martes, 3 de noviembre de 2015

Lo pequeño es hermoso

Hoy reproduzco un fragmento  de una obra de Ernst Schumacher, un economista de enorme influencia hasta la fecha de su fallecimiento, en 1977. Sin embargo, los neoliberales  actualmente en el poder se han cuidado muy bien de hacerlo caer en el olvido a base de ningunear su figura y su teoría. Schumacher, que fue un economista – humanista, reflejó muy bien en toda su producción la enorme preocupación que le producía el cariz que estaba tomando la política económica mundial. En sus últimos años, fiel a su doctrina de que la economía debe servir a la gente y no a la inversa, su obra se tiñó de una espiritualidad a la que no era ajena su interés por la religión y su tardía pero contundente conversión al catolicismo. En ese sentido, Schumacher acabó siendo más un filósofo de la economía que un economista al uso.
 En 1973 publicó un libro que alcanzó renombre mundial: “Small is Beautiful” (Lo Pequeño es hermoso), que fue calificado por The Times como uno de los libros más influyentes del siglo XX (quien lo diría, visto el posterior triunfo de la reaganomics y sucedáneos), en el cual abordaba, en forma de múltiples ensayos, la creciente deshumanización de las políticas económicas y la necesidad imperiosa de cambiar de dirección para garantizar un futuro decente a la humanidad. Uno de los ensayos que contenía, y que es el que da título a la obra, contiene la justificación de toda mi convicción política. Como ya he dicho muchas veces, soy independentista porque intuyo que los entes pequeños se gobiernan mejor, se administran más eficientemente y son menos proclives a las grandes corrupciones que los complejísimos y mastodónticos sistemas político-económicos que propugnan los ideólogos del poder globalizador y transnacional del neoliberalismo.
 Hace cuarenta y tantos años, un economista de talla mundial abogaba por el consumo local, el uso de tecnologías intermedias, el acercamiento de los medios de producción a sus destinatarios, la economía sostenible, las energías renovables y las bondades de los sistemas pequeños. También, a diferencia de los ultraconservadores que gobiernan el mundo de hoy, tenía en mente que la economía no puede sustentarse sólo en montañas de datos y de cifras, sino en lo que realmente importa, que es la gente que habita el planeta. Una economía basada en el PIB, el IDH, los índices de crecimiento, la inflación y un largo rosario de variables exclusivamente numéricas, y que por otra parte omite a las personas destinatarias de toda actividad económica, es una economía inhumana, despersonalizada, y que encuentra su justificación sólo en la riqueza, pero no en cómo se consigue y distribuye.
 Más de cuatro decenios después de su publicación original, Lo Pequeño es Hermoso nos demuestra que las preocupaciones de Schumacher no eran ilusorias. Al contrario, nos señala hasta qué punto nos hemos adentrado en la senda equivocada, y de qué modo los problemas que entonces eran incipientes, ahora son una realidad ominosa y desesperante para gran parte de la humanidad. En definitiva, la conclusión lógica de la lectura de la obra de Schumacher no es que la dialéctica política y económica se centre entre izquierdas y derechas, sino entre humanistas y no humanistas. Hasta el momento nos gobiernan a escala global  los no humanistas, aquéllos para quienes las personas no son más importantes que los bienes de equipo o el capital, sino sencillamente un ingrediente más para su receta de la riqueza. Una riqueza que se acumula cada vez más en menos manos.  Ahí queda eso:

"Yo he sido educado de acuerdo a la interpretación de la historia que sugería que en el principio era la familia, luego las familias se juntaron y dieron lugar a la formación de tribus, más tarde un cierto número de tribus dieron lugar a la formación de una nación, varias naciones formaron una «Unión» o unos «Estados Unidos» de donde fuera y, finalmente, se podía esperar un Gobierno del Mundo. Desde que escuché esta historia plausible tomé un especial interés en el proceso, pero no pude evitar notar que lo opuesto parecía ser lo que estaba sucediendo: una proliferación de Estados nacionales. La Organización de las Naciones Unidas comenzó hace unos veinticinco años con alrededor de sesenta miembros, ahora son más del doble y el número sigue creciendo. En mi juventud este proceso de proliferación se llamaba «balcanización» y se consideraba como algo realmente malo. A pesar de que todos decían que era malo, ha estado ocurriendo alegremente durante los últimos cincuenta años en la mayor parte del mundo. Las grandes unidades tienden a subdividirse en pequeñas unidades. Este fenómeno, tan ridículamente opuesto a lo que me habían enseñado, sea que lo aprobemos o no, por lo menos, no debería pasar desapercibido. 
