jueves, 6 de octubre de 2016

Lord Vetinari

El único político que encuentro verdaderamente interesante es un personaje de ficción, y encarna un ejemplo prototípico de príncipe  de Maquiavelo plasmado en forma novelada. Se trata de Lord Vetinari, el patricio dirigente de Ankh-Morpork, la ciudad estado más importante de Mundodisco, una saga de Terry Pratchett que retrata con ácida ironía a la humanidad en su conjunto mientras explora los recovecos de las miserias humanas con una sagacidad no igualada en muchas novelas llamadas “serias” pero que no llegan a la altura del lomo de cualquiera de las cuarenta y pico entregas que componen Mundodisco en lo que se refiere a fina exploración y retrato de la psicología humana, y de sus puntos fuertes y debilidades.
 Lord Vetinari –personaje claramente inspirado en los príncipes renacentistas de la familia Medici- es un político maquiavélico en el sentido más estricto del término: inteligente, taimado, sagaz, astuto, siempre maniobrando en interés de su ciudad, cruel en ocasiones, siempre tranquilo pero con determinación, inequívocamente implacable cuando se trata de conseguir sus objetivos y hábil manipulador de las situaciones, incluso cuando parece tenerlo todo en contra. Es decir, exactamente lo contrario de la figura de Pedro Sánchez, al que podemos calificar sin temor a equivocarnos como el político más patético de lo que llevamos de siglo XXI en España.
 Lo de Sánchez es de manual, aunque sus partidarios (que no se sabe muy bien si son partidarios auténticos, o es que sucede que se arrimaron al árbol equivocado sobre el que iban a caer todos los rayos de la tempestuosa catarsis del PSOE) casi lo encumbren a las cimas de la honestidad y la coherencia políticas, olvidando que la honestidad y la coherencia están muy bien en el currículo, pero que un político en ejercicio no puede poner la coherencia por delante del interés público bajo ningún concepto. Y de la honestidad mejor no hablar, porque es uno de esos términos que, como la virginidad, se prestan a ser cogidos con papel de fumar y examinados cuidadosamente pero con cierto distanciamiento, no sea que le exploten a uno bajo las narices.
 La honestidad sólo se demuestra muy a largo plazo, cuando los protagonistas ya no tienen nada que ganar o perder, o sea que aquí y ahora no voy a especular sobre esa escurridiza virtud. Pero lo que sí es cierto es que el coherentísimo empecinamiento del señor Sánchez en su mantra particular de que “no es no” ha llevado al país al borde de la desesperación, y a su partido al borde del abismo de la ruptura, creando unas heridas que ya no cicatrizarán en lustros. El PSOE se ha caído por el terraplén, atado a y arrastrado por la obcecación del señor Sánchez en el mantenimiento a un presunto dictamen de la militancia del partido.  De férrea oposición al PP, dicen sus acólitos. Claro que, como Lord Vetinari diría, no sé de qué férrea oposición hablan los sanchistas, cuando se han negado a hacer lo que realmente les corresponde en esta legislatura, es decir, de oposición firme y dura, y en cambio se han encastillado en un “no” rotundo que conducía al país a unas terceras elecciones con un resultado cantado, ante la imposibilidad manifiesta de que el PSOE pudiera formar un gobierno estable sin el apoyo de los nacionalistas, a quienes también había espetado en multitud de ocasiones su “no es no” particular, condenándose de paso, igual que el PP, al problema de gobernar España sin contar con más de un millón cien mil votos efectivos y diecisiete diputados. Es decir, apretando aún más el nudo gordiano de la cuestión catalana.
 Y es que, siguiendo a Lord Vetinari, la cabezonería del “no es no” no conduce a nada en política. La inmolación por unos sagrados principios es cosa de santorales y martirilogios y de jovencitos idealistas que igual se calientan la crisma con ideales de justicia y amor universal que suelen estar en el polo opuesto de la realidad. Y no, la realidad no se cambia a base de fracturarse el cráneo a base de impactarlo contra persistentes utopías irrealizables, sino acomodando el día a día a pequeños -casi imperceptibles- cambios que permitan evolucionar en el sentido deseado. En política no se giran las esquinas en ángulos de noventa grados, sino que se trazan amplios arcos que conducen al mismo sitio más lentamente pero con menor quebrantamiento de cuerpos y almas.
