miércoles, 7 de mayo de 2014

El Barça, la liga y la ética

Lo que va a suceder las dos próximas semanas en la liga de fútbol española da para muchas cábalas, pero especialmente para una reflexión dedicada a todos aquellos que muchas veces son incapaces de entender las razones de estado. Unas razones que, al parecer, son perfectamente asumibles cuando se trata de fútbol. O de cualquier otra cosa por la que nos sintamos directamente afectados, por banal que resulte.

Estamos asistiendo estos días a una tormenta de opiniones entre quienes apelan a la ética deportiva y los que, por el contrario, argumentan que la razón “política” está por encima de cualquier otra consideración. Lo que causa cierta perplejidad es que muchos de quienes defienden la llamémosla “razón de estado fubolística” son aquéllos que para todo lo demás, especialmente en lo que se refiere a política internacional, acusan gravemente a los aparatos de poder estatales –y muy especialmente a los Estados Unidos y a sus servicios de inteligencia- de operar bajo el escasamente ético principio de que todos los medios son válidos en lo que a la seguridad nacional se refiere.

Viene esto al caso de que a falta de dos partidos, y salvo que se repita algún evento como el del último fin de semana, que puso de manifiesto que los futbolistas no han oído siquiera hablar del célebre “cisne negro”  de Nassim Taleb (que no es otra cosa que hablar del poder inconmensurable de los sucesos altamente improbables), el Futbol Club Barcelona se va a erigir en árbitro del campeonato de liga 2013 – 2014. Y tendrá que elegir entre la ética -luchar hasta el fin para ganar, aunque sea a costa de darle la liga al Real Madrid- o actuar conforme a la lógica política, que dicta que el Barça jamás debe regalarle una liga al eterno rival, y más si eso implica que haría doblete este año.

Habrá que blindarse bien los oídos porque estas semanas vamos a escuchar imbecilidades sin cuento ni límite, donde por supuesto, los seguidores madridistas apelarán (sin mucho convencimiento pero con mucha vehemencia) a la ética barcelonista para no dejarse ganar el partido y los del Barça apelarán a la “realpolitik” para aducir todo lo contrario. Y no les faltará razón a ninguno de los bandos. Por un lado, las argumentaciones éticas no sirven de nada si, con la mano en el corazón, los seguidores madridistas no son capaces de jurar que en situación inversa  exigirían la misma actitud a su equipo. Pero no es el caso; la inmensa mayoría del madridismo preferiría morir antes que entregarle una liga al Barcelona, valga la hipérbole.

Tampoco es de recibo la contemporización de algunos barcelonistas que dicen  guiar habitualmente su pensamiento según una ética estricta, pero que son conscientes de que el Real Madrid, llegado el caso, se dejaría ganar para torpedear un campeonato azulgrana, y que justamente por ese motivo dejan la ética bien aparcada a un lado y van a asegurar el tiro según una anticipada ley del Talión. Pocos son  los que desean con toda su alma que el Barcelona pierda el último partido pero que lo pierda con sentido épico y estético. Que sea un canto del cisne que entrega su vida por el fair play aún a riesgo de  salvar al eterno enemigo.

La cuestión de fondo no es tanto el fútbol, que es pasatiempo cercano a la futilidad, sino cómo enfocamos las cosas cuando nos afectan  emocionalmente. Es decir, en aquél terreno donde la moral  y la virtud dejan de tener importancia porque lo que nos jugamos es algo de mucho más  valor práctico y tangible. Y sobre todo porque dejamos de ser jueces de los demás para convertirnos en parte activa de un dilema en el que las connotaciones van mucho más allá de lo meramente opinable.

Como bien ha retratado la admirable serie Homeland, la seguridad nacional y los servicios de inteligencia muchas veces deben moverse en un juego de luces y sombras en el que pocos pueden llegar a ver el panorama de fondo con detalle. En ese sentido, es muy sencillo criticar sistemáticamente a los operativos de seguridad bajo el pretexto de que su actuación es carente de ética respecto al adversario. Y ciertamente, en muchas ocasiones lo es, pero debe ser analizada a la luz del mal mayor que podría causar seguir unas convenciones éticas y morales que el adversario no está dispuesto a  respetar.

