jueves, 4 de mayo de 2017

El alud de basura

Que cualquier garrulo totalmente indocumentado y escasamente alfabetizado tiene el mismo derecho a expresar públicamente su opinión que el más docto de los eruditos es cosa aceptada como democrática e igualitaria, aunque sumamente discutible, sobre todo si el tiempo y el espacio dedicados a esa libertad expresiva tienen la misma ponderación para uno que para el otro. Sucede que los medios de comunicación abiertos en internet raramente aplican ningún tipo de control, excepto los relativos a aquellas expresiones que podrían incidir en el ámbito de lo penal, en cuyo caso estamos comenzando a ver tímidos intentos de censura a los energúmenos que se dedican a estimular el odio entre todo hijo de vecino.

Sin embargo contra la imbecilidad manifiesta no hay ningún tipo de freno o cortapisa, y en los últimos años la estulticia se ha apoderado de la red de un modo temible y francamente acongojante. De este modo se comprende cómo es posible que esté sucediendo un hecho alarmante a estas alturas de la historia humana: la difusión y el conocimiento de la ciencia está retrocediendo de una manera brutal en todo el mundo debido a la saturación de doctrinas vagamente new age, que van desde el supuesto y antievolucionista “diseño inteligente” hasta la negación de la medicina tradicional en beneficio de supuestas curas milagrosas -que no son más que estafas de los nuevos curanderos puestos al día- pasando por teorías absolutamente injustificadas que ponen en riesgo a toda la humanidad so pretexto de salvaguardarnos de unos supuestos efectos secundarios de las vacunas (riesgos infinitamente menores que el riego de extender una pandemia global que se lleve por delante a medio planeta). Los ejemplos son tan variados que tienden al infinito, sólo basta navegar al azar por internet para ser víctimas de ese deprimente espectáculo.

El retroceso de la ciencia en internet corre parejo al incremento geométrico del número de lelos que se creen el primer titular que les endilgan, sin contrastar lo más mínimo la procedencia de la información. Es más, en la mayoría de las páginas de prensa o de agregación de noticias de la red se mezclan sin ningún pudor noticias más o menos serias con publicidad sumamente engañosa y difícil de discernir a primera vista. En ese sentido, internet se ha convertido en vehículo ideal para los timadores del mundo entero, que ven como engañando a un porcentaje relativamente reducido de población pueden hacerse de oro por la sencilla razón de que antes llegaban a muy pocos y ahora, con una pequeña inversión, llegan a  decenas de millones de lectores. Y entre todos esos millones, con que uno de cada mil muerda el anzuelo, ya es suficientemente rentable.

Hay quien apuesta por una progresiva normalización de los contenidos de la red y que el futuro inmediato no será tan nefasto como lo pintamos algunos. Y además, afirman que una herramienta como internet ha dotado a la población humana de una libertad informativa impensable hace pocos años. Sin embargo, la libertad informativa también incluye, por propia definición, la libertad de engatusar y desinformar, dejando en manos del usuario la responsabilidad exclusiva de saber a qué atenerse cuando bucea en los diversos contenidos de la red. Lo cual estaría muy bien si la masa crítica de humanos cultos, cultivados y con un sentido ético-crítico  de la información fuera superior a la masa de descerebrados a quienes se puede alimentar fácilmente con cualquier falsedad revestida de verdad absoluta gracias -también- a la mezcla de incultura general y carencia de deontología profesional de muchos de los redactores de las informaciones que aparecen en internet. Criterios puramente evolutivos nos muestran que en cualquier población con dos características contrapuestas, si no se alcanza un equilibrio basado en retroalimentación negativa (es decir, sistemas que se autorregulan cuando exceden de un determinado límite, evitando superar un valor máximo), lo que sucede es que una de las dos poblaciones se impone totalmente a la otra, aniquilándola.

Dicho de otro modo, a falta de mecanismos reguladores de los contenidos en internet, la retroalimentación negativa resulta inexistente y no hay freno ninguno a la estupidez campante en la red. Como el número de imbéciles supera  en mucho al de sensatos, internet se va llenando con más basura a cada minuto, por muchos esfuerzos que pongan la comunidad científica y la intelectualidad en tratar de impedirlo. Es más, yo apostaría (aunque sin pruebas fehacientes) que lo que se está dando es una retroalimentación positiva, de modo que estamos en una especie de reacción en cadena en la cual cada barbaridad informativa se sucede con mayor velocidad e intensidad por otras barbaridades de mayor calado, debido a una audiencia nada selectiva, pero tremendamente voraz y hambrienta de carnaza a cualquier precio. La cuestión de fondo es que las empresas  de internet están muy necesitadas de enormes cantidades de“clics” de sus usuarios que hagan competitivo el recuento de  visitantes a sus páginas web con el fin de fomentar sus ingresos publicitarios.

