miércoles, 25 de febrero de 2015

Triunfalismo y matemáticas

Ser español es una desgracia como cualquier otra, pero con el matiz de que ésta dura toda la vida. Y con el tinte depresivo de que si, además, tenemos los presidentes de gobierno que tenemos que aguantar, a la desgracia se suma la vergüenza y la humillación. Y me permitiré el lujo de afirmar que un país no tiene el gobierno que se merece, sino sólo el que desean y merecen parte de sus ciudadanos; especialmente esa parte de ciudadanía humilda, mayormente inculta, meapilas y porqué no decirlo, de inteligencia dudosa, que pese a lo muy zarandeada que ha sido por la crisis, aún es capaz de votar, no ya al PP, sino a los engendros que lo dirigen.

Un gobernante debería, ante todo, leerse de cabo a rabo El Principe de Maquiavelo, y aprendérselo de memoria. Y a continuación doctorarse con Baltasar Gracián y El Arte de la Prudencia. Así tal vez podríamos empezar a hablar de gobernantes de cierta envergadura moral y talla política, porque lo que tenemos hasta ahora en Moncloa y aledaños son verdaderos fantasmas de medio pelo.

El triunfalismo agresivo con el que Rajoy ha afrontado el debate del estado de la nación podrá parecer comprensible a los analistas políticos que viven del momio mediático, pero es absolutamente bochornoso en un adulto racional y registrador de la propiedad por más señas, de quien se espera todo el aburrimiento que un registrador puede ofrecer, pero al menos tamizado por una serena ecuanimidad. Nada más lejos de la realidad, el Rajoy que tenemos actualmente es el típico individuo que confunde el vigor con la histeria, la contundencia con la descalificación y la tesis con el dogma, que ya es grave. Algo muy frecuente en individuos de por sí vacilantes y más bien débiles -en el sentido global del término- que suplen su manifiesta inferioridad con elevadas dosis de obstinación y agresividad, pero que carecen de aquello que no se impone, sino que los demás han de percibir; la vieja auctoritas romana.

Claro que Rajoy queda muy lejos de ser Augusto, pero al menos podría tener la dignidad de no pretender asumir las chirriantes formas de Podemos en su defensa del poder derechista que le ha otorgado la crisis y la imbecilidad colectiva. Viéndolo en sus últimos actos públicos se diría que resulta de una histrionismo hiperbólico; es decir, como una especie de imitador de Jack Nicholson ciego de cocaína y en horas muy bajas. Confiemos en que se trate realmente de un papel autoimpuesto por la proximidad de muchos encuentros electorales, porque si la transformación es real, deberíamos empezar a creer que padece algún grave transtorno de la personalidad, algo que no estaría tampoco fuera de lugar en este país durante tanto tiempo regido por Habsburgos dementes y por Borbones que no les andaban a la zaga, que culminaron en el ya democrático pero no menos egomaníaco y megalómano José Mª Aznar, el amigo de idiotas internacionalmente famosos.

En fin, que el agresivo triunfalismo de Mariano en el debate de la nación quedaría como anécdota si no fuera porque una multitud de babosos expectantes, también españoles por desgracia, le jalean y le animan y le van a dar su voto para que siga jorobando al resto, que es la manera como en España los políticos entienden que se ha de  gobernar. No se trata de ser el presidente de todos, sino únicamente de todos los que le siguen como al flautista de Hamelín, directos a la cloaca económica y a la abyección social. Y claro, se le erizan a uno los pelos del cogote al pensar que individuos como ése conforman la élite política de la nación.

Asumamos una cosa: de matemáticas y física elemental Rajoy no entiende una shit, por motivos que en tercero de ESO resultan evidentes (se me ocurre ahora que  a lo peor la mayoría de sus votantes pobres -que son muchos- no lograron acabar los estudios secundarios). A saber: el país ha empezado a crecer porque no podía caer más abajo sin implosionar sobre sí mismo, tanto económica como socialmente. Es decir, el rumbo de España estaba determinado por una serie convergente en un determinado límite, que hubiera resultado imposible de traspasar sin que antes tanto la Unión Europea como el propio gobierno hubieran reaccionado. De hecho, la evolución de la economía española en el 2014 se debe más a una serie de conceptos ampliamente conocidos en estadística de poblaciones, como por ejemplo, la regresión a la media, que es un factor reequilibrador constatado en cientos de variables sociales y económicas, y que impide que las desviaciones se vayan amplificando más y más indefinidamente. Es como una especie de goma elástica que se estira hasta cierto punto, pero luego vuelve gradualmente a su punto de equilibrio (por cierto, y aunque no tenga nada que ver con el tema de hoy, la regresión a la media tiene su campo base en la biología. Por ejemplo, esa es la causa de que la estatura de las poblaciones tradicionalmente bien alimentadas no siga creciendo indefinidamente hasta los límites permitidos por la biomecánica, sino que tras años de crecimiento, las generaciones posteriores vuelven a encoger hasta un punto central estable).

