jueves, 27 de octubre de 2016

El estrabismo del PSOE

El revuelo que está causando en las últimas semanas la defenestración de Pedro Sánchez y el cambio de postura del partido socialista hacia una abstención que permita la formación de gobierno después de diez meses de interinidad me causa una profunda desazón porque los argumentos que los contendientes han estado blandiendo como mazas sobre las cabezas de sus oponentes no destacan precisamente ni por su acierto ni por su profundidad. En cambio, en muchas de las opiniones aireadas en los medios, he advertido una concepción extraordinariamente patrimonialista del partido, como si fuera propiedad de unos cuantos guardianes de las esencias, frente a quienes de un modo mucho más práctico –y de manera mucho más coherente con lo que debería ser un partido político moderno- han apelado a la necesidad de admitir las derrotas, y permitir que gobierne quien esté en mejores condiciones de hacerlo, aunque ello provoque urticaria a los puristas. Y es que uno de los pilares del parlamentarismo es que no puede haber buen gobierno sin una buena oposición. Donde  “lo bueno” no se define por la conveniencia partidista, sino por la necesidad de toda la ciudadanía, con independencia del color de su camiseta.
 
Y al PSOE le toca, mal que le pese, hacer de oposición. Y la mejor manera de ser una buena oposición  es no empeñarse en el mantenimiento de posiciones  indefendibles. Cualquier estratega de primer curso sabe que en una posición desesperada, lo mejor es retroceder y buscar  una zona de apoyos más sólidos y confortables. El equivalente político de lanzarse como un loco a la conquista de la cota 593 de Montecassino sólo puede tener un resultado: el que les sucedió a los ingleses, que perdieron en el envite la mitad de sus fuerzas. La inteligencia, pura y dura, sugiere (más bien exige) una retirada estratégica que permita reorganizar las tropas, recuperar fuerzas y recomponer el frente para estabilizarlo. El heroísmo es algo muy bonito cuando se sobrevive a él, pero no suele servir de gran cosa salvo para conseguir unos titulares abultados y unas cuantas menciones tan honoríficas como inútlies. La política es el arte de lo posible, tal vez conviene no olvidarlo.
 
En varios de esos acalorados debates entre los partidarios del no y los de la abstención, uno de los “noístas” más prominentes, con una clarividencia propia de una lombriz de tierra, afirmó que la militancia estaba mayoritariamente en contra de la abstención, sin que hasta el momento se sepa de dónde sacaba ese dato. Ese argumento ha sido repetido hasta la saciedad por los noistas encabezados por un Iceta absolutamente desmadrado, que si no fuera por ser quien es, daría lugar a especulaciones sobre qué tipo de estupefacientes ha estado consumiendo últimamente (imborrable su arenga a grito pelado clamando a Pedro Sánchez que los salvara de Rajoy). Las gentes del No apelan continuamente a que no se ha tenido en cuenta a la militancia a la hora de tomar la decisión que se ha tomado, y que eso es una traición al espíritu del partido y al legado de los padres fundadores.
 
Por partes: el asamblearismo se ha puesto otra vez de moda porque Podemos y otras formaciones lo usan con profusión, con los efectos que todos estamos viendo: cisma tras cisma. Porque asamblearia puede ser una junta de estudiantes universitarios, pero no parece muy conveniente para un partido con voluntad de gobernar a cuarenta y pico millones de personas. De ahí el empecinamiento de algunos dirigentes socialistas en la consulta a las bases, para aparentar más frescura, democracia y legitimidad que los podemitas; pero la realidad es que el PSOE jamás ha sido un partido asambleario ni que haya consultado a las bases. En primer lugar, porque el PSOE proviene de una tradición mixta sindical (esa sí, bastante asamblearia) pero también intelectual, que es la que le ha dado el contexto ideológico en el que se ha movido durante gran parte de su historia. Y esa intelectualidad ideológica siempre fue totalmente jerarquizante, centralizadora y especialmente retratada en la célebre frase de Alfonso Guerra: “El que se mueva, no sale en la foto”, claro espejo de lo que fue, es y será el PSOE (o cualquier otro partido que pretenda llegar a gobernar sin convertirse en un corral indomeñable). El PSOE es un partido jacobino en su concepción y desarrollo, y lo demás son cuentos para justificar una puesta al día estética que recupere votos por la izquierda, pero no más. Hace falta mucho más que unas primarias para elegir al secretario general para modernizar un partido cuyo cuerpo está más rígido que la momia de Ramsés II con un ataque de tétanos.
 