En segundo lugar, fui educado de acuerdo con la teoría de que para que un país fuese próspero tenía que ser grande (cuanto más grande mejor). Esto también parecía bastante plausible. Miremos a lo que Churchill llamaba «los principados de Pumpernickel» de la Alemania antes de Bismarck y luego miremos al Reich de Bismarck. ¿No es verdad que la gran prosperidad de Alemania fue unarealidad hecha posible sólo a través de esta unificación? De cualquier forma, los suizos de habla alemana y los austriacos de habla alemana que no se unieron tuvieron igual éxito económico y si hacemos una lista de los países más prósperos del mundo encontraremos que la mayoría de ellos son muy pequeños, mientras que una lista de los países más grandes del mundo nos mostraría que la mayoría de ellos son realmente muy pobres. Aquí, de nuevo, hay tema para reflexionar. 
En tercer lugar, fui educado en los principios de la teoría de las «economías de escala», según la cual con las industrias y compañías sucede igual que con las naciones, que hay una tendencia irresistible, dictada por la tecnología moderna, a tener tamaños cada vez más grandes. Ahora bien, es cierto que hoy hay más organizaciones grandes y probablemente también organizaciones más grandes que nunca antes en la historia, pero el número de pequeñas unidades también está creciendo, de ninguna manera declinando, en países tales como Gran Bretaña y los Estados Unidos, y muchas de estas pequeñas unidades son altamente prósperas y proporcionan a la sociedad la mayoría de los avances realmente fructíferos. De nuevo, no es nada fácil reconciliar la teoría y la práctica y la situación del tema del tamaño es realmente desconcertante para todo aquel que se ha formado sobre la base de estas tres teorías. 
Aun hoy se nos dice que estas organizaciones gigantescas son imprescindibles, pero cuando observamos más de cerca podemos notar que, tan pronto como el tamaño grande se ha conseguido, hay a menudo un denodado esfuerzo para crear lo pequeño dentro de lo grande. El gran éxito del señor Sloan, de la General Motors, fue estructurar esta firma gigantesca de tal manera que seconvirtió, prácticamente, en una federación de compañías de un tamaño bastante razonable […..] Lo monolítico fue transformado así en un conjunto de unidades semiautónomas bien coordinadas y llenas de vida, cada una con sus propias energías y sentido de realización. Mientras muchos teóricos (quienes pueden no estar muy estrechamente relacionados con la vida real) todavía siguen ocupados en la idolatría del gran tamaño, con la gente práctica del mundo actual ocurre que hay una tremenda añoranza y ansiedad de beneficiarse, si eso es posible, de la conveniencia, humanidad y comodidad de lo pequeño. Ésta es también una tendencia que cualquiera puede fácilmente observar por sí mismo.
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Lo que deseo enfatizar es la dualidad de las exigencias humanas cuando de lo que se trata es del problema del tamaño: no hay una respuesta única. El hombre necesita muchas estructuras distintas para sus distintos propósitos, las pequeñas y las grandes, algunas específicas y otras generales. Aun así, la gente encuentra muy difícil mantener en sus mentes dos tipos de verdades aparentemente opuestas al mismo tiempo. Siempre tienden a buscar una solución final, como si en la vida actual pudiera haber una solución final aparte de la muerte. Para el trabajo constructivo, la principal tarea es siempre el restablecimiento de cierta suerte de equilibrio. Hoy, sufrimos una idolatría del gigantismo casi universal. Es necesario insistir en las virtudes de lo pequeño, en donde sea factible. (En el caso de que lo que prevaleciera fuese una idolatría de lo pequeño, sin tener en cuenta el tema o el propósito, tendríamos que tratar entonces de ejercer una influencia en sentido opuesto).
