viernes, 11 de marzo de 2016

Militares y enseñanza

No me gusta la violencia, y cualquier sociedad ideal la habría erradicado. Sin embargo está ahí, y por supuesto seguirá estando muchos años, porque la llevamos grabada en los genes, de modo que tendremos que convivir con ella. Y a veces, incluso ejercerla de forma legítima, por mucho que nos disguste.

Me disgustan profundamente las injusticias y los pleitos, y cualquier sociedad ideal los habría erradicado. No obstante, también están ahí, y seguirán por siempre jamás, porque la conciencia de la propia individualidad siempre traerá conflictos con nuestros semejantes. Conflictos que habrán de ser resueltos por especialistas en la materia, esos individuos que no siempre son honrados ni justos, por más que sean jueces y abogados. Y en quienes en un momento u otro habremos de confiar para defender nuestros derechos.

Me contrarían la enfermedad y la decadencia del cuerpo, y cualquier sociedad idea las habría erradicado. Sin embargo, están ahí, y siempre estarán, porque son consustanciales a la vida tal como la entendemos en este planeta. Y tendremos que bregar con ellas gracias a la dedicación de los profesionales de la medicina, aunque mcuhas veces se trate de personas para las que el enfermo es más un objeto de estudio que otro ser humano que está sufriendo.

En definitiva, todos aspiramos a una sociedad perfecta, pero sabiendo que es absolutamente imposible llegar a ella. En términos matemáticos, las sociedades tienden a mejorar con el tiempo, pero el límite donde convergen todas las mejoras está en el infinito, inalcanzable. O sea, que hemos de ser pragmáticos y realistas y asumir que hay cosas que tal vez deberían ser de otra manera, pero que ni en millones de años conseguiremos superar (en el supuesto cada vez más improbable de que la humanidad se perpetúe durante algunos millones de años).

Precisamente por eso las utopías son interesantes, porqeu nos señalan un objetivo total y absolutamente imposible, del mismo modo que sería imposible erradicar la agresión, el conflicto y la enfermedad sin modificar de una manera tan sustancial nuestro sustrato natural que dejaríamos de ser humanos. Así pues, nuestra inteligencia debe orientarse a moderar los efectos más negativos de la violencia, de las disputas y de los transtornos de la salud. Y así lo han hecoh todas las sociedades modernas, institucionalizando el ejercicio de la violencia de forma reglada, así como el de la sanidad y el derecho en sus diversas modalidades.

Para estos tres campos existen sistemas docentes muy elaborados y complejos que capacitan a determinadas personas para su ejercicio con un grado de confianza aceptable para el conjunto de la sociedad.  Son muchísmos los jóvenes que aspiran a ser policías, profesionales sanitarios o del derecho, y una sociedad avanzada procura dotarse de las mejoras instituciones formativas para este tipo de vocaciones.

Hasta aquí todo parece una obviedad, pero cuanto topamos con la milicia parece existir en un amplio sector de la sociedad que manifiesta una intolerancia bastante más desagradable que la propia constatación de la necesidad de los ejércitos. Pues a fin de cuentas, las agresiones existen y seguirán existiendo. En el ámbito social, su prevención y represión corresponde a los cuerpos policiales, que nadie con dos dedos de cerebro cuestiona. A lo sumo, podrán darse versiones ingenuas del concepto de fuerza policial, como aquella ocurrencia del primer consistorio socialista barcelonés, consisitente en despojar a los guardias urbanos de su arma, para que su mera presencia impusiera orden y respeto al estilo de los desarmados bobbies ingleses. Lo cual concluyó trágicamente cuando se hizo evidente que un policía desarmado, en los tiempos que empezaron a correr a mediados de los ochenta, era un poli muerto con mucha más facilidad que provisto de su arma reglamentaria. 

Así que el "desarme" policial fue un sonoro fracaso que rápidamente se barrió bajo la alfombra de las ideas ridículas, no sólo por utópicas, sino también contraproducentes. Pues bien, respecto a los ejércitos estamos en las mismas, por más que todos proclamemos que no deseamos vivir en situaciones de violencia internacional. Sobre todo porque cierta izquierda papanatista se empeña en proclamar la desmilitarización como una  necesidad imperiosa, al tiempo que se contradice alabando la legítima violencia de sociedades oprimidas, atacadas o saqueadas por naciones claramente agresivas y agresoras. 

