miércoles, 16 de marzo de 2016

Personajes y personalismos

En realidad, lo que está sucediendo en el Congreso estos días es un fiel reflejo de lo que sucede en la política occidental continuamente. Pero de forma más señalada, resulta evidente que los defectos hispanos acrecientan los males de la democracia de manera amplificada. Y uno de los males que la aquejan –yo diría que peor que la corrupción- es el personalismo. Y me parece peor porque contra la corrupción se puede luchar desde varios frentes: el político, el policial, el judicial y el social, pero contra el personalismo hay poco que hacer, salvo una reeducación (yo diría que forzosa) de todo el estamento político, a fin de que al final tengan claro que la identificación entre España (o Cataluña o Madrid) y el individuo llamado a altas tareas representativas es, más que un error, un pecado.
 Y es que esa identificación personal lleva a considerar los intereses propios equivalentes a los del país o a los de los electores, o (ya en un ámbito más restringido pero no menos frecuente) a los del partido que se lidera. Ese agarrarse al sillón tan genuino pero que en muy pocas ocasiones no es más que una mera querencia por el poder en sí mismo. La peor de las adicciones la tenemos en política, y eso habría de ser motivo de reflexión, pues así como se lucha (denodada y estúpidamente) contra las adicciones a los estupefacientes, no se procura facilitar las herramientas para combatir la terrible adicción al poder de nuestros políticos.
 Unas herramientas que habrían de ser esencialmente pedagógicas, pero también matizadas por unos mecanismos externos a los partidos que impidieran situaciones de impasse como la que estamos viviendo hoy en día a cuenta de la formación de un gobierno que, por ahora, se ve más como una utopía que como una posibilidad. Me refiero a que si un individuo como Rajoy no es capaz de apartarse a un lado para facilitar la investidura de otro presidente –de su propio partido, nada menos- que pudiera resultar aceptable para las demás fuerzas políticas, deberían existir mecanismos, constitucionales o internos del propio PP, que permitieran obligarle a apartarse, pues al parecer, el impedimento máximo para formar gobierno es, en este momento, el mismísimo señor Rajoy.
 Y así como el criticadísimo (pero que en este aspecto ha sido más astuto que nuestros politicastros centrales) señor Mas supo percibir que él era el obstáculo en Cataluña, al parecer esta música no va con el ilustre gallego aspirante a las riendas de España. Y eso resulta incomprensible, porque me parece que todo lo que sea tener que convocar unas nuevas elecciones no va a servir para aclarar el panorama mucho más. Sobre todo teniendo en cuenta que si Rajoy es un problema, se debe a que la corrupción atenaza en varios frentes a su partido, y por más que él no tenga una responsabilidad directa en el asunto, no es menos cierto que él ha estado en la cúspide durante todos esos años. Y como mínimo, puede afirmarse sin rubor que, efectivamente, el señor Rajoy es un problema, si no por acción, al menos por desconocimiento de lo que se cocía en los sótanos de su partido. Y eso, como han apuntado diversos líderes de la oposición, es muy serio.
 Ya en el caso Watergate, allá por los años setenta, se vio que los esfuerzos por dejar a salvo al presidente de la nación más poderosa del mundo resultaron finalmente infructuosos y motivaron su caída. Nixon, que era un lince para ciertas cosas pero que tenía menos escrúpulos que un narco colombiano, cometió el gravísimo error de pensar que la figura del presidente se podía blindar frente a todos, pero no cayó en la cuenta de que el prestigio muchas veces no corre paralelo a la presunción de inocencia, sobre todo cuando todo tu equipo está de  mierda hasta las ingles para intentar protegerte. Llega un punto en el cual la calle ya no cree nada de lo que le dicen, y que mantenerse contra viento y marea sólo sirve para cuestionar aún más las verdaderas intenciones del candidato. Y de Rajoy nadie cree, a estas alturas, que no supiera lo que estaba ocurriendo. Y si no lo sabía, peor que peor, porque una persona con ese nivel de desinformación no puede ser presidente del gobierno.
 Será una cuestión de liderazgo interno o de afecto a vivir en un palacio como Moncloa, pero la realidad es que lo de Rajoy en estos momentos roza lo esperpéntico, porque ya me dirán que és eso de no presentarse a la investidura para luego criticar a los que sí se presentan, e intentar erosionarlos sabiéndose incapaz de conciliar más adhesiones que las propias (y a cada minuto con mayor contestación interna, que ve peligrar la formación de gobierno por el PP y que no ve nada claro que unas nuevas elecciones fueran a facilitarles nada mejor en los próximos meses). Salvo que existan variables ocultas y totalmente desconocidas, en este momento la mejor opción para el PP sería una coalición sin Rajoy de presidente del gobierno. Lo saben ellos, lo saben sus adversarios, y lo sabemos nosotros, comunes mortales. La cuestión clave es saber a qué esperan para defenestrarlo.
 En este sentido, mi admiración (nuevamente) por una figura a la que detesto políticamente, pero que es astuta como pocas. La señora Aguirre ha sabido apartarse del poder con elegancia y asumiendo responsabilidades políticas en nombre de algunos de sus subordinados, ahora imputados en diversas causas judiciales, y eso le ha granjeado la simpatía de muchos, pese a que es una genuina representante de los halcones ultraliberales del PP. Un saber hacer, el de la señora Aguirre, que parece que no se contagia ni por casualidad a sus colegas de la cúspide del PP.  Como vemos estos días con el caso IMELSA, en el que el PP valenciano en pleno está en la picota, mientras que con toda desfachatez sus jerifaltes anuncian que seguirán en el cargo porque no hay pruebas de nada, justo el mismo día en que se hacen públicas grabaciones de la Guardia Civil en la que una concejala pone de vuelta y media a sus jefes en una conversación privada con su hijo en la que expone con todo lujo de detalles como se lavaba dinero negro a cuenta de las donaciones de los militantes y cargos del partido.
 Y es que aquí la estrategia de los idiotas continúa siendo negar la mayor, y eso, en la época de las tecnologías sofisticadas que nos tienen controlados a todas horas, es sinónimo de estupidez, porque casi todo queda registrado. Ya lo sabía el bueno de Pablo Escobar  en los primeros años noventa, que empezó a usar palomas mensajeras para evitar que se interceptaran sus comunicaciones. Y aquí estos desgraciados han ido sembrando su trayectoria de correos electrónicos, chats y sms en los que el rastro de sus fechorías ha dejado señales que relucen como pintura fosforescente en noche oscura.  Y eso se puede atribuir, sin gran margen de error, a esa combinación tan típicamente española de desfachatez e ignorancia, que permite a los políticos imprudentes traspasar el límite de la osadía, para entrar de lleno en la temeridad suicida.
 Y a todo esto Rajoy como el que oye llover en la lejanía. Como si nada de todo esto fuera con él. Pero lamentablemente, le afecta y mucho, porque muchísimos cuadros regionales y locales del partido están con las manos llenas de mugre y así no se puede administrar (no digamos ya gobernar) un país como España. Sólo por eso no merece ser presidente del gobierno una segunda vez.

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