 Y es por eso que Sánchez y su seguidores son unos ilusos o unos incompetentes políticos. Me inclino más bien por lo segundo, porque a mis años tengo una clara tendencia a desconfiar profundamente de los tipos altos y guapos que hablan con voz engolada y que discursean de forma tan artificiosa que se nota que se han pasado la noche practicando ante el espejo mientras se guiñaban el ojo y se decían lo guapos y apuestos que resultan. Sánchez, en definitiva, es un político resultón pero no resultadista, que es lo peor que le puede suceder a un partido como el PSOE, que ya venía bastante quebrado antes de su aterrizaje en Ferraz. Lo único de auténticamente político que tiene Sánchez es su querencia por el poder, que le ha permitido perder seis elecciones consecutivas en diversos estamentos y no dimitir ni por accidente, como si la cosa no fuera con él. En ese aspecto, tanto criticar a Rajoy y resulta que es calcadito a él, aunque el líder del PP  sea callado como un avestruz, y el del PSOE cacaree como un gallo de corral.
 Si uno tiene un proyecto de país, ha de ser consecuente con ello, y saber cuándo se puede poner en marcha y cuando no. Y si no se puede, lo suyo es dejar que otros lo intenten, aunque sean los adversarios políticos que tienen una mayoría abrumadora. Lo otro, lo de quemar las naves (que es lo que ha hecho Sánchez) resulta tan patéticamente español y quijotesco que dan ganas de vomitar, porque a estas alturas, pasarnos el día haciendo el ridículo como si todavía estuviéramos en el siglo de oro, vistiendo calzones, haciendo florituras con la espada, tratando a la gente de vuesa merced y proclamando a los cuatro vientos la importancia del honor y la palabra dada es lo menos práctico que puede poner en práctica un político que pretenda trabajar con seriedad. La política es un mar proceloso donde las declaraciones maximalistas son torpedos en la propia línea de flotación, donde el posibilismo lo es todo, donde dos más dos nunca son cuatro, y donde lo importante es –ciertamente- el país antes que el partido y las ambiciones particulares. Y si lo importante es el país, lo primero de todo que hay que aprender es a hacer la digestión de sapos bastante indigestos y de ruedas de molino considerablemente voluminosas.
Y es que los políticos de ahora hacen añorar a los de la vieja guardia, que ésos sí sabían. La democracia será muchas cosas, pero así como la democracia orgánica era una falacia imposible -o sea un engendro franquista para dar aires de modernidad a un país considerablemente rezagado en todos los sentidos- la democracia popular que pretendía Sánchez en el PSOE -una democracia de reunión de comunidad de propietarios- también es totalmente inviable. El buen gobierno exige liderazgo real, no un simulacro guaperas y postizo; el buen gobierno precisa de mucha mano izquierda, pues siempre puede suceder que el amigo de hoy sea el adversario de mañana y viceversa; y el buen gobierno exige saber dar un golpe de timón cuando se demuestra que la nave va en rumbo de colisión a un arrecife, aunque eso demore la llegada a puerto, y aunque requiera un cambio de estrategias a veces radical. Y como a todo buen capitán se le exige, el buen gobierno requiere no tener que andar sofocando el motín de la Bounty cada dos por tres.
 Nada de eso ha caracterizado a Sánchez, un mal político, un mal dirigente y un pésimo actor de la vida política española del siglo XXI. Si yo fuera Lord Vetinari, lo desterraría por siempre al remoto continente de XXXX. Más le valdría a Sánchez haber aprendido del personaje reciente más parecido a un príncipe renacentista contemporáneo, un tal Giulio Andreotti, que ése sí supo danzar con todas las doncellas del baile satisfaciendo a  todas por igual, desde el célebre Compromiso Histórico que le permitió gobernar con el apoyo de los comunistas, hasta el no menos célebre Pentapartito de finales de su carrera activa. Andreotti, cual Lord Vetinari puesto al día, fue el político hábil que tal vez sacrificó algo de honestidad y mucho de coherencia pero que se constituyó como la piedra angular  sobre la que durante más de cincuenta años se constituyó la Italia postfascista y democrática, con todas sus luces y sus sombras, por supuesto.
 Pero es que con Sánchez, la única luz que ha habido es la de los focos que iluminaban ese perfil guaperas y vacío de talla política. Todo lo demás han sido sombras y oscuridad de un personaje que olía a chamusquina e incapacidad desde que fue aupado al puesto con el que ha enfilado la nave del PSOE directamente a  Escila y Caribdis. Sánchez podrá justificarse ante la historia esgrimiendo que necesitaba distanciarse de Podemos casi tanto como del PP para mantener la identidad socialista. Sin embargo, lo único que ha logrado es sumir a su formación en un aislamiento que les va a llevar probablemente a la fractura, y mientras tanto, al descrédito. A Andreotti eso no le hubiera sucedido. A Lord Vetinari tampoco.

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