miércoles, 5 de julio de 2017

Retrasados

La última, pero impactante, demostración de que los políticos sólo son capaces de gestionar a corto plazo (lo cual es una manera relativamente sutil de afirmar que son muy malos estrategas) se está dando en el ámbito de la economía colaborativa y en los cambios de tendencias sociales, que siempre van muy por delante de cualquier previsión política. Y no es un problema que suceda sólo en España, sino que es mal que afecta a todo el mundo occidental de forma reiterada. Eso dice mucho acerca de las dotes de estadistas de nuestros líderes mundiales, a quienes no me atrevería a pedir que fueran unos visionarios, pero a quienes al menos cabría exigir cierta perspicacia acerca del futuro a medio plazo, y que actuaran en consecuencia con las tendencias de gran parte de la sociedad. Que los políticos siempre vayan a remolque es muy mal indicio.

No cabe duda que el auge de las tecnologías de la información y de la comunicación ha hecho florecer, literalmente,  un estilo de vida marcadamente distinto al de hace unos pocos años. La velocidad de cambio socioeconómico en occidente es mucho más alta que nunca, pero ello no es excusa para que los bien retribuidos gabinetes que asesoran a nuestros gobernantes no hayan hecho su trabajo prospectivo y hayan alentado la puesta en práctica de medidas racionalizadoras en muchos ámbitos que han estado creciendo de forma tan exponencial como desordenada, léanse los casos de Uber o de Airbnb.

Por otra parte, los políticos han hecho lo que siempre hacen, es decir, tirar por el camino más cómodo, que es el de una actitud reaccionaria y nada proactiva, para congraciarse con un amplio sector de la ciudadanía que prefiere el estancamiento a la dinamización, el conservadurismo frente a la innovación, y el statu quo frente a la movilidad sociolaboral. Ciertamente, a todos nos va la comodidad, y no hay nada más cómodo que hacer que las cosas sigan como están. Como han sido siempre, con los mínimos cambios posibles, a ser posible centrados en el ámbito de lo meramente anecdótico o formal.

Sin embargo, cuando surgen formas realmente innovadoras de relación social o económica, se ponen de manifiesto las tremendas resistencias al cambio de parte de los sectores más inmovilistas, que son los que tradicionalmente se han venido beneficiando del statu quo vigente, es decir, empresarios y trabajadores por cuenta ajena. De este modo, unos y otros, a través de las asociaciones empresariales y los sindicatos, se empeñan en poner palos a las ruedas del cambio socioeconómico, atacando las formas más progresistas de economía colaborativa, con la absurda complicidad de los gobiernos que intentan ciegamente dar satisfacción  a sectores tradicionales sin tener en cuenta que el futuro no suele esperar a que a todos nos vengan bien los cambios. Más bien al contrario, quienes no se adaptan rápido suelen ser arrollados por las fuerzas de la evolución social, que son mucho más poderosas que cualquier intento de acotarlas dentro de los intereses tradicionales.

Así sucede con los taxistas y los hoteleros, ambos colectivos empeñados en una guerra cuyo combustible es el interés de unos estamentos que más pronto que tarde serán obsoletos, por más que los gobernantes se pongan de su lado a fin de no perder apoyos. Sin embargo, la ceguera de unos y otros no sólo no será recompensada, sino que finalmente significará mayores pérdidas y un retraso significativo en la adaptación de muchos sectores a la realidad que demanda la sociedad en su conjunto. Las maniobras intoxicadoras gubernamentales, reforzadas mediáticamente, podrán frenar los cambios temporalmente, pero el futuro no les pertenece, y habrá que aceptar la reconversión forzosa y necesaria de muchos sectores económicos, o su desaparición inminente. Aparte de que, además de un contrasentido fenomenal, resulta de un cinismo vergonzoso que los gobiernos “estimulen”, “alienten” y “apoyen” a los emprendedores de nuevas formas de negocio, mientras al mismo tiempo les cortan las alas para no perjudicar a los sectores tradicionales.