Desde esa perspectiva, habría que darle peso a ese argumento inverso de que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Y como toda guerra, las acciones en clave política deben responder a unos objetivos: causar el máximo daño al adversario minimizando el propio. Y aquí las consideraciones éticas deben imponer determinadas restricciones, pero con un  límite obvio: no perder las batallas decisivas.

Como me dijo una vez una persona cercana a operaciones de inteligencia, resulta  muy fácil criticar las cosas que se hacen en las cloacas del estado mientras que los ciudadanos están tan ricamente tumbados en las playas tomando el sol o  mientras van de compras por los bulevares, totalmente inconscientes de la fragilidad de sus vidas, que están casi siempre en manos de un puñado de soldados, vistan uniforme o no.

Uno, que es pragmático por naturaleza y las ha visto ya de variada gama de colores, es escéptico respecto a las arengas a la ética  formuladas en clave generalista y a  distancia más que razonable de los hechos que las motivan. En ese sentido, hasta el tradicional quijotismo español se resquebraja y desmorona, porque aquello de la honra sin barcos años ha que se fue al garete, junto con toda una legión de románticos que hoy vemos como trasnochados. Y que en todo caso resultan los tontos útiles de un patriotismo carente de toda ética, pardójicamente.

Por este motivo está claro que, del mismo modo que la afición barcelonista jamás perdonará a sus jugadores que le entreguen la liga al Real Madrid (porque sólo hay una cosa peor que perder la liga, y es perderla para que la gane el RM), hay que ser realistas y contemplar la política exterior bajo el mismo prisma. Dejar de criticar a los aparatos estatales por sus actuaciones en el exterior sin conocer las razones de fondo sería un buen paso. A fin de cuentas, las sostiene la misma argumentación que impide a un ferviente barcelonista pedirle a su equipo que gane el último partido de liga. El hecho de que en un caso haya vidas en juego y en el otro no es irrelevante. No hay un ética de primera clase y una que viaje en tercera.

Tal vez ante nuestra incapacidad de ser perfectamente racionales y lógicos todo el tiempo, y sobre todo ante nuestra impotencia para seguir los dictados éticos fundamentales durante toda nuestra vida, sería razonable empezar a aceptar que las cosas son siempre mucho más imperfectas de lo que nos gustaría; que vivimos constantemente ante dilemas que nos obligan a escoger entre lo ético y el beneficio práctico; y sobre todo, que es muy fácil ser juez distante de las acciones de los demás, pero totalmente imposible mantener la objetividad cuando somos parte afectada. Porque cuando las cosas nos tocan de cerca, siempre solemos optar por el beneficio práctico más allá de cualquier otra consideración. Si hay algo peor que el relativismo social es el relativismo moral, ese en el que caemos demasiado frecuentemente y que consiste en usar distitntas varas de medir según los hechos nos beneficien o perjudiquen.

Por eso harían bien muchos de esos pretendidos progresistas de salón que claman derechos a diestro y siniestro para cualquier colectivo habido y por haber, que tengan presente que la acción política es más el arte de lo socialmente posible que una lucha a brazo partido por imponer una rigidez ética que es traje que sienta muy bien a los demás, pero que nos revienta  las costuras cuando lo vestimos nosotros.  

Por eso es mejor dejarnos de zarandajas y admitir que el colectivo azulgrana desea ante todo que el Barça pierda el último partido de la liga, si con ello impide que los merengues la paseen por la Cibeles. Y que se entere bien pronto el cuerpo técnico y la directiva, no sea que con ello consigan divorciarse aún más de una masa social que se distancia de sus dirigentes con extraordinaria facilidad cuando se siente frustrada. En los tiempos que corren, la ética es un arma para agredir al contrario con ella, no una herramienta para la perfección de nuestro espíritu. Lástima de realidad..

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