martes, 9 de mayo de 2017

Le "macrillage"

No acierto a comprender –y mucho menos, a sintonizar- con la fingida (por desmesurada y poco rigurosa) demostración de euforia europeísta tras el triunfo de Macron en las elecciones presidenciales francesas. Por lo visto, ganar por 2 – 1 (por usar un símil futbolístico equivalente al 65%-35% de las elecciones) es una paliza tremenda y un resultado francamente alentador para el partido de vuelta, que se jugará en las elecciones legislativas del mes que viene y donde no va a valer esa coalición lógica pero antinatural que se da en todos los sistemas de ballotage, en los que la segunda ronda de las elecciones sólo permite la disputa entre los dos candidatos mejor situados.

Que gran parte del electorado francés haya optado por un frentismo sin convicción para frenar a Le Pen es indicativo de varias cosas, la mayoría de ellas preocupantes. La primera de ellas es que no se ha votado a favor de  la propuesta de Macron, sino contra la de Marine Le Pen. Votar contra algo es signo de hastío y agotamiento democrático y es sólo un mal menor cortoplacista frente a los desafíos que se plantean en el mundo occidental. A eso ya estamos acostumbrados en España, donde lo importante no es tanto que ganen los nuestros, sino que pierdan los otros al precio que sea. Por muy fino que hilemos, y aunque los resultados parezcan confirmarlo, no es equivalente votar a favor de un programa que simplemente votar contra otro programa distinto, porque esto último pone de manifiesto un pobre estado de salud democrática, una especie de elección entre Escila y Caribdis que a medio plazo no puede tener consecuencias positivas.

Como sucede con todos los parches, taponar la herida política que existe en Francia no significa en absoluto que se haya contenido definitivamente la hemorragia interna, que necesita de cirugía y sutura de gran alcance para evitar que el país se acabe desangrando cuando algún movimiento brusco, en forma de oleada terrorista o de crisis socioeconómica, arranque de cuajo el esparadrapo que representa la solución Macron. Y para ver hasta qué punto el parche a duras penas cubre los bordes de la herida, basta recurrir a los números de forma fría y no artificiosa.

El señor Macron, flamante nuevo presidente de la República Francesa, lo es con dos tercios de los votos, lo cual sería notable si no fuera porque ha recibido masivamente el apoyo de todas las fuerzas políticas que no eran el Frente Nacional. Es como si para apear al PP del poder en España, casi todos los demás partidos políticos unieran fuerzas para un candidato alternativo. ¿Y después, qué? Bien es cierto que el sistema francés es bastante presidencialista, pero en su caso el presidente dista de tener tanto poder como su homólogo norteamericano y  puede ser un gran problema tener que ejercer una presidencia hipotecada desde el primero al último día del mandato. Si a ello sumamos que en las elecciones legislativas puede formarse una mayoría alternativa que obligue al presidente a la cohabitación con un gobierno de signo distinto (lo cual no sería la primera vez que ocurre), el panorama de los próximos años en Francia puede ser algo más que desolador. Ya lo vimos el primer día después del triunfo de Macron, cuando París llenó sus calles de manifestaciones presión y protesta contra las políticas que ni siquiera ha empezado a esbozar. Malos augurios.

Tal como lo interpreto, las elecciones presidenciales han constituido un placaje bastante sólido pero sólo temporal a la delantera del Frente Nacional; el juego ha quedado interrumpido mas los atacantes están todavía demasiado cerca de la línea de ensayo. Siguiendo con la analogía con el rugby -ese deporte tan amado en Francia- la melé posterior puede acabar de muchas maneras, pero las fuerzas están mucho más igualadas de lo que los titulares han querido dar a entender. Y si no, veamos las estadísticas.

La abstención ha sido del 25 por ciento, una cifra monstruosa en un país tradicionalmente no abstencionista en unas presidenciales. Para  ese fenómeno sólo hay una lectura: una parte muy sustancial del electorado  ha preferido no frenar a Le Pen antes que votar a un candidato que no sólo es una incógnita, sino que a muchos les parece un tapado del establishment. Por otra parte, ha habido un considerable número de electores, hasta el 12 por ciento, que han querido ejercer su derecho, pero han votado en blanco o nulo, manifestando así su descontento entre las dos opciones, lo cual es una clara  bofetada al espíritu supuestamente “integrador” de la campaña de Macron. Entre unos y otros, suman aproximadamente un tercio del electorado, lo cual da mucho que pensar, porque estos dubitativos/descontentos pueden caer fácilmente del lado de quien haga un discurso más coherente a largo plazo, y eso podría beneficiar al Frente Nacional en un futuro no muy lejano.

