jueves, 27 de noviembre de 2014

Mundos distópicos

El conflicto entre los defensores de la legalidad, esos talibanes del orden establecido, y los partidarios de la ética, esos sospechosos habituales de minar el orden establecido, no es exclusivo de este país. Por desgracia para el género humano y regocijo de ese Dios que, de existir, debe divertirse de lo lindo con los delirios de sus criaturas, suelen ganar los primeros por goleada año tras año, era tras era, desde el inicio de los tiempos.

Mucho puede aportarnos nuestro entorno, presuntamente avanzado, de estados que presumen de derecho (ya ni me atrevo a usar el término “democráticos”) y que por la vía del imperativo legal están consiguiendo destrozar el tejido social al que pretenden amparar, so pretexto de que la legalidad que conciben sus dirigentes es tan sagrada e intocable como las tablas de la ley que libró Yavéh a Moisés en un arrebato legislativo digno de mayor encomio.

En fin, que en todas partes cuecen habas, y en todas se les pasa el cocido y les queda un mejunje pastoso que sus cocineros, aún así, nos muestran como una alta creación culinaria y exégesis de todos los beneficios salutíferos para el alma de este vapuleado cuerpo social. Manda cojones para que a estas alturas, y con tanta insistencia en la democracia, la constitución, la madurez democrática, el estado de derecho y unas cuantas zarandangas más, pretendan hacernos un alisado japonés de las circunvoluciones cerebrales a fin y efecto de que nuestro pensamiento sea más acrítico que el de una morsa. O una Soraya, que es la que da la cara en España por las majaderías de su gobierno, y encima se las cree, con esa pinta de alumna aplicada de primera fila de pupitres.

Las cosas como son, y los judíos a la suya. Con un considerable sesgo interpretativo de lo que debe ser un estado de derecho, pretenden constituirse en “estado judío”, con todas las connotaciones que tiene semejante imbecilidad desde el punto de vista histórico, social y ético. Porque ahora nos saldrán con que tal definición es una respuesta al clamor social y etcétera, pero la realidad es que de seguir adelante, tendremos el primer estado “demoteocrático” del mundo, donde la frontera entre la primacía del demos y la del teos va a quedar más diluida que las aguas del Llobregat en el Mare Nostrum. Engendro teocrático-racial, éste, que dará mucho que hablar, pero que será rigurosamente legal y sacrosantamente intocable hasta que alguien en su sano juicio y con el debido apoderamiento, derogue semejante bestialidad. Y así la Soraya hebrea de turno podrá decir, entre cariacontecida y amenazante, que eso no se toca, y que los israelíes que no sean judíos en cambio serán jodíos hasta el juicio final. Amén.

En el otro extremo del globo, pero no menos esquizofrénico por mucho que sea el policía del mundo mundial, tenemos a unos EEUU en los que el empeño en una cierta perspectiva de la legalidad wasp les conduce sistemáticamente a brotes de violencia racial que les dejan las calles y la imagen hechas unos zorros. El caso norteamericano es curioso porque ha sistematizado en la bochornosa figura del jurado el prejuicio racial como base sobre la que sustentar el sistema judicial penal (algo que da grima a cualquier espíritu medianamente crítico e independiente) y por otra parte se acoge a la sagradísima Constitución de nuevo (se ve que es un leit motiv del democratíquisimo poder establecido a este lado de los Urales) para seguir manteniendo, contra viento y marea, que todos los yankis puedan portar armas como si cualquier cosa, aunque por el camino se hayan convertido en la sociedad más gratuitamente
violenta de Occidente si descontamos a las repúblicas bananeras centroamericanas que tan deudas son del sistema norteamericano para resolver las disputas.O sea, a tiros.

En resumen, que la legalidad americana es de tal magnitud que un si un policía acribilla a un niño de doce años porque es negro y lleva una pistola de juguete hay que absolver al policía porque el gatillo fácil lo tiene cualquiera, ya se sabe; y sobre todo con esos negratas urbanos, que cuanto más jóvenes, más peligrosos son. Así que pelillos a la mar y el poli a su casa. Como el inocente y eficiente policía judío que le asestó dos tiros bien dados por la espalda al palestino que huía y luego alegó defensa propia aunque las cámaras lo habían grabado y lo ha visto medio mundo (el otro medio ha preferido no verlo para no tener que reconsiderar según qué apoyos prestan a Israel). Y es que claro, un palestino huyendo es mucho más peligroso que un palestino muerto, válganos Yavéh.

Así que si nuestra Soraya fuera yanqui, me gustaría viéndola justificarse con ese posado suyo tan serio, trascendental y estudiado, y con ese tono de perfil aparentemente sosegado pero retador y aguerrido, afirmando con contundencia que la legalidad es así, y porque unos cuantos cientos de miles de negros de mierda se subleven en las principales ciudades norteamericanas, el gobierno no tiene que reconsiderar su política sobre el uso y tenencia de armas porque la Constitución, ante la que todos nos arrodillamos y persignamos, no permite semejante cosa.

O bien imaginarla como ministra de parafernalia sionista, rezongando en hebreo que la constitución del estado judío es sólo para los judíos, y que el resto es casta de segundo orden al estilo hindú, y que por lo tanto los palestinos pueden ser tratados como untermensch que carecen de la categoría humana suficiente como para no ser tiroteados alevosamente por la espalda, porque así lo impone la inmutable legalidad mosaica.

En definitiva, que el divorcio entre la legalidad democrática, a la que ya hace mucho tiempo se le cayeron las bragas y va por la historia enseñando las vergüenzas, y la decencia ética y el mínimo respeto por la condición humana, es tan palpable; y tan enorme el distanciamiento entre lo que es de justicia y lo que recibimos de las leyes que nos promulgan para hacernos luego comulgar con sus ruedas de molino, que permítanme ustedes que reitere, a gritos si es preciso, que el estado de derecho no es esto, ni se le parece.

Gobernar sin oir el clamor ciudadano, sin responder más quea  intereses partidistas y sectarios, y sin atender a la importancia del respeto a la vida humana ante todo y en todo momento, es un insulto a la condición de seres evolucionados que se nos supone. Si además de eso quienes rigen nuestro destino se empeñan en mantener una farisaica rigidez e inamovilidad legal, practicando la ceguera voluntaria ante los palpables cambios sociales y la constatada evolución de las necesidades ciudadanas, y omitiendo que las minorías también merecen ser escuchadas, atendidas y tratadas con respeto, concluiremos que con esas premisas no podemos permitirnos el lujo de calificarnos de demócratas ni de partícipes de un estado de derecho. En todo caso, será  un estado de los derechos de unos cuantos.

Éste sí que es un mundo distópico, y no el de "Los Juegos del Hambre".

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