miércoles, 26 de julio de 2017

El Villarato

Ahora resulta que “el Villarato” existió realmente, sólo que no tenía nada que ver con las especulaciones de la caverna mediática madrileña sobre el favoritismo de la Federación Española de Fútbol con el FC Barcelona. En realidad, los villaratos han existido siempre en todos los ámbitos, cuando determinadas estructuras de poder se han enquistado de tal modo que sus detentadores se han apropiado durante demasiado tiempo de todos los mecanismos de gestión, y lo que es peor, de los sistemas de control y fiscalización internos de cualquier entidad.

Lo sucedido con Ángel María Villar no es distinto a lo que vemos a diario en muchísimas organizaciones o en estados soberanos : la perpetuación de determinados individuos en el poder con la complicidad de muchos de los actores interesados. Una complicidad en ocasiones activa y en otras pasiva, por culpa de un dejar hacer motivado por un obtención de ventajas o por miedo a las posibles represalias. Es el viejo y reiterado sonsonete de que el que se mueve, no sale en la foto. Una forma de entender el ejercicio del poder cuyo paradigma es el señor Putin, que alternando entre la presidencia y la jefatura del ejecutivo de Rusia lleva más años controlando los destinos de su país que cualquiera de los líderes soviéticos de la guerra fría  .

Y es que la limitación de mandatos debería ser la forma más efectiva de impedir, en cualquier actividad, la corrupción que se va instaurando con los años, a medida que los dirigentes se sienten más fuertes, más impunes y con más capacidad de control de las estructuras sobre las que mandan.  Eso es algo tan  evidente que los norteamericanos hace ya mucho que impusieron la limitación de los mandatos presidenciales. En España, después de ver los últimos años de gobierno de Felipe González, quedó claramente de manifiesto que el poder ejercido durante demasiado tiempo conduce a unos niveles de corrupción inaceptables, cosa que se repitió posteriormente en multitud de Comunidades Autónomas y ayuntamientos de toda la geografía ibérica.

Pero en el caso del deporte en general, y del fútbol en particular, hay factores que agravan la situación hasta límites esperpénticos. Porque el deporte, contemplado como el nuevo opio del pueblo, ha sido el nicho perfecto para que multitud de delincuentes más o menos presuntos se hicieran fuertes y movieran millones a su antojo. El asunto tardó muchos años en estallar, pero cuando lo hizo, fue un maremoto espectacular: primero cayó la cúpula del COI y luego la de la FIFA por diversas y tremendas irregularidades en la designación de sedes y en el tráfico de favores mutuos. Era de esperar que tras las ominosas destituciones de Blatter y de Platini, en un momento u otro le había de tocar a la otra vaca sagrada del fútbol mundial. Ángel María Villar  fue vicepresidente de ambos organismos, y era el único superviviente de alto rango que quedaba en activo tras las debacles de los últimos dos años.

Pero era evidente que un personaje que llevaba casi treinta años de dominio absoluto del fútbol español, y que se había aupado a puestos de la máxima importancia dentro del organigrama futbolístico mundial, no podía ser ajeno a las tramas que inexorablemente se van creando cuando uno lleva mucho tiempo en un puesto de responsabilidad sin que nadie le pida cuentas regularmente. Y en el fondo, ahí está el quid de la cuestión. La corrupción en el deporte tiene unas características muy distintas a la corrupción política, porque está mucho más blindada por múltiples complicidades, a cual más vergonzosa.

Hubo complicidades de los clubes de fútbol, de las asociaciones de jugadores, de los árbitros, y durante muchos años, de la LFP, hasta que el ínclito Javier Tebas le puso la proa a Villar por véte a saber qué (oficialmente era porque Villar ejercía un control dictatorial en la RFEF). A todo ello se sumó el silencio del Consejo Superior de Deportes, debido a los éxitos internacionales del fútbol español y a la revalorización que ello suponía para la marca  España. Ahora todo el mundo se lava las manos y aparecen multitud de testimonios que indican que la cosa venía turbia de lejos, como no podía ser de otra manera. Y de tan lejos, pues  ya en 2003, el exsecretario de la federación denunció a Villar por irregularidades y todo quedó en agua de borrajas durante los siguientes catorce años, algo impensable en un escándalo de corrupción política o económica. Y es que la peor complicidad no ha venido de las instancias deportivas, sino es la que se ha generado entre el público, es decir, entre la ciudadanía aficionada al deporte y que ha permitido, durante demasiado tiempo, que se silenciara alevosamente cualquier tejemaneje que en cualquier otro sector de la sociedad haría temblar los cimientos del sistema.

Y es que, como han venido señalando diversos críticos en los últimos días, parece que la corrupción y la falta de ética en el deporte es algo no sólo tolerado, sino minimizado por los aficionados, que aplican un doble rasero moral según la porquería salpique en una u otra dirección. La condescendencia popular con los delitos fiscales de multitud de futbolistas ya es un mal indicio de por sí, injustificable en una sociedad avanzada. Pero peor resulta que se quiera poner un velo de silencio sobre todos estos temas y que la afición lo justifique y haga oídos sordos mientras sus equipos sigan conquistando títulos. Es decir, que ya no es mera condescendencia, sino encubrimiento masivo del delito a cuentas de la cosecha de triunfos patrioteros que las aficiones puedan saborear hasta el delirio. Y es que tristemente, todo lo que acontece en el mundo del deporte profesional hace bueno el lema de “panem et circenses”. Y también hace buena la opinión sumamente cínica pero temiblemente acertada, de que los ciudadanos son como niños, y como tales han de ser tratados. Y el fútbol (y el deporte-espectáculo en general) es el método más rápido y eficaz para romper todos los diques de racionalidad de los individuos y convertirlos en pueriles borregos totalmente manejables. Una regresión a la más tierna infancia consentida (y alentada) por quienes mueven los hilos.

Es gravísimo que una sociedad que pretenda ser avanzada haya endiosado a determinados personajes del mundillo deportivo y les perdone cualquier felonía a cambio de que sigan dando un gran espectáculo y triunfos a los socios y seguidores. Que ahora salgan responsables políticos diciendo que la detención del presidente de la RFEF demuestra que la justicia funciona para todos es una falacia descomunal, porque el escándalo Villar ha tardado una eternidad en estallar después de muchos años de cocerse a fuego lento con el consentimiento de todas las partes implicadas. Lo mismo que pasó con otros personajes que se enriquecieron y adquirieron fama y gloria a costa del movimiento olímpico o de la pasión mundial desatada por el fútbol, algo que seguramente conoce a la perfección el hombre más poderoso del deporte español, un tal Florentino Pérez, del que todos afirman que gobierna el país desde el palco del Bernabeu, pero nadie hace nada por impedirlo, no sea que las masas se descoloquen y la estabilidad del país se disloque por culpa de meter mano en las repugnantes entretelas del fútbol nacional.

Y es que ya va siendo hora de que las masas despierten del sueño absurdo en el que viven envueltas en su pasión de aficionados al deporte profesional, y que dejen de adorar al nuevo becerro de oro que se eleva en el altar de esa deplorable religión en la que todo se permite a sus sacerdotes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario