miércoles, 25 de mayo de 2016

El cambio de paradigma

El progreso real sólo se da cuando existe un cambio de paradigma. Los avances tecnológicos sin cambio de paradigma se pueden representar históricamente como “progreso”, pero en realidad son meras evoluciones poco trascendentes (desde el punto de vista conceptual) del paradigma preexistente. Esto último, un tanto farragoso, viene a ser un poco como las sucesivas versiones de un mismo modelo de vehículo: esencialmente siguen siendo lo mismo, por muchos gadgets presuntamente novedosos que vayan sumando versión tras versión.

Los cambios de paradigma son, más que evoluciones suaves, grandes saltos debidos a mutaciones afortunadas del orden tecnológico, que influyen de una manera general y permanente en la sociedad. Muchas veces son imprevisibles, aunque la tecnología que los permite ya esté ahí presente, aunque en forma embrionaria. Uno de los casos más evidentes se dio con la informática, cuando el mismísimo Bill Gates afirmó en 1981 que 640Kb de memoria deberían ser suficientes para todo el mundo. Una afirmación remachada once años después por su propia compañía durante el lanzamiento de Windows NT. Por aquel entonces estaban convencidos que 2 Gb de RAM era más de lo que cualquier aplicación podría requerir jamás. Retomaré esta cuestión más adelante para explicar el meollo de este post.

El problema del progreso tecnológico es que mucho de lo que nos presentan como tal no lo es, sino una mera puesta al día de tecnologías vetustas. Por ejemplo, la rueda de un Ferrari F40 no difiere conceptualmente de una rueda neolítica de madera. Eso no es progreso, sino evolución tecnológica. Progreso sería la invención y utilización masiva de un medio radicalmente distinto para sustentar vehículos por las carreteras, como por ejemplo, un sistema de colchón de aire que resultara barato, eficiente y seguro. Ahí tendríamos un cambio de paradigma más que evidente, al menos para los vehículos automóviles que se desplazan a ras de tierra. Sin embargo, existen otros paradigmas de nivel superior que dejarían al anterior fuera de combate, como por ejemplo, el diseño de un sistema de transporte privado que pudiera ser tan masivo como el coche de turismo, pero que fuera volador, con lo que las carreteras –tal como las conocemos hoy en día- quedarían un poco como  los caminos de carro actuales: de uso por excursionistas y nostálgicos de los viejos medios de locomoción.

Lo que está bastante claro dentro de este conjunto de paradigmas sucesivos y a veces anidados como muñecas rusas, en el que cada uno de ellos dinamita la utilidad práctica del anterior, es que su extensión planetaria tiene una influencia enorme y permanente en la conducta y hábitos sociales. Por el contrario, todo aquello que, por muy ultratecnológico que aparente ser, no borre del mapa la tecnología de la que procede, es que no constituye una forma de progreso real, sino que en la mayoría de las ocasiones constituye una mera estrategia empresarial destinada a equilibrar balances y estimular el consumo, sin aportar ningún cambio significativo en el modo de vida de sus usuarios. Resulta obvio que no es muy distinto -desde el punto de vista social- viajar en un turismo de hace cincuenta años y uno actual, si dejamos de lado las limitaciones mecánicas y de repuestos.

Evolución automovilística e informática son dos claros contraejemplos mutuos de lo que es y no es un cambio de paradigma. Como dijo con no poca ironía Robert Cringely, si la industria automovilística hubiera seguido el mismo desarrollo que los ordenadores, un Rolls-Royce costaría hoy 100 dólares, circularía un millón de millas con 3,7 litros y explotaría una vez al año, eliminando a todo el que estuviera dentro en ese momento. Lo cual sí habría resultado en un cambio de paradigma monstruosamente nefasto (aunque el Rolls no explotara una vez al año; dejo al lector que saque sus conclusiones al respecto). De modo que todo este preámbulo tiene mucho que ver con dejar sentado que muchas de las noticias que en las revistas divulgativas y los medios pseudocientíficos presentan como “progreso” están sumamente alejadas de lo que entiendo como Progreso (insisto en el adjetivo “tecnológico”). Concluyo: el genuino progreso significa siempre un salto, más que una tendencia. Un salto que se manifiesta en una modificación revolucionaria de los hábitos sociales.

Retomando las muy erróneas predicciones de los gurús de la informática de los primeros años ochenta, resulta que el siguiente cambio de paradigma en la informática vendrá de la mano de tecnologías hoy en día inexistentes, salvo a nivel experimental. Sucederá a lo largo de las próximas décadas, seguramente en los próximos cincuenta años, pero será tan radical que dejará toda nuestra tecnología de proceso de datos totalmente obsoleta. Se llama computación cuántica y para ello recurre no a los bits, sino a los qubits, y se fundamenta en los estados superpuestos de la materia que rigen el infinitesimal mundo de la mecánica cuántica. Sin entrar en detalles, lo que la computación cuántica permitirá a un solo ordenador equivaldrá a la potencia de miles de ordenadores conectados en paralelo simultáneamente. Es decir, la velocidad y capacidad de cómputo será en pocas décadas varios órdenes de magnitud superior a la que tenemos actualmente.

Las implicaciones de este cambio son enormes. No es como pasar del seiscientos al Ferrari F40. Vendrá a ser como pasar de la bicicleta al Airbus en muy poco tiempo. Y eso tendrá unas repercusiones sociales de tal magnitud que no podemos sino empezar a imaginarlas, porque darán un vuelco radical a nuestra forma de vivir (eso si antes no hemos dado nosotros el vuelco definitivo y nos hemos borrado como especie dominante del planeta, que eso sí sería un cambio de paradigma notable).  Voy a centrarme sólo en una de ellas, que puede tener unas consecuencias tremendamente negativas para la economía de muchos países. Y, bien mirado, España sería uno de ellos.