Tiene su gracia que sectores como el transporte de pasajeros o la hostelería no se hayan percatado que, antes que ellos, muchos otros sectores se hubieron de reconvertir para no perecer en la oleada de cambio que empezó en la década anterior al final del siglo XX. Muchos empleos tradicionales han desaparecido desde entonces, y muchos sectores económicos que fueron incapaces de reconvertirse, han quedado como residuos de una época gloriosa cuya pervivencia era imposible, como sucedió con el sector textil o con la minería, entre tantos otros. No hay duda de que las consecuencias para muchos empresarios y trabajadores fueron dramáticas, pero ello no es excusa para justificar un inmovilismo que, a la postre, acaba saliendo mucho más caro de lo imaginable. Y si no, que le pregunten a los capitostes del sector eléctrico, cuyas reticencias a las energías renovables sólo han servido para encarecer la factura eléctrica a los consumidores y para posponer medidas efectivas contra la contaminación y el cambio climático, cuyo coste final será enorme.

Los sectores económicos, y con ellos las empresas y los empleos, han aparecido y desaparecido continuamente desde la revolución industrial. No es que eso sea un signo del progreso, es que es una necesidad imperiosa para cualquier sociedad tecnológica y avanzada. Es totalmente imposible pretender el contrasentido del avance tecnológico y social sin que ello afecte al modo en el que las personas se ganan la vida. De ahí que el trasvase de mano de obra del sector productivo primario al sector industrial secundario fue el marchamo de la revolución industrial; y la transferencia de mano de obra , capital y conocimiento desde el sector secundario al sector de servicios terciario fue el signo de la revolución de las TIC. Y esas transferencias masivas y globales no se hicieron sin dolor, ni mucho menos.

Ahora ha aparecido un tercer jugador en el tablero. Frente a la histórica dicotomía entre capital-empresario y productor-trabajador, ha surgido un movimiento un tanto amorfo de economía colaborativa, en la que los ciudadanos vuelven a un esquema que parecía haber fenecido, como es el trueque de bienes y servicios. En el fondo es algo natural, que surge como reacción a la profunda crisis económica del 2008, en la que la clase trabajadora se vio en la necesidad de buscar alternativas que le permitiese tener una vida digna al menor coste posible. Frente a la avaricia de los hoteleros, surge un movimiento de ciudadanos dispuestos a prestar su casa a cambio de precios más módicos, con una doble ventaja: tener ocio asequible para unos, y una rentabilidad inmobiliaria adicional para otros. Ante el monopolio de los taxistas, surge un movimiento de otros ciudadanos dispuestos a usar su vehículo como fuente de liquidez, y a cambio prestan un servicio más barato al usuario final. Contra el intermediario especulador, nace un movimiento ciudadano de trueque directo de bienes y servicios, ventajoso para unos necesitados de liquidez y sobrados de bienes que ya no usan, y para otros que desean comprar bienes a un precio mucho más moderado que el del comercio tradicional.

Airbnb, Uber, Walapop. Meros nombres de proyectos  a los que se podrá poner cuantas trabas deseen los gobernantes de turno, so pretexto de control, regulación o moderación del mercado. En cualquier caso, aunque se les ataque denodadamente, incluso aunque se les niegue la existencia, sobre sus cenizas nacerán otros proyectos similares  e incluso más ambiciosos. La sociedad está cambiando muy deprisa, demasiado deprisa como para que nuestros líderes atiendan estúpidamente las reivindicaciones de sectores que están abocados a la reconversión total o a la desaparición, como tantos otros anteriormente.

Quienes se han opuesto a la dinámica de las sociedades, han acabado barridos por la vorágine de un futuro que se acerca siempre a una velocidad pasmosa, y han quedado relegados a un rincón de la historia. Serenos, faroleros, telefonistas, ascensoristas, cobradores, limpiabotas y tantos otros que en su momento dieron de comer a muchas familias y hoy no son más que un recuerdo anecdótico de un pasado no muy lejano. Hoy le está llegando el turno a una serie de colectivos que tal vez se creían inmunes a las veleidades del tiempo y de la historia, y que se resisten al cambio o la desaparición, pero en ese sentido la evolución es tan indiferente como cruel: o te adaptas al entorno cambiante, o si te retrasas, acabas pereciendo.

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