Ciertamente, si el estiramiento de la goma supera su elasticidad, acabará rompiéndola, pero para eso están los mercados internacionales, que del mismo modo que nos han exprimido lo que han querido y más, correrían prestos a evitar tamaño desastre, porque significaría una hecatombe de dimensiones incalculables. España, aunque sólo sea por población y PIB, no es Grecia, Portugal o Irlanda. De hecho es más que los otros tres sumados, así que Rajoy podrá sacar todo el pecho que quiera, pero lo que hemos tenido en el 2014, en gran parte, no se debe a la acción de gobierno, sino a los mecanismos de regresión a la media y a la acción coordinada de agentes externos a nuestra hispánica voluntad. Con Rajoy o sin él, al mundo mundial no le interesaba que España se fuera al garete.

O sea, de lo que acaso pueda presumir Rajoy es de haber llevado la serie a su límite de resistencia justo antes de que se fuera todo a hacer puñetas, lo cual no es que sea muy de agradecer, precisamente. Como si al adolescente matón y acosador gamberro, que además de partirle la crisma al vecinito, hubiera que darle las gracias por no haberlo matado de una paliza. Y encima luego nos dijera: "lo veis, no está muerto, y ha sido gracias a mi". 

Por otra parte, y siguiendo con matemática de bajo nivel, no es lo mismo bajar que subir. Los efectos rebote - y esto lo sabe el economista más lerdo de la facultad más apestosa del rincón más alejado del tercer mundo- suelen ser espectaculares al principio, pero su amortiguación es igualmente muy rápida, hasta quedar muchas veces en nada. Los vertiginosos altibajos de la bolsa son un ejemplo que hasta un profano entiende, a fuerza de verlos constantemente en la televisión. Tienen bastante que ver con la elasticidad del sistema: una goma estirada a su máxima tensión y repentinamente soltada en uno de sus extremos, saldrá disparada en dirección contraria pero al instante se detendrá en el punto medio de equilibrio. No seguirá creciendo llevada por el impulso inicial. Por eso se les llama efecto rebote, y son muy pocos los casos (y casi todos los que se me ocurren son perniciosos) en los que el rebote implica una aceleración sostenida del proceso. 

Pero además, y aquí siento mucha vergüenza nacional al tener que explicar esta obviedad, jugar con porcentajes es muy peligroso si uno no sabe manipularlos adecuadamente. Son explosivos y le pueden amputar a uno la poca credibilidad que le quede. Desgraciadamente, no es lo mismo subir un diez por ciento que bajarlo, y ponerlo de manifiesto es muy sencillo. Perder un diez por ciento de mil euros es quedarse con novecientos; recuperar un diez por ciento de esa cantidad es llegar justo a los novecientos noventa. Diez euros se han quedado por el camino. Y además, en una serie, este efecto es llamativamente acumulativo. Y totalmente válido, por supuesto, en la serie anual del PIB nacional, de modo que si el PIB cae un año un dos por ciento, y al siguiente año sube en dos por ciento también, estamos peor que antes de la caída, guste o no guste, por muy presidente del gobierno que sea uno. Y por mucho que chille histéricamente que la senda de la recuperación ya está ahí, como si él fuera Moisés llevando a su pueblo a  través del desierto. Hay que joderse, sobre todo si la serie descendente es de unos cuantos años y sus efectos porcentuales se acumulan. Cojan una calculadora y hagan la correspondiente iteración, que de eso se trata.

Así que si tenemos en cuenta que el efecto rebote es más intenso cuando se ha llegado al límite inferior o superior de elasticidad de un sistema, y que esa intensidad está directamente relacionada con la lejanía al punto de equilibrio medio; y si además tenemos en cuenta que subir una pendiente es mucho más trabajoso que bajarla, el crecimiento español del 2014, aunque es de agradecer, no es que sea para tirar cohetes. Y mucho menos para hacer las proyecciones de crecimiento económico que perfilan los medios para los próximos años, como si esto fuera Singapur en los buenos tiempos. Hay que ser idiota para escribir semejantes imbecilidades, pero lamento decirlo, hay que serlo más aún para tragárselas sin masticar, y encima pagando.

Sobre todo porque esta crisis se está ¿superando? gracias a los millones de personas que han perdido sus empleos, sus casas, sus ahorros, su salud y su autoestima. Eso son matemáticas y no los tejemanejes gubernamentales con el PIB. Para que venga el cantamañanas ese y sus secuaces encorbatados a darnos lecciones de cómo hacer bien las cosas y decirnos lo majos que son y etcétera.

Con razón la Villalobos, presidenta en funciones del Congreso durante el debate, se limitaba a jugar al Candy Crush en su tablet mientras el capo engranaba una tras otra su sarta de falacias grandilocuentes. Para desconectar de tanta soberbia triunfalista, tanta mentira indecorosa y tanta chorrada incalificable de su jefe de filas.

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