Hoy en día, la realidad virtual ha dejado de ser una hipótesis de ciencia ficción, y se está colando a gran velocidad en nuestros hogares, sobre todo en el ámbito de los videojuegos, pero también en muchas otras aplicaciones  de carácter profesional, como los simuladores. La computación cuántica hará posible que la realidad virtual se convierta en un estándar en muchos campos. La enorme potencia de cálculo de los ordenadores cuánticos permitirá simular con absoluto realismo casi cualquier entorno complejo, hasta el punto de que para el observador podría llegar a ser prácticamente indistinguible la copia del original, al menos en los aspectos visuales y geoespaciales. Así que nos encontraremos en el escenario que más o menos proponía el tan  genial como inestable Philip K. Dick en 1966, en cuyo relato “Podemos Recordarlo Todo para Usted” (y que posteriormente fue adaptado como la célebre película “Desafío Total”de Paul Verhoeven), se sugería una forma de turismo francamente curiosa, basada en la inyección de falsos recuerdos en la mente de los clientes. Dando un paso al lado, la realidad virtual generada por computación cuántica permitirá tener experiencias turísticas de viajes sumamente realistas a los clientes que, pagando un módico precio, quieran visitar el Taj Mahal sin moverse de la ciudad en la que residan. Con muchas ventajas añadidas para ese colectivo, más bien ovino, que englobamos en el difuso concepto de “turismo de masas”, y que se desplaza a toda velocidad por las principales urbes del planeta disparando fotos a diestro y siniestro y sin permanecer más de doce horas seguidas en el mismo lugar.

Obviamente, el viajero –que no turista- abdicará de semejante herejía, dispuesto a sentir en realidad el trajín del gusto por el viaje. Pero no nos engañemos, una realidad virtual lo suficientemente poderosa cautivará a muchísima clientela de las agencias de viajes, y podemos apostar a que los ordenadores cuánticos serán tan potentes que dejarán a la mayoría con la sensación de no saber si han estado o no realmente en Bombay, por un decir (para hacernos una idea somera de la potencia de cálculo de la computación cuántica, baste decir que los expertos en criptografía prevén que habrá que modificar todos los conceptos sobre seguridad informática, porque los sistema de cifrado más sofisticados de la actualidad serán absolutamente vulnerables a cualquier operación de ruptura de contraseñas y códigos).

La consecuencia a medio plazo es que toda la industria turística se verá muy seriamente afectada por la aparición masiva de la computación cuántica. Teniendo en cuenta los millones de puestos de trabajo directos (más otros tantos indirectos) que maneja el turismo a nivel mundial, los países con una gran dependencia del turismo en el PIB van a tener serios problemas para cuadrar su balanza de pagos. En España, el sector turístico representa más del 11 por ciento del PIB y del empleo total. Una caída de dichos porcentajes sólo a la mitad sería una catástrofe sin precedentes, que vendría a representar una pérdida de más de sesenta mil millones de euros de ingresos anuales y unas tasas de desempleo sólo vistas en los momentos más agudos de la crisis mundial de 2008-2015. Y ese escenario  está a la vuelta de la esquina en términos históricos.

Y sin embargo, no existe ningún programa político que se base en esas proyecciones para intentar contener lo que es evidente que va a suceder en pocos años. El siguiente cambio de paradigma informático va a significar tal revolución en el mercado laboral que no va a haber manera de mantener empleada a la gran mayoría de la población activa en el sector servicios. Tampoco la industria tradicional se va a ver beneficiada por este salto de gigante de las TIC, pues la capacidad de cómputo incrementada en cientos o miles de veces implicará que la robótica sufrirá un salto cualitativo y cuantitativo brutal, con la consiguiente pérdida masiva de puestos de trabajo no reemplazables. Hay muchos científicos serios que opinan que la computación cuántica abrirá definitivamente las puertas de la Inteligencia Artificial, y que eso va a suponer el mayor cambio tecnológico y social en la historia de la humanidad desde que apareció el Homo Sapiens sobre la faz de la tierra.

Si la evolución de las TIC se adentra por la senda cuántica, la sociedad del ocio será una realidad absoluta, y no un eufemismo interesado tal  como actualmente se define. Será un ocio forzoso para cientos de millones de trabajadores a los que la tecnología habrá dejado fuera de juego, por mucho que traten de reciclarse y recomponer su orientación profesional. La cuestión es saber qué nos propondrán los políticos cuando esto suceda. Y, sobre todo, a quien pretenderán culpabilizar de las consecuencias de su inacción actual. Una cosa está muy clara, y resulta terrorífica. En un mundo cuántico, el desempleo será la norma y no la excepción. Sobrará la mayoría de la población hoy considerada necesaria para el sostenimiento de la economía mundial. Peor que sobrar, será directamente un estorbo innecesario y prescindible, según los cánones del capitalismo más salvaje.

La revolución cuántica nos obligará, en definitiva, a reconsiderar los fundamentos socio-económicos de las sociedades avanzadas y a reconstruirlas desde sus mismos cimientos. Los paradigmas actuales ya no serán válidos, y lo mejor sería que alguien empezara a cuestionarlos desde el propio sistema. Hoy mismo, mejor que mañana.


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