miércoles, 27 de julio de 2016

La izquierda se equivoca

La izquierda se equivoca. Toda, sin excepción, muestra los síntomas generales de una afección que padece toda la clase política occidental, pero en mayor medida la española: el cortoplacismo, la falta de visión estratégica y el uso de anteojeras caballunas como método de encajonamiento político en unos cauces tan estrechos que no permiten la más mínima flexibilidad. Y, por supuesto, aquello tan guerrista y español de “el que se mueva no sale en la foto”, que pone de manifiesto una vez más la contrastada querencia española por la democracia al estilo franquista, es decir, orgánica, organizada y organillera, pero sin contenido. La pena es que, vaya por donde, el generalísimo se rodeaba de gente bastante pragmática, al menos en su última década de reinado absoluto, mientras que aquí el realismo queda sustituido por un pim pam pum de declaraciones maximalistas, posados más o menos fotográficos para la galería electoral y una falta de liderazgo y de proactividad que provocan un fuerte peristaltismo intestinal en cualquier humanoide con una mente mínimamente despejada de nubarrones ideológicos, o sea, de prejuicios.

A la izquierda le falta astucia política y visión algo más allá de los cuatro años inmediatamente posteriores a la celebración de elecciones. En suma, a la izquierda le falta releer, repasar y reestudiar a Confucio, Maquiavelo y Baltasar Gracián, por ese mismo orden, y no sólo comprender, sino aplicar a rajatabla, la máxima de que al adversario es mejor darle cuerda hasta que se ahorque con ella, en vez de pretender arrebatársela de las manos y enseñarle, en el propio cuello izquierdoso, cómo se cuelga uno del árbol más cercano; una estupidez que, por otra parte, le hace un inmenso favor a la derecha de toda la vida, que apreciará muy elocuentemente que sean los propios rivales políticos los que se esmeren en la demostración de lo que es un suicidio político, y de paso se lo ahorren (el suicidio) a Mariano y compañía.

Obviamente, Rajoy no tiene prisa alguna, porque de seguir así, será el claro vencedor de este round y, como nos despistemos, tendrá la mayoría absoluta los próximos 4 años (aunque con la duda explícita de quien esto escribe respecto a cuándo comenzarán a contar los próximos cuatro años) y las manos libres para legislar a su antojo, es decir, arrodillándonos nosotros y pasando el rodillo él por encima de nuestras vidas de decrépita clase media. Sin embargo, una cosa es evidente; tanto, que me parece increíble que nadie ponga el grito en el cielo y en la tierra: para una izquierda todavía muy dividida por rencillas, rencores y personalismos, lo mejor es que gobierne el PP durante la próxima legislatura. Y para España en general también, dicho sea desde la postura de quien es obviamente muy de izquierdas, pero también muy de sí mismo y antipartidista por definición.

Salvo que nuestros políticos sean idiotas consumados e irrecuperables (cosa que prefiero no creer y asirme a que son sencillamente tan ambiciosos que su ansia de poder les nubla el entendimiento), lo primero que tendrían que hacer nuestras izquierdas plurales e irredentas es asumir que la crisis ni se ha acabado ni se va a acabar en breve y que es muy factible que una nueva burbuja, provocada por el exceso de liquidez y los tipos de interés demasiado bajos que están favoreciendo este presunto resurgir económico que no es tal (en versión doméstica, lo que tenemos ahora viene a ser como meter al paciente febril en la bañera con mucho hielo: la fiebre seguro que baja, pero la infección sigue), acabe explotando de nuevo, y esta vez nos va a dejar con las vísceras esparcidas por toda la estancia occidental, que va a quedar tan hecha unos zorros que no habrá manera de repintarla.

Y si la crisis no sólo no se ha acabado, sino que es muy factible que se agudice un poco más, siguiendo esa gráfica en dientes de sierra con perfiles cada vez más profundos y abisales de la que nos advierten muchos economistas independientes, lo mejor es dejar que quienes aplicaron la receta inicial de austeridad y monetarismo se las arreglen ellos solos para después explicar a la gente cómo es que su maravillosa solución no sólo no ha funcionado, sino que lo acaba enviando todo a pastar al final. En cambio, estos pardillos de la izquierda quieren impedir a toda costa que gobierne Rajoy, para así tener ellos la patata caliente en las manos y que les pase como al bueno de Zapatero, que por seguir la estela del neoliberalismo desenfrenado inaugurado por Aznar metió al país de lleno en el cotarro especulativo que le acabó reventando en plena cara, esa cara de Mr. Bean que ya le venía de antes, pero que se le quedó como congelada cuando le explicaron de qué iba la cosa en realidad.

