jueves, 22 de mayo de 2014

Coca Cola y justicia universal

O de cómo los intereses estratégicos de las grandes multinacionales y de los gobiernos pasan por encima de cualquier consideración ética, e incluso de la más elemental lógica. Dos situaciones, en principio totalmente divergentes, pero que nos llevan a una misma conclusión. Totalmente pesimista y, aún peor, ni siquiera considerada por la mayoría de los medios de comunicación, salvo para dar carnaza insustancial a la audiencia.

Hace escasos días, Coca Cola ha retirado un spot publicitario ante las quejas de una asociación. Hasta aquí normal, si no fuera porque Dignidad y Justicia es una asociación de víctimas del terrorismo, que muy poco tiene que ver con la Coca Cola en particular y con la publicidad en general. Sin embargo, dicha asociación parece estar con el ojo avizor en todo, incluso en temas en los que no debería meter el hocico, puesto que su injerencia es claramente inconstitucional. Todo a cuenta de que han denunciado ante Coca Cola su último anuncio, en el cual uno de los actores que aparece ha apoyado a presos etarras en el proceso para que se los reagrupe en el País Vasco. El interfecto no tiene antecedentes de ningún tipo, y solamente se ha significado políticamente por ese motivo.

Este país -de mierda, todo hay que decir y perdonen el exabrupto pero es que se  me sube la sangre al ático- se ha vuelto toscamente policial e inquisitorial con las opciones privadas de cada cual, hasta el punto de convertir en asfixiante el mero hecho de tener gustos que disientan de los que los autoatribuidos comisarios de la mente y del espíritu definen como correctos. Porque, francamente, en ningún lugar civilizado se exigen credenciales políticas para ser actor, salvo en los Estados Unidos del senador McCarthy y de eso hace ya más de sesenta años, y es episodio que aún sigue avergonzando a la mayoría de norteamericanos pese al tiempo transcurrido.

Y el caso es que a los actores, sean cinematográficos, teatrales o publicitarios, no se les exige ninguna acreditación de pureza ideológica para participar en los proyectos para los que son contratados. Pero aquí, en España, por lo visto sí. Como ha señalado la productora del anuncio, McCann,  indagar sobre cuestiones de afinidad política "podría" ser inconstitucional. Yo les aseguro que no sólo podría, sino que directamente es inconstitucional: los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, según reza taxativamente el artículo 14.

Así que Indignidad e Injusticia se ha regido en juez, parte, árbitro y verdugo de una cuestión en la que no podría ni debería siquiera entrar, por mucho que les disguste ver en la tele la jeta de un señor que ha pedido públicamente que se reagrupe a los presos vascos, lo cual no es ni ha sido nunca un delito, aunque al paso que vamos, pronto lo será. Como lo será cualquier opinión que disienta del credo neofascista que impregna a mucha de la derecha hispana.

La bajada de pantalones de la multinacional Coca Cola es de las que daría risa, si no fuera auténtica y genuinamente penosa. El emblema de la libertad yanqui cede a las presiones de un grupo de personas que tienen todo el derecho del mundo a reclamar protección en cuanto víctimas del terrorismo, pero que carecen de ninguna legitimidad para hacer de carceleros de las opiniones privadas de las personas. Y mucho menos para imponer sus criterios de selección de los trabajadores a una compañía ajena a todo el demencial ajetreo del País Vasco. Se nota que los intereses geopolíticos de Coca Cola han prevalecido sobre la decencia y la dignidad empresarial, y se han plegado al chantaje de un colectivo que no anda muy lejos de actuar según prácticas no ya discriminatorias, sino directamente mafiosas.

También sería de risa el asunto en el que nuestro gobierno del PP se ha enfrascado con la prohibición de la justicia universal, si no fuera porque esconde también un interés geoestratégico fundamental, acompañado de la pertinente bajada de pantalones y mirando a Cuenca sin pudor alguno. Pública y notoria, como la de la compañia Coca Cola, aunque los voceros de la prensa progubernamental han procurado escurrir el bulto de forma tan descarada como vergonzosa.

La cuestión es que, por fin, una figura pública como el juez Andreu ha dicho lo que todo el mundo decente esperaba: que cargarse la justicia universal por intereses geopolíticos es una auténtica vergüenza. El asunto huele a podrido a kilómetros de distancia. El juez Moreno quería imputar al expresidente chino Hu Jintao por el genocidio del Tíbet, y la reacción de Rajoy y compañía ha sido inmediata. Por vía de urgencia se han cargado la posibilidad de que ese hombre sea juzgado en tierra hispana. Los intereses de China en España, económicos, of course; así como las inversiones de empresas españolas en China, estaban en serio peligro si se llevaba a cabo la imputación y eso no podía consentirse, faltaría más.

Da lo mismo si con esa medida hay que liberar, a diez, cien o mil narcotraficantes, responsables de miles de muertes en este y otros muchos países, o si delincuentes internacionales pueden campar a sus anchas por España sin siquiera ser molestados. Como ha señalado el juez Garzón, hasta el líder de Boko Haram podría venir a veranear por aquí y la justicia española no podría hacer nada por impedirlo. A fin de cuentas poco importan unos miles de muertos si con ello se benefician las arcas públicas o las privadas de las grandes corporaciones patrias.Y que no nos vengan ahora con el sonsonete de crear empleo y puestos de trabajo: los intereses de los que se trata son puramente macroeconómicos. Del dinero chino en España no veremos nunca un duro los ciudadanos de a pie. Tampoco los beneficios de las inversiones españolas en china revertirán en la mayoritariamente sufrida población hispana, sino en las cuentas corrientes de los accionistas de las empresas del Ibex 35.

Este país, triste, sucio, rastrero y fratricida se somete al dictado de los intereses de unos pocos, muy pocos, que revestidos de piel de cordero son auténticos lobos para sus conciudadanos. Y que además pretenden darnos lecciones de moral y de dignidad. Los mismos siniestros personajes que hace tiempo vendieron su patrimonio ético por un plato de lentejas. O por unas Coca Colas, que la ronda la pagamos entre todos.

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