miércoles, 20 de julio de 2016

Erdogan y el incendio del Reichstag

Cuando en febrero de 1933 el incendio del Reichstag propició el asalto definitivo al poder por parte de Hitler, se detuvo y condenó a un albañil holandés y comunista llamado Marinus Lubbe. El bueno de Marinus fue hallado vagando por los pasillos del Reichstag medio desnudo, algo requemado y decididamente ausente de cuanto lo rodeaba. Tenía antecedentes porque dos días antes había intentado prender fuego al palacio imperial, pero esencialmente era un minusválido medio ciego y algo lelo, por no decir francamente disminuido en sus facultades.  Eso le vino como anillo al dedo al partido nazi, que no vaciló en acusar de conspiración al partido comunista, agitar convenientemente a la opinión pública y presionar al anciano presidente  Hindenburg para que otorgara plenos poderes al canciller Hitler. De este modo se acabaron las libertades individuales en Alemania, se consagró el principio de partido único y se instauró definitivamente la dictadura nazi, so pretexto de defender la integridad de la nación alemana. La primera víctima fue el propio Lubbe, que fue ejecutado a principios de 1934.
 Años después, en 1981 y 1998, Lubbe fue absuelto  por tribunales alemanes, y es opinión bastante unánime que el incendio del Reichstag fue una maniobra muy astutamente urdida por el Partido Nazi, en lo que se convertiría en la más famosa operación de bandera falsa de la historia contemporánea.  La siguió unos pocos meses después la famosa purga de la Noche de los Cuchillos Largos de julio de 1934, en la que Hitler, ya con las manos libres a nivel gubernamental, aprovechó para deshacerse de todo posible rival interno. Para ello decapitó de forma brutal a las SA, cuyo líder Ernst Röhm se le antojaba a Hitler como un rival difícilmente manejable. Algunos cientos de personas fueron eliminadas y más de mil presuntos oponentes al régimen fueron detenidos.  Según los jefes de las SS, organización rival de las SA dentro del partido nazi, y absolutamente leal al Führer, era necesario eliminar a todos los rivales para evitar un golpe de estado. De hecho, las SS pergeñaron un informe con pruebas falsas del que se deducía que Röhm había recibido financiación exterior para derrocar a Hitler de forma violenta.
 Hitler calificó al supuesto plan para derrocarle como “ la peor traición de la historia” y aprovechó la ocasión para hacer una purga general de todos su rivales y enemigos dentro y fuera del partido. De esta manera, en cosa de año y medio, Hitler convirtió la democracia alemana en la peor dictadura europea conocida hasta la fecha. Y con el beneplácito de la ciudadanía casi en pleno, para eterna vergüenza del pueblo alemán. Y de las naciones europeas en general, muy democráticas ellas, pero que miraron para otro lado ante la barbarie que se estaba desatando en tierras germanas sencillamente para consolidar el poder omnímodo de un solo hombre, que arrastró a su pueblo y a toda Europa a la peor y más mortífera catástrofe humana de todos los tiempos.
 Harían bien todos los gobiernos occidentales en mirar con recelo y máxima suspicacia lo acontecido en Turquía en los últimos días. El presidente Erdogan es un individuo en extremo peligroso, como ha demostrado vistiéndose con piel de cordero cada vez que le convenía, para después aplastar a sus opositores sin piedad una y otra vez. Urdiendo mentiras sobre el PKK, al que acusaba sistemáticamente de estar detrás de todo atentado. Recortando libertades bajo pretextos muy similares a los de Hitler en el siglo anterior. Acumulando poder de forma subrepticia pero manifiesta y aislando a la oposición hacia un rincón cada vez más oscuro de la ya de por sí oscura democracia turca. Jugando un doble juego en el conflicto sirio-iraqí, para satisfacer tanto a sus aliados occidentales de la NATO como a los islamistas turcos que, sin pudor alguno, muestran su apoyo al yihadismo. Pues mientras aprovecha para bombardear a los kurdos afirmando indecentemente colaborar con la coalición internacional que pretende frenar la expansión de Estado Islámico en Oriente Medio, permite el tráfico de petróleo de contrabando con el que precisamente se financian los yihadistas.
 Son muchos los analistas que advierten que Erdogan es un peligro claro para la estabilidad de la zona a largo plazo, porque su deriva autoritaria es más que manifiesta, y porque no se debe olvidar que gran parte de su base electoral es declaradamente islamista, con todos los flecos que dicha declaración de principios conlleva, por mucho que pretendan manifestar una docilidad necesaria para el acercamiento al gran socio europeo. En cualquier caso, ese golpe de estado debe ser puesto en cuarentena por cualquier persona medianamente informada y escéptica ante las noticias consumadas que se presentan en forma sumamente propagandística. De entrada, los que vivimos el golpe  de estado de Tejero en 1981 sabemos perfectamente que aquello se resolvió rápidamente porque en el fondo sólo se había garantizado la participación en la conspiración de unos pocos mandos militares y civiles. Si un tercio de los generales con mando en plaza en España hubieran apoyado el golpe, podemos estar seguros de que la intentona no se hubiera resulto en veinticuatro horas. Ni muchísimo menos.
 Si en un ejército tan poderoso como el turco la tercera parte de sus mandos apoyara decididamente un golpe de estado, hubiera corrido mucha más sangre, y hoy Turquía estaría en plena situación de preguerra civil, como mínimo. Pero además, se produjeron miles de detenciones y destituciones de mandos policiales y judiciales con carácter casi inmediato, a la mañana siguiente. Salvo que Erdogan cuente con más medios que la CIA, la NSA y el FBI juntos, sería imposible tal celeridad si no existieran listas previas para una purga. Y de ello se deduce claramente que Erdogan y los suyos ya sabían de antemano lo que iba a pasar. Que lo indujeran ellos mismos o no es harina de otro costal y cuestión abierta a todo tipo de especulaciones, pero lo cierto es que el presidente turco dejó hacer y alentó a caer en la trampa a todos los que consideraba rivales u opositores. Es el más puro estilo de Hitler puesto al día, con llamamientos incendiarios al pueblo a través de las redes sociales, para poder montar su particular noche de los cuchillos largos a la turca.
 No se trata de justificar a los golpistas, a quienes en todo caso se debe imponer los valores democráticos por encima de todo. Se trata de desenmascarar a un antidemócrata vestido con un disfraz de conveniencia ante Occidente. Un caballo de Troya de las peores pesadillas que ya asolaron Europa hace ochenta años. Un hombre al que le valen todos los métodos para lograr su fines y que es un astuto y peligroso manipulador de la opinión pública. Un estadista cuyo referente histórico debe ser, sin duda, Adolf Hitler. Y cuyo momento histórico predilecto debe ser, con toda probabilidad, el incendio del Reichstag y todo lo que vino después.
 Occidente debe marcar distancias inmediatas con ese régimen hasta que se aclaren completamente las circunstancias de este fallido “putsch”. Es una exigencia democrática y de seguridad internacional contener cualquier apoyo al régimen de Erdogan mientras exista la más mínima sombra de duda sobre su intervención propiciatoria en este asunto. Porque lo último que nos faltaría sería que se presentara a ese individuo como un adalid de la democracia y paradigma del respeto a los valores del estado de derecho. Erdogan, como lo fue Hitler, escenifica una inmensa mentira y constituye un tremendo peligro para el futuro. Si las potencias occidentales actúan del mismo modo condescendiente que en el negrísimo bienio  de 1933-1934, nos encontraremos a las puertas de una catástrofe aún peor que la actual tragedia que se está produciendo en el oriente próximo.

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