Por otra parte, los números de Le Pen no son malos, ni mucho menos. En quince años ha conseguido doblar los resultados de su padre y atraer a más de un tercio de los votantes efectivos. Quince años parece mucho tiempo, pero la gestación de movimientos políticos de largo recorrido suele requerir ese tiempo y alguno más. El treinta y cuatro por ciento es una cantidad muy respetable de ciudadanos hartos del sistema vigente. Y si Macron no consigue hilvanar un ejecutivo estable para los próximos años –y me parece que ésa va a ser tarea muy difícil- ese porcentaje de votantes que en segunda vuelta sumaron muchos más a los que ya había sacado la buena de Marine en la primera ronda crecerá de forma sustancial. Al parecer nadie se ha fijado en que pese a los llamamientos en masa para votar a Macron y a la feroz campaña de los medios, la señora Le Pen obtuvo muchísimos más votos en la segunda vuelta que en la primera. La deducción lógica es que esos votos de más  no eran del propio Frente Nacional, sino de electores presumiblemente más moderados pero que en la tesitura de tener que escoger, viraron hacia la opción euroescéptica. De nuevo, da qué pensar.

Y es que, como he apuntado antes, Macron es una incógnita, pero menos. Porque en España ya conocemos de sobra ese discurso regeneracionista desde dentro, que encarna a la perfección Albert Rivera, y de quien el señor Macron parece un calco, incluso en la juventud y lozanía aparente del candidato y de su programa. Sin embargo, somos muchos los que tememos que tanto el maestro Rivera como el discípulo Macron (por una vez hemos innovado antes que los franceses) son las opciones  que El Sistema ha puesto sobre el tapete, una vez constatado el agotamiento de los partidos políticos tradicionales, a quienes el poder económico-financiero irá dejando caer progresivamente, visto el descrédito en el que se han sumido tras la crisis de 2008. Y que tratará de sustituir con nuevos peones aparentemente distintos a los que ocupaban el tablero de juego hasta ahora. Pero seguirán siendo los peones del mismo neoliberalismo salvaje que ha destrozado el mundo en los últimos años.

Más que renovarse  o morir, parece que Macron encarna el cinismo de “algo hay que cambiar para que todo siga igual” que genialmente retrató Lampedusa en su obra El Gatopardo. Curiosamente la cita en origen procede de un escritor francés del siglo XIX,  Alphonse Karr: "plus ça change, plus c’est la même chose" . Macron es el candidato joven, guapo, moderno y dinámico, tan alejado de los políticos consagrados al uso y, ante todo, tan alejado del debate ideológico real. Las élites en el poder se han dado cuenta de que para atraer al votante la derecha ha de estar desideologizada, o al menos parecerlo en las cuestiones más espinosas, para cubrir un espectro amplio del electorado a base de apariencias juvenilmente energéticas y discursos orientados hacia el optimismo económico, aunque sin justificar jamás el porqué. La cuestión es arrastrar como sea al ciudadano (y sobre todo al más joven y menos escéptico) hacia un teórico centrismo sensato  con propuestas que parezcan revolucionarias y atrevidas, pero que no sean más que medidas superficiales (cuando no cortinas de humo) para dar tiempo a los poderes fácticos a reorganizarse y frenar la marea de descontento popular,  manteniendo intactas las estructuras básicas de poder.

En ese sentido, el gatopardismo de Macron parece bastante descarado si tenemos en cuenta los apoyos reales (y no los forzados) de que ha gozado en esta segunda vuelta, comenzando por una Angela Merkel que representa, sin ningún tipo de complejos, la ortodoxia neoliberal  dominante también en Bruselas. Con lo que, en última instancia, parece que la elección presidencial francesa no ha sido más que una operación fundamentalmente estética. Tout  un “macrillage”.

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