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Tomemos el caso del tamaño de una ciudad. A pesar de que uno no puede juzgar estas cosas con precisión, pienso que es bastante acertado decir que el límite máximo de lo que se consideraría deseable para el tamaño de una ciudad es probablemente un número cercano al medio millón de habitantes. Es evidente que por encima de este tamaño no se añade nada ventajoso a la ciudad. En lugares como Londres, Tokio o Nueva York los millones no suponen un valor real para la ciudad, sino que crean enormes problemas y producen degradación humana. Así, probablemente, un orden de magnitud de quinientos mil habitantes podría ser considerado como el límite superior. La cuestión del límite inferior de una ciudad es mucho más difícil de juzgar. Las más hermosas ciudades de la historia han sido muy pequeñas de acuerdo a los modelos del siglo XX. Los instrumentos e instituciones de la cultura ciudadana dependen, sin ninguna duda, de una cierta acumulación de riqueza. Pero el problema de cuánta riqueza ha de ser acumulada depende del tipo de cultura que se persiga. La filosofía, lasartes y la religión cuestan muy poco dinero. Otras actividades que presumen de ser «alta cultura»,investigación del espacio o física ultramoderna, cuestan muchísimo dinero, pero están de alguna manera bastante lejos de las necesidades reales de los hombres. 
Planteo el problema del tamaño apropiado de las ciudades por dos razones: en primer lugar, porque es un tema interesante en sí mismo, y, en segundo lugar, porque en mi opinión es el punto más importante cuando consideramos el tamaño de las naciones.
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Imaginemos que en 1864 Bismarck hubiese anexionado la totalidad de Dinamarca en lugar de sólouna pequeña parte de ella, y que nada hubiese sucedido desde entonces. Los daneses serían una minoría en Alemania, tal vez luchando por mantener su lengua convirtiéndose en bilingües, siendo el idioma oficial el alemán por supuesto. Sólo a través de su germanización podrían evitar convertirse en ciudadanos de segunda clase. Habría una irresistible corriente de los más ambiciosos y emprendedores daneses, convenientemente germanizados, hacia los territorios del sur, y ¿cuál sería entonces la situación de Copenhague? La de una remota ciudad provincial. O imaginemos Bélgica como parte de Francia. ¿Cuál sería la situación de Bruselas? La de una ciudad provincial sin ninguna importancia. No tengo que extenderme más sobre esto. Imaginemos ahora que Dinamarca como una parte de Alemania y Bélgica como una parte de Francia, de repente se transformaran en lo que tan pintorescamente se llama hoy «nats», deseando la independencia. Habría interminables discusiones, acalorados argumentos sobre que esos «no estados» no podrían ser económicamente viables, que su deseo de independencia era, por citar a un comentarista político famoso, «emotividad adolescente, ingenuidad política, economía artificial y un descarado oportunismo». 
¿Cómo puede uno hablar acerca de la economía de pequeños países independientes? ¿Cómo puede uno discutir un problema que no existe? No existe el problema de la viabilidad de Estados o de naciones, solamente hay un problema y es la viabilidad de la gente; la gente, personas concretas como usted y como yo, es viable cuando pueden sostenerse sobre sus propios pies y ganar su propio sustento. No se puede transformar gente no viable en gente viable con sólo poner un gran número de ellos en una gran comunidad, y tampoco se hace gente viable de gente no viable por el solo hecho de subdividir una comunidad grande en un número determinado de comunidades más pequeñas, más íntimas, grupos más coherentes y más fáciles de organizar. Todo esto es perfectamente obvio y no hay absolutamente nada que decir en contra. Alguna gente pregunta: «¿Qué sucede cuando un país, compuesto de una provincia rica y varias provincias pobres, se viene abajo porque la provincia rica se separa?». Probablemente la respuesta es: «Nada importante sucede»; la rica continuará siendo rica y las pobres continuarán siendo pobres.
