo necesario
incrementar la comunicación y coordinación de todas las fuerzas de seguridad
europeas ante el reto del yihadismo que, nos guste o no, no va a acabar en
breve.
Lo que se necesita para acabar
con la yihad en Occidente es mucha unión, mucha pedagogía y sobre todo, no publicitar
otra más de las barbaridades que lleva a
cabo la caverna con total desvergüenza e inmoralidad, como es criminalizar a
todo el colectivo musulmán, y de paso, criminalizar a quienes les apoyan y les procuran
una mayor y mejor integración en la sociedad que les acoge. Esos inmorales
cuyas proclamas recuerdan a los pogromos que asolaron Europa durante siglos y
de los que España siempre fue un buen ejemplo, con la expulsión de los judíos y
la conversión forzosa de los hispanos musulmanes que llevaban ocho siglos de
convivencia en esta tierra.
Nos toca tanto manifestar nuestra
repulsa al terrorismo yihadista como a quienes pretenden erigirse en nuevos
cruzados contra todo aquello que no les gusta de esta Barcelona libre y abierta
a todas las creencias y opiniones. Los barceloneses hemos de aislar a esos seres
despreciables y exigirles que nos dejen a solas con nuestro dolor y con
nuestras víctimas, de todas la nacionalidades, creencias y religiones. Hemos de gritarles que las injurias y bajezas que vomitan no son en nuestro nombre. Que
ellos son los verdaderos miserables de esta historia.
Tu artículo me ha gustado mucho. Lo he compartido en facebook porque creo que merece la pena darle difusión. Es inteligente, firme y entrañable. Buen trabajo, Jordi. Un abrazo.
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