La situación es muy grave porque la velocidad que está tomando este alud de basura es vertiginosa y ya permite una sensacional manipulación de las masas con intereses puramente políticos. Algo que ya apuntó de forma nada encubierta la serie Homeland en su última temporada y que está siendo objeto de revisiones más o menos acertadas por diversos cineastas e intelectuales. Lo cierto es que la sensatez está en minoría. Siempre lo ha estado, pero antes eran unas pocas manos las que manejaban los controles y ahora todo parece que se mueve según las palpitaciones globales de la red, lo cual es extraordinariamente peligroso, porque ha incrementado el número de insensatos con un poder enorme por una sencilla razón: el minúsculo poder individual de cada uno de nosotros se multiplica por un factor de millones cuando sumamos tantas otras voluntades a nuestra causa. Si lo que subimos a la red es una mentira o un engaño, la amplificación que recibe por los “likes” de millones de usuarios fatalmente desinformados es enorme e imparable, lo cual explica las barbaridades que está diciendo (y haciendo) mucha gente por culpa de internet. Incluyendo jueguecitos macabros como el de “La Ballena Azul”, que concluye con el reto del suicidio del participante. Ni el más avezado de los viejos maestros de la literatura de ciencia ficción podría haber supuesto el tremendo poder que la red ejerce sobre la gente, de un modo directamente proporcional a su grado de incultura y a su incapacidad de aplicar ningún tipo de juicio crítico independiente.

Porque de lo que se trata, en esencia, es de que el usuario habría de ser capaz de buscar diversas fuentes de información y contrastar lo que recibe de cada una de ellas, para hacerse una composición de lugar razonable, o al  menos, tener un marco de sano escepticismo sobre el que fundamentar una opinión lo menos sesgada posible. Sin embargo, temo que justo está sucediendo lo contrario. La red parece ejercer un efecto hipnótico sobre la mayoría de la gente hasta el punto de que provoca una especie de “fijación” en los contenidos, de modo que pese a que actualmente tenemos acceso a mucha diversidad de medios, la inmensa mayoría se aferra a sólo unos pocos de ellos que resultan de su agrado por motivos diversos (desde ideológicos hasta de diseño de la página web), pero entre los que destaca la facilidad de acceso y la pereza por hacer búsquedas completas y cuidadosas. De este modo cristaliza ese fenómeno ya avanzado por diversos estudiosos, de que tenemos más información que nunca, pero estamos peor informados. Por pura vagancia, añadiría yo.

Este fenómeno de la extensión de la estupidez como un incendio en bosque seco se hace muy patente si en vez de leer las noticas de los medios en internet nos limitamos a analizar los comentarios de los lectores. Es francamente difícil reunir en tan pocos bits tanta estupidez, tanta incultura, tantas faltas de ortografía y tanta agresividad mal disimulada ante las opiniones de los demás. Las secciones de comentarios de los medios en red se han convertido en un avispero de barbaridades entrecruzadas, de acusaciones sin fundamento, de amenazas nada veladas y de continuas injurias. Y en un insulto a cualquier inteligencia mínimamente cultivada. Y es que, para mayor desgracia, los pocos que exponen argumentos sensatos y ponderados son barridos sin contemplaciones por una marea de gilipolleces y desatinos que anulan cualquier esfuerzo por poner orden en semejante gallinero. Es como pretender vaciar una piscina con un cubo de playa: absolutamente inútil.

Es por eso que los individuos y colectivos con cierto nivel intelectual cada vez se recluyen más en pequeñas webs de escasa difusión pero de contenidos contrastados, lo que resulta en pequeñas burbujas de conocimiento en un universo web en expansión acelerada. Sin embargo, por analogía con la evolución de nuestro cosmos, la expansión acelerada hace que las pequeñas burbujas de conocimiento estén cada vez más dispersas y separadas entre sí. Y aún peor, resultan más difíciles de localizar.  Son guetos en una megálopolis salvaje, depredadora y en la que no prima, en absoluto, la inteligencia.

El futuro es, en ese sentido, desalentador. La chusma, en el sentido literal de la palabra, se ha hecho con internet gracias a los escasos escrúpulos de quienes manejan sus contenidos, a quienes ya les va bien ese escenario tan parecido al de la idiocia borreguil y generalizada en que se mueven los protagonistas de 1984, de Orwell. Sinceramente, creo que nos acercamos velozmente a un escenario catastrófico ante el aplauso enfervorizado de una multitud de usuarios cegados por el entusiasmo y el sonriente desdén de las élites económicas y políticas dominadas por la codicia.

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