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No es que nosotros debamos decidir esto, pero ¿qué es lo que debemos pensar acerca de ello? ¿No es aquél un deseo que debemos aplaudir y respetar? ¿No deseamos acaso que la gente esté sobre sus propios pies, como hombres libres y seguros de sí mismos? Así que éste no es un «problema». Yo afirmaría entonces que no existe ningún problema de viabilidad, como toda experiencia demuestra. Si un país desea exportar a todo el mundo e importar desde todo el mundo, jamás se ha aceptado que deba anexionarse a todo el mundo para realizar aquellos objetivos.
¿Qué ocurre con la absoluta necesidad de tener un gran mercado interno? Esto también es una ilusión óptica, si el significado de «grande» es concebido en términos de límites políticos. No es necesario decir que un mercado próspero es mejor que uno pobre, pero es lo mismo que el mercado esté fuera de los límites políticos o dentro de ellos. Yo no estoy convencido, por ejemplo, de que si Alemania deseara exportar un gran número de Volkswagens a los Estados Unidos de América, un mercado muy próspero por cierto, sólo podría hacerlo después de anexionarse a los Estados Unidos.
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Uno de los problemas más importantes de la segunda mitad del siglo XX es la distribución geográfica de la población, la cuestión del «regionalismo». Pero regionalismo no en el sentido de combinar muchos estados en sistemas de libre comercio, sino en el sentido opuesto de desarrollar todas las regiones dentro de cada país. Éste, de hecho, es el tema más importante en la agenda de todo país grande hoy por hoy. Y mucho del nacionalismo contemporáneo de las pequeñas naciones y de su deseo de autogobierno e independencia es simplemente una respuesta lógica y racional a la necesidad de un desarrollo regional. En los países pobres en particular no hay esperanza a menos que exista un desarrollo regional eficaz, un desarrollo fuera de la capital que alcance todas las zonas rurales donde viva gente.
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La economía del gigantismo y de la automatización es un remanente de las condiciones y del pensamiento del siglo XIX, totalmente incapaz de resolver ninguno de los problemas de hoy. Se necesita un nuevo pensamiento, un sistema basado en la atención a la gente y no a las mercancías (¡las mercancías se cuidarán de sí mismas!). Podría resumirse en la frase «producción por las masas en lugar de producción masiva». Lo que fue imposible, sin embargo, en el siglo XIX es posible ahora. Y aquello que fue, si no de forma necesaria sí por lo menos comprensiblemente, descuidado en el siglo XIX es muy urgente ahora.Se trata de la consciente utilización de nuestro enorme potencial tecnológico y cientifico para la lucha contra la miseria y la degradación humana. Una lucha en contacto íntimo con la gente misma, con los individuos, las familias, los grupos pequeños, mejor que los Estados y otras abstracciones anónimas. Y todo esto presupone una estructura política y organizativa que pueda dar esta intimidad. 
¿Cuál es el significado de democracia, libertad, dignidad humana, nivel de vida, realización personal, plena satisfacción? ¿Es ése un asunto de mercancías o de gente? Por supuesto es un asunto de gente. Pero la gente sólo puede ser realmente gente en grupos suficientemente pequeños. Por lo tanto, debemos aprender a pensar en términos de una estructura articulada que pueda dar cabida a una variada multiplicidad de unidades de pequeña escala. Si el pensamiento económico no puede comprender esto es completamente inútil. Si no puede situarse por encima de sus vastas abstracciones, tales como el ingreso nacional, la tasa de crecimiento, la relación capital/producto, el análisis input-output, la movilidad de la mano de obra y la acumulación de capital; si no puede alzarse por encima de todo esto y tomar contacto con una realidad humana de pobreza, frustración, alienación, desesperación, desmoralización, delincuencia, escapismo, tensión, aglomeración, deformidad y muerte espiritual, dejemos de lado la economía y comencemos de nuevo. 
¿Acaso no tenemos ya suficientes «señales de los tiempos» que indican que hace falta volver a empezar?"
             Small is Beautiful (1973)
Ernst Friedrich Schumacher

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