La izquierda se equivoca. Toda, sin excepción, muestra los síntomas generales de una afección que padece toda la
clase política occidental, pero en mayor medida la española: el
cortoplacismo, la falta de visión estratégica y el uso de anteojeras
caballunas como método de encajonamiento político en unos cauces tan
estrechos que no permiten la más mínima flexibilidad. Y, por supuesto,
aquello tan guerrista y español de “el que se mueva no sale en la foto”,
que pone de manifiesto una vez más la contrastada querencia española
por la democracia al estilo franquista, es decir, orgánica, organizada y
organillera, pero sin contenido. La pena es que, vaya por donde, el generalísimo
se rodeaba de gente bastante pragmática, al menos en su última década
de reinado absoluto, mientras que aquí el realismo queda sustituido por
un pim pam pum de declaraciones maximalistas, posados más o menos
fotográficos para la galería electoral y una falta de liderazgo y
de proactividad que provocan un fuerte peristaltismo intestinal en
cualquier humanoide con una mente mínimamente despejada de nubarrones
ideológicos, o sea, de prejuicios.
A
la izquierda le falta astucia política y visión algo más allá de los
cuatro años inmediatamente posteriores a la celebración de elecciones.
En suma, a la izquierda le falta releer, repasar y reestudiar a
Confucio, Maquiavelo y Baltasar Gracián, por ese mismo orden, y no sólo
comprender, sino aplicar a rajatabla, la máxima de que al adversario es
mejor darle cuerda hasta que se ahorque con ella, en vez de pretender
arrebatársela de las manos y enseñarle, en el propio cuello izquierdoso,
cómo se cuelga uno del árbol más cercano; una estupidez que, por otra
parte, le hace un inmenso favor a la derecha de toda la vida, que
apreciará muy elocuentemente que sean los propios rivales políticos los
que se esmeren en la demostración de lo que es un suicidio político, y
de paso se lo ahorren (el suicidio) a Mariano y compañía.
Obviamente, Rajoy no tiene prisa alguna, porque de seguir así, será el claro vencedor de este round
y, como nos despistemos, tendrá la mayoría absoluta los próximos 4 años
(aunque con la duda explícita de quien esto escribe respecto a cuándo
comenzarán a contar los próximos cuatro años) y las manos libres para
legislar a su antojo, es decir, arrodillándonos nosotros y pasando el
rodillo él por encima de nuestras vidas de decrépita clase media. Sin
embargo, una cosa es evidente; tanto, que me parece increíble que nadie
ponga el grito en el cielo y en la tierra: para una izquierda todavía
muy dividida por rencillas, rencores y personalismos, lo mejor es que
gobierne el PP durante la próxima legislatura. Y para España en general
también, dicho sea desde la postura de quien es obviamente muy de
izquierdas, pero también muy de sí mismo y antipartidista por
definición.
Salvo
que nuestros políticos sean idiotas consumados e irrecuperables (cosa
que prefiero no creer y asirme a que son sencillamente tan ambiciosos
que su ansia de poder les nubla el entendimiento), lo primero que
tendrían que hacer nuestras izquierdas plurales e irredentas es asumir
que la crisis ni se ha acabado ni se va a acabar en breve y que es muy
factible que una nueva burbuja, provocada por el exceso de liquidez y
los tipos de interés demasiado bajos que están favoreciendo este
presunto resurgir económico que no es tal (en versión doméstica, lo que
tenemos ahora viene a ser como meter al paciente febril en la bañera con
mucho hielo: la fiebre seguro que baja, pero la infección sigue), acabe
explotando de nuevo, y esta vez nos va a dejar con las vísceras
esparcidas por toda la estancia occidental, que va a quedar tan hecha
unos zorros que no habrá manera de repintarla.
Y
si la crisis no sólo no se ha acabado, sino que es muy factible que se
agudice un poco más, siguiendo esa gráfica en dientes de sierra con
perfiles cada vez más profundos y abisales de la que nos advierten
muchos economistas independientes, lo mejor es dejar que quienes
aplicaron la receta inicial de austeridad y monetarismo se las arreglen
ellos solos para después explicar a la gente cómo es que su maravillosa
solución no sólo no ha funcionado, sino que lo acaba enviando todo a
pastar al final. En cambio, estos pardillos de la izquierda quieren
impedir a toda costa que gobierne Rajoy, para así tener ellos la patata
caliente en las manos y que les pase como al bueno de Zapatero, que por
seguir la estela del neoliberalismo desenfrenado inaugurado por Aznar
metió al país de lleno en el cotarro especulativo que le acabó
reventando en plena cara, esa cara de Mr. Bean que ya le venía de antes,
pero que se le quedó como congelada cuando le explicaron de qué iba la
cosa en realidad.