Por otra parte, habría que definir qué es la militancia, y cuál es su verdadero papel en la toma de decisiones de alto calado nacional, como es la abstención en la investidura de Rajoy. De entrada, el PSOE no llega a los doscientos mil militantes, una cifra irrisoria en relación con su base electoral, que ha oscilado entre los cinco y los once millones de votantes desde la restauración de la democracia. De esos doscientos mil militantes escasos, sólo votaron en el conjunto de las primarias algo más de la mitad; y de esa mitad, otro cincuenta por ciento dio su apoyo a Sánchez. O sea, que el argumento de los noistas es que menos de sesenta mil personas deben decidir la postura general del PSOE en la investidura del presidente del gobierno. Lo cual estaría estupendamente bien si estuviéramos hablando de un club de fútbol, pero no veo la posibilidad de extrapolarlo al gobierno de todo un estado sin hacerlo de forma totalmente torticera y sesgada. Y en eso estoy totalmente de acuerdo –creo que por primera vez en mi vida- con el rey del exabrupto, Rodríguez Ibarra.
 
Quien lleva a un partido al gobierno no es la militancia, sino el electorado. Y de ahí que los noístas hipercríticos estén sufriendo un desvarío peligroso, al equiparar militancia con electorado. La militancia dirá misa en latín ortodoxo, pero en la calle -que es lo que cuenta para gobernar- la mayor parte de la ciudadanía  más o menos de izquierdas está ya harta de los célebres trescientos días mareando la perdiz, y lo que todo el mundo quiere es, por este orden a) que no haya terceras elecciones,  b) que no le den a Rajoy la oportunidad de revalidar una mayoría absoluta por sí mismo o con ayuda de Ciudadanos y c) que el próximo gobierno no sea una apisonadora democrática y tenga que pactar y negociar, que ésa es la esencia real de la democracia. Y eso, que es lo que la calle reclama, es totalmente incompatible con a) mantener al figurín de Sánchez en el candelero y b) enrocarse en que “el PSOE no puede favorecer un gobierno de derechas”, como si la única opción democrática viable fuera la de un gobierno con mayoría absoluta, del PSOE preferiblemente.
 
Las soflamas del tipo “No es No”  que hemos oído estas semanas son calcaditas al célebre “OTAN de entrada NO” que ya sabemos cómo acabó, en ese caso por inexperiencia internacional del gobierno del PSOE . Porque si no entrábamos en la OTAN tampoco entrábamos en la que más tarde sería la Unión Europea. Y como todo en la vida, los dilemas son como los pantalones del tiempo: hay que coger una u otra pernera, porque no cabemos por las dos a la vez. Al PSOE le convendría recordar bien esto, y que lo que han escenificado ha sido más bien un duelo por el poder interno disimulado con un muy conveniente (y poco convincente) disfraz de la legitimidad democrática y el manido recurso a la militancia, sin tener en cuenta que la historia sigue su camino, y que a veces no hay más remedio que aceptar lo que hay. Y lo que hay es un PSOE débil, dislocado y carente de proyecto. La socialdemocracia europea se vendió hace ya unos años al neoliberalismo por un plato de lentejas, y ahora está pagando las consecuencias en forma de severas flatulencias, cuando las legumbres del poder se les han indigestado.
 
Así que toca travesía del desierto, aceptar que gobierne la derecha, procurar hacer una oposición sólida y congruente, y sobre todo no preocuparse tanto de la gente de Podemos y más de los problemas nacionales. Y sobre todo asimilar que posiblemente el PSOE no sea ya más la fuerza hegemónica indiscutible de la izquierda española, asumiendo que su vocación centrista le tenía que pasar factura en cuanto llegara una crisis trascendental como la que ha sufrido toda Europa en los últimos años. Como dice el refrán, El PSOE de los últimos años ha pretendido andar repicando con la economía neoliberal  y al mismo tiempo desfilando en la procesión de los indignados por la catástrofe socioeconómica en la que hemos caído. Dicho de otro modo: el PSOE está aquejado de un gravísimo problema de estrabismo político de tanto vigilar a un lado y al otro simultáneamente, lo que le ha conducido a darse de bruces con la farola del descrédito que tenía justo en frente.
 

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