Y es que hay que leer más a Gracián (por lo menos) y dejar que las hostias se las peguen los demás. O como mínimo, recordar aquello de que “en tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Y como el riesgo de que lluevan chuzos de punta en los próximos cuatro o cinco años es más que evidente, lo mejor es dejar que les aticen en el cráneo a los rivales políticos mientras la izquierda esté bien resguardada bajo el toldo de la oposición. Es de una lógica tan aplastante que resulta pueril, sobre todo teniendo en cuenta que gobernar a toda costa en este momento tan delicado es como hacer malabarismos con cerillas en una fábrica pirotécnica. Además, gobernar para no poder aplicar más que una ínfima parte del programa social previsto, vistas las circunstancias, es una actitud suicida desde el punto de vista electoral. El electorado suele ser rencoroso como gato apaleado, y si la izquierda no cumple lo prometido, el fracaso en las siguientes elecciones puede ser de campeonato, aunque te llames Sánchez y seas guapo, o Iglesias y lleves coleta.

Michael Hudson, uno de los economistas más honestos que ha dado el siglo XX, decía, en el tramo fin del documental “Cuando Explotan las Burbujas”  al ser preguntado sobre si era optimista respecto al futuro, y en tono más irónico que sarcástico: “Sí, creo que habrá un colapso financiero en el mundo, que habrá un nuevo sistema, y después volveremos a empezar desde cero”. Bien, muchos más opinan lo mismo, y que lo que ahora estamos viviendo es como esas mejorías aparentes que se dan en los pacientes agónicos poco antes del desenlace final, cuando se invierten todas las fuerzas que le quedan al cuerpo para intentar frenar lo inevitable. Con nuestro modo de vida occidental sucede lo mismo, tratando de insuflarle una vida que se le escapa por las costuras. Deje la izquierda, por tanto, que sea el PP quien sople y sople hasta quedar exhausto. Y entonces será el momento de cambiar algunas cosas. Las fundamentales.

Así que a la vista está que lo inteligente, astuto y maquiavélico es permitir que gobierne Rajoy en clara minoría, impedirle usar el rodillo parlamentario del que no dispondrá y, más bien al contrario, aplicárselo a su ejecutivo cada vez que sea posible, pero sin que se note demasiado. La economía occidental seguirá su curso de colisión previsto tanto si gobierna el PP como la izquierda, así que lo más sensato es dejar que gobierne Mariano y siga desgastando al PP, para que en las próximas elecciones, el batacazo sea de los que la derecha no se recupere en ocho o diez años. En cambio, si persiste la actitud actual de líneas rojas y obstruccionismo, lo único que va a suceder es que el PP cada vez se va sentir más parapetado en su posición, más reforzado en sus críticas a los rivales y más apreciado por la porción de electorado natural que le abandonó en las dos últimas convocatorias, y que ya ha empezado a recuperar a costa de Ciudadanos y del PSOE.

Parece mentira que a estas alturas, sólo los grandes dictadores triunfantes del siglo XX (Franco, Stalin, Mao) hayan tenido la perspicacia de dejar que las cosas madurasen por su propia dinámica y les facilitara la toma y el mantenimiento del poder en el momento oportuno. Todo lo que tenían de sangrientos y totalitarios se compensaba con una perspicacia y una paciencia dignas de encomio. Supieron esperar su momento, que es aquél en el que la fruta está tan madura que no se precisa esfuerzo alguno para la recolecta, y se quedaron con la canasta entera durante un montón de años. También parece mentira que los presuntos estrategas de los partidos políticos no sepan apreciar que esta lección es independiente de ideologías, y que pretender forzar la máquina suele dar resultados más que indeseados, rotundamente nefastos para el interés propio. Este Occidente del siglo XXI vive atenazado por la prisa en conseguir objetivos. Y la prisa es enemiga del trabajo bien hecho, y sobre todo, de los beneficios a largo plazo.

Del mismo modo que la longevidad en occidente está sobrevalorada, y así nos va, con legiones de ancianos viejos como olivos bíblicos y marchitos como trigo en el Sahara, conseguir el  poder a cualquier precio también está tremendamente sobrevalorado, sin tener en cuenta que la tarifa por su uso es de las que tiene trampa. Si estás en situación de debilidad, no sólo lo acabarás perdiendo, sino que la factura que te presentará el destino al cobro será de aquellas para las que hará falta mucho crédito antes de  liquidar la deuda algún lejano día. Con intereses y recargos. Y eso, esta izquierda deshilachada, fragmentada y poco realista, no está en condiciones de poder asumirlo. Así que si algún lector tiene contactos en los comités federales, comisiones ejecutivas y demás parafernalia partidista de nuestras izquierdas, casi le suplicaría que haga llegar esta opinión a quienes han de tomar sus decisiones al respecto, que tampoco son tantos, por mucho que presuman de democracia interna y transparencia en la gestión. Que no se diga que alguien no les advirtió desde su pequeña tarima ciudadana.

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