Y
es que hay que leer más a Gracián (por lo menos) y dejar que las
hostias se las peguen los demás. O como mínimo, recordar aquello de que
“en tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Y como el riesgo de que
lluevan chuzos de punta en los próximos cuatro o cinco años es más que
evidente, lo mejor es dejar que les aticen en el cráneo a los rivales
políticos mientras la izquierda esté bien resguardada bajo el toldo de
la oposición. Es de una lógica tan aplastante que resulta pueril, sobre
todo teniendo en cuenta que gobernar a toda costa en este momento tan
delicado es como hacer malabarismos con cerillas en una fábrica
pirotécnica. Además, gobernar para no poder aplicar más que una ínfima
parte del programa social previsto, vistas las circunstancias, es una
actitud suicida desde el punto de vista electoral. El electorado suele
ser rencoroso como gato apaleado, y si la izquierda no cumple lo
prometido, el fracaso en las siguientes elecciones puede ser de
campeonato, aunque te llames Sánchez y seas guapo, o Iglesias y lleves
coleta.
Michael
Hudson, uno de los economistas más honestos que ha dado el siglo XX, decía, en el tramo fin del documental “Cuando Explotan las Burbujas” al ser preguntado
sobre si era optimista respecto al futuro, y en tono más irónico
que sarcástico: “Sí, creo que habrá un colapso financiero en el mundo,
que habrá un nuevo sistema, y después volveremos a empezar desde cero”.
Bien, muchos más opinan lo mismo, y que lo que ahora estamos viviendo es
como esas mejorías aparentes que se dan en los pacientes agónicos poco
antes del desenlace final, cuando se invierten todas las fuerzas que le
quedan al cuerpo para intentar frenar lo inevitable. Con nuestro modo de
vida occidental sucede lo mismo, tratando de insuflarle una vida que se
le escapa por las costuras. Deje la izquierda, por tanto, que sea el PP
quien sople y sople hasta quedar exhausto. Y entonces será el momento
de cambiar algunas cosas. Las fundamentales.
Así
que a la vista está que lo inteligente, astuto y maquiavélico es
permitir que gobierne Rajoy en clara minoría, impedirle usar el rodillo
parlamentario del que no dispondrá y, más bien al contrario, aplicárselo
a su ejecutivo cada vez que sea posible, pero sin que se note
demasiado. La economía occidental seguirá su curso de colisión previsto
tanto si gobierna el PP como la izquierda, así que lo más sensato es
dejar que gobierne Mariano y siga desgastando al PP, para que en las
próximas elecciones, el batacazo sea de los que
la derecha no se recupere en ocho o diez años. En cambio, si persiste la
actitud actual de líneas rojas y obstruccionismo, lo único que va a
suceder es que el PP cada vez se va sentir más parapetado en su
posición, más reforzado en sus críticas a los rivales y más apreciado
por la porción de electorado natural que le abandonó en las dos últimas
convocatorias, y que ya ha empezado a recuperar a costa de Ciudadanos y
del PSOE.
Parece
mentira que a estas alturas, sólo los grandes dictadores triunfantes
del siglo XX (Franco, Stalin, Mao) hayan tenido la perspicacia de dejar
que las cosas madurasen por su propia dinámica y les facilitara la toma y
el mantenimiento del poder en el momento oportuno. Todo lo que tenían de
sangrientos y totalitarios se compensaba con una perspicacia y una
paciencia dignas de encomio. Supieron esperar su momento, que es aquél
en el que la fruta está tan madura que no se precisa esfuerzo alguno
para la recolecta, y se quedaron con la canasta entera durante un montón
de años. También parece mentira que los presuntos estrategas de los
partidos políticos no sepan apreciar que esta lección es independiente
de ideologías, y que pretender forzar la máquina suele dar resultados
más que indeseados, rotundamente nefastos para el interés propio. Este
Occidente del siglo XXI vive atenazado por la prisa en conseguir
objetivos. Y la prisa es enemiga del trabajo bien hecho, y sobre todo,
de los beneficios a largo plazo.
Del
mismo modo que la longevidad en occidente está sobrevalorada, y así nos va,
con legiones de ancianos viejos como olivos bíblicos y marchitos como trigo en
el Sahara, conseguir el poder a cualquier precio también está
tremendamente sobrevalorado, sin tener en cuenta que la tarifa por su
uso es de las que tiene trampa. Si estás en situación de debilidad, no
sólo lo acabarás perdiendo, sino que la factura que te presentará el
destino al cobro será de aquellas para las que hará falta mucho crédito antes de liquidar la deuda algún lejano día. Con intereses y recargos.
Y eso, esta izquierda deshilachada, fragmentada y poco realista, no
está en condiciones de poder asumirlo. Así que si algún lector
tiene contactos en los comités federales, comisiones ejecutivas y demás
parafernalia partidista de nuestras izquierdas, casi le suplicaría que
haga llegar esta opinión a quienes han de tomar sus decisiones al
respecto, que tampoco son tantos, por mucho que presuman de democracia
interna y transparencia en la gestión. Que no se diga que alguien no les
advirtió desde su pequeña tarima ciudadana.
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