miércoles, 13 de julio de 2016

La racanería como síntoma

Ha concluido la peor Eurocopa de fútbol en muchos años. Peor en el aspecto futbolístico, porque ha coronado a un equipo rácano, tosco y confiado al golpe de suerte, incapaz de marcar diferencias y vencedor de la mayoría de sus encuentros en la prórroga, por simple azar  y agotamiento del contrario. Un equipo en la antítesis de la creatividad, confiado exclusivamente a alguna genialidad de su estrella y al desliz inoportuno de la defensa contraria. Así que la corona del fútbol europeo la ostentará durante cuatro años un combinado que es lo opuesto al campeón de las dos ediciones anteriores. Y que viene a significar el final de una época, no sólo futbolística.
 Vaya por delante que el fútbol me trae sin cuidado, pero se me antoja un modelo capaz de explicar, mediante una analogía que viene como anillo al dedo, lo que está sucediendo en la alta (¿) política europea en los últimos años. Porque al futbol rastrero, puramente físico, especulativo, dogmático y carente de la más mínima elegancia, le corre pareja una política europea  a la que cabe describir con los mismos adjetivos. Con la diferencia de que el fútbol carece de la más mínima trascendencia, salvo para henchir el orgullo patriótico-nacionalista hasta grados insospechados, como se ha visto con la reciente concesión a la selección lusitana de la más alta condecoración civil portuguesa, lo cual es para partirse de risa –y para partirles la cara a los adocenados políticos que la han concedido- teniendo en cuenta que en Portugal están pasando las de Caín en el aspecto económico y social.
 La política europea dejó de ser de altura hace ya muchos años, pero actualmente ya se ha rebajado al nivel de vuelo gallináceo, que más bien corresponde a un aleteo desenfrenado a ras de tierra con considerable polvareda y casi ninguna efectividad aerodinámica.  Los políticos europeos son como los Mourinhos de la democracia, unos señores permanentemente malhumorados, dogmáticos y descalificadores de cualquier atisbo de creación imaginativa. Sus cacareados éxitos carecen de ética, y por supuesto de estética, que es lo menos que se le podría pedir a una política tan zafia como la practicada en los últimos años. O sea, exactamente igual que lo sucedido en la Eurocopa.
 Habrá quien opine que la comparación de fútbol y política es inconexa e irrelevante, pero a mi modo de ver, las sociedades suelen evolucionar de forma paralela en muchos de sus ámbitos. La filosofía subyacente a una sociedad suele acabar impregnando todos los rincones, especialmente aquellos en los que una gran masa de seguidores es directamente manipulada por unas élites que sistemáticamente convierten en dogmas inapelables sus métodos de trabajo. Lamentablemente, y por propia definición, el dogmatismo de vuelo rasante es sumamente excluyente y se presenta públicamente como una receta única e infalible para la solución de los más diversos problemas, sin atisbo de autocrítica ni concesión al menor grado de disidencia, que se descalifica sistemáticamente como ineficaz, inoportuna y una larga lista de calificativos peyorativos que buscan el descrédito de las fórmulas alternativas antes de que sean probadas.
 Estos ceporros  disfrazados de expertos (y utilizo la palabra con toda la intencionalidad académica posible: persona torpe e ignorante, pues torpe e ignorante es el dogmático que niega toda verosimilitud a cualquier opinión contraria a su pensamiento) han copado todos los ámbitos sociales y económicos desde finales del siglo XX,  y ahora viven un apogeo basado en recetas cuya eficacia es más que cuestionable, pero sobre las que no se permite ninguna disensión sin que un ejército de lacayos acuda al descrédito del osado que tenga la audacia de oponerse públicamente a la línea oficial marcada por un resultadismo (copio aquí la semántica futbolística al uso) que no recapacita sobre causas y efectos a largo plazo, y cuando lo hace, lo hace de forma tan sesgada y tergiversadora que da grima. Como ya decían los antiguos, el triunfo no es nada si no resulta convincente, y eso es algo que está sucediendo tanto en el fútbol como en la política europea (y en la española por descontado).
 Si algo debería ser fundamental en la evolución de una sociedad, habría de ser una adecuada valoración de la imaginación y la creatividad, eso que tan difusamente algunos se han empeñado en confundir con emprendeduría. El emprendedor es un tipo empecinado, correoso y con una fe inacabable en su idea y su capacidad, pero no necesariamente imaginativo. Suele suplir con mucho esfuerzo su carencia de recursos creativos. En cambio, el creativo es un individuo que en muchas ocasiones carece de tenacidad, pero que la suple con un pensamiento lateral exquisito, que le lleva a encontrar soluciones originales a problemas muy conocidos y no resueltos, o resueltos de forma insatisfactoria. Y esas soluciones suelen manifestarse en forma de una belleza subyacente que los físicos y matemáticos conocen perfectamente (es bien sabido que la gran mayoría de científicos ponen en cuestión cualquier teoría que resulte ser  embrollada y falta de elegancia. Según ellos –y comparto su opinión- cualquier teoría matemática que no sea bella y elegante es con toda probabilidad errónea).
 Así pues, frente al mourinhismo ramplón y destructivo tenemos a una escuela que propugna fórmulas mucho más éticas y creativas. Si entendemos por ética una forma de abordar las cuestiones humanas universales relacionadas con el bien y el fundamento de sus valores (retomo aquí otro concepto académico), creo que todos convendremos que la forma satisfactoria de hacer las cosas, desde patear un balón hasta aprobar un presupuesto estatal, es la forma ética y que refleje unos valores de progreso, no una regresión a las cavernas y la garrota, por muy eficaz que resulte a sus partidarios. Y es que el Progreso (como concepto elevado) sólo tiene sentido si no se fía exclusivamente a los resultados inmediatos y se apoya tanto en una ética sólida como en una concepción estética de la vida social, cuya suma conduzca a la armonía, esa aspiración humana universal. Lamentablemente, en esta época en la que sólo cuentan los resultados inmediatos, hablar de consecuciones elaboradas y a largo plazo pone de los nervios a todo ese rebaño de hijos de la doctrina neoliberal que parece que apunta alto y que en realidad dispara bajo.
 A nivel europeo, la política de ajustes brutales llevada a cabo insistentemente por todos los gobiernos es el equivalente al fútbol anodino, tosco y carente de imaginación de  la selección portuguesa. Es el resultadismo a corto plazo llevado a su máxima expresión disarmónica. Es la zafiedad elevada a categoría de medio prioritario para obtener cualquier fin. Ni siquiera se puede calificar de mediocre, porque no aporta nada más que sufrimiento a los millones de ciudadanos que han pagado en su carnes los delirios financieros y presupuestarios de nuestras élites. Es la racanería como síntoma de la degradación moral de la política que impregna completamente a la vieja Europa.

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