Siempre he sostenido que uno de los males de la izquierda -española, por más señas- ha sido su histórica pusilanimidad e hipocresía, y la falta de un criterio sostenido y sostenible en todas las circunstancias, algo que se empieza a entrever de manera bastante clara en las filas de Podemos y sus aliados regionales. No hace falta ser un militarista redomado para ser cosnciente de que el ejército, hoy por hoy, sigue siendo necesario. Por supuesto, no hace falta ser un agresivo milico para entender que hay muchas, muchísimas personas, a quienes la profesión militar les agrada sin que quepa considerarlos unos asesinos en potencia. Y ya, como guinda para coronar la argumentación, no hace falta ser militarista para ser tolerante con la existencia de una institución que, aunque en España tenga tintes oscuros por su pasado reciente, hay que entender que ha sido en muchísmas ocasiones una fuerza liberadora y defensora de la democracia. A Hitler no le hubieran parado las buenas palabras y argumentaciones, por poner un ejemplo palmario.

Cosa distinta es que el poder ejecutivo haga buen o mal uso del ejército, pero eso no desvirtúa en absoluto tanto su necesidad teórica como práctica, ni el hecho de que amplias capas de la sociedad encuentran que el ejército cumple una misión importante de puertas afuera y en el interior. Por tanto, no se puede desdeñar, como ha hecho el consistorio barcelonés, la importancia de una institución cuyo presencia en la sociedad actual es de la máxima relevancia y que tiene  muchos más apoyos de los que se pueda creer en primera instancia. El tema (y la controversia) del ejército no es como el de los toros, que se despacha con un pronunciamiento municipal y vale. El ejército está reconocido en todas las constituciones occidentales y hasta en la neutralísima Suiza todo el mundo respeta y sirve armas durante algún período de su vida, pues se considera al ejército como el garante definitivo de la soberanía e independencia de la sociedad civil.

Que no nos guste el pasado reciente de nuestro ejército no invalida en absoluto el argumento principal ya expuesto. Y que obviemos que da empleo a un gran número de personas resulta vergonzoso, así como también que la formación que procura el ejército a sus aspirantes y profesionales va mucho más allá de un simple aprender a empuñar las armas. Y les dota de un nivel profesional que muchos aprovechan posteriormente, uan vez han cumplido con su contrato militar y pasan a la sociedad civil.

En todo caso, vaya por delante que no participo del gusto de algunos por lo militar, pero desde luego reconozco su aportación a la sociedad. Y desde luego, me parece importante practicar un ejercicio de tolerancia (algo que la izquierda más radical parece haber olvidado) respecto a esa institución a quienes se sienten intersados profesionalment por ella. Personalemente, considera mucho más odiosos a los peligrosos ultraneoliberales  surgidos del IESE que a los cadetes de nuestros ejércitos, y sin embargo jamás me opondría a que en ningún salón de la educación (donde lo que se pretende es divulgar las diversas opciones formativas y de futuro profesional entre los estudiantes adolescentes), se exigiera que no participara el IESE con la misma contundencia con la que aquí se han puesto a berrear algunos contra la instalación del ejército en el Saló de l'Ensenyament de Barcelona.

Si  hay jóvenes interesados en algunas de las múltiples ramas formativas que el ejército les puede proporcionar me parece una tremenda arbitrariedad pretender que no se les pueda informar públicamente de las opciones que tienen de futuro porque el consistorio ha decidido que la profesión militar es non grata en Barcelona. Lo cual es una tremenda gilipollez sin paliativos, pues del mismo modo podríamos (con mayor motivo) decidir que los señores del IESE son también no gratos a nuestro izquierdista modo de concebir la sociedad.  

Mucho cuidado con esa intolerancia cada vez más manifiesta y antidemocrática. O no, señora Colau?


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