lunes, 18 de noviembre de 2013

El fin de "la conllevancia"

Muy recomendable libro de Germà Bel sobre las relaciones entre Cataluña y España. “Anatomía de un desencuentro” es un análisis muy lúcido sobre las causas –que se arrastran de lejos- que han motivado el creciente distanciamiento, ya casi irreversible, entre Cataluña y España. Me parece tan importante, que a continuación de este post pondré el enlace que, a modo de extracto, ha publicado recientemente Eldiario.es en su siempre loable “Zona Crítica”.

De todo cuanto expone Bel en su libro y en diversas entrevistas que ha concedido, me quedo con dos detalles que me parecen fundamentales, y una conclusión que debe tenerse en cuenta, por muy dolorosa que resulte.

Ante todo, la tremenda campaña de desinformación que se está lLevando a cabo en España respecto a las causas del auge del independentismo en Cataluña. Baste decir que no se trata de la ideologización de las aulas a la que tan bárbaramente se prestó el ministro Wert como excusa para intentar acabar con la autonomía catalana en materia de educación. Al contrario, todos los datos demuestran que el mayor auge del independentismo se da entre los que –como yo- crecieron en la educación tardofranquista y de la primera democracia. Gente a la que no se puede calificar de otro modo que de desilusionada con la transición democrática en España. Y gente que no siendo especialmente soberanista en sus inicios, se ha visto continuamente estafada por el hecho de habitar en la esquina noreste de la península, e impelida por ello a una actitud rupturista.

Desilusión, desconfianza y una alta dosis de hastío respecto de las decisiones políticas de nuestros lejanísimos gobernantes de Madrid han conseguido que incluso los catalanes no especialmente adoctrinados se encuentren ahora en la disyuntiva de someterse o rebelarse, porque ya no hay más salidas. Como menciona Bel en su libro, citando a  Albert Hirschmann,  "En algunas situaciones, la salida es una reacción de último recurso, después de que la voz ha fracasado". Y ciertamente, la voz ha fracasado de forma estrepitosa y definitiva. Que los adalides del centralismo español quieran achacar las culpas al sistema educativo catalán o a un presunto cerco, acoso y derribo de lo español en Cataluña en plan “noche de los cristales rotos”, al más puro estilo nazi, con quien la ultraderecha fieramente hispánica suele compararnos en el colmo del sarcasmo y del cinismo más desvergonzado, no es más que una hipócrita autoexculpación carpetovetónica sobre sus propios  errores cometidos con Cataluña.

En segundo lugar, es del todo punto imprescindible enfatizar en la percepción de la sociedad española de que “Cataluña es España, pero los catalanes no son españoles”, algo que pone muy de manifiesto que el problema catalán, que ya Ortega y Gasset adivinó irresoluble por los métodos tradicionales  hace cosa de ochenta años, no es un unilateral, sino que es recíproco y de alta simetría: se rechaza todo lo catalán por extraño, ajeno, diferente. Igual que en media Europa se ha rechazado históricamente a todo lo judío, por mucho que fueran nuestros vecinos  y hablaran nuestro propio idioma. Eso sí, el rechazo a los ciudadanos no se ve acompañado de un rechazo territorial, sino al contrario, conduce a una mayor apología de la unidad territorial, recurriendo incluso a  amenazas de carácter militarista para mantener la integridad nacional.

O sea que en España se fomenta el odio al catalán como hace cinco siglos se fomentó el odio al judío hasta que se consiguió expulsarlos de la península, en la gran diáspora sefardí que tanto daño hizo a la cultura, la ciencia y la economía hispanas. Muchos furibundos nacionalistas españoles sueñan con la expulsión o el exterminio de los catalanes y apoderarse de una Cataluña inerme para españolizarla, para hacer una limpieza étnica al estilo balcánico. Sueño utópico y reprimido por el momento, porque resultaría inadmisible desde la perspectiva de la Unión Europea, pero que puede intentar aflorar en cualquier momento. La pulsión anticatalana es más por una cuestión territorial que por cualquier otra. Si existiera la posibilidad de que los catalanes zarparan abandonando el territorio peninsular para fundar una Nueva Catalonia, al estilo del estado de Israel surgido tras la segundo guerra mundial, me juego los restos a que a buen seguro nos dejarían partir la mar de contentos y satisfechos.  Con tal de perdernos de vista y quedarse con la tierra, cualquier cosa.
Sin embargo la cuestión es qué sería de una España íntegra, con su Cataluña y todo, pero sin los catalanes. Y la respuesta la sabemos todos, incluso los más feroces voceros que se pasan el día escupiendo su odio en los medios de comunicación. Sería un desastre para España, sin paliativos.  Cierto que las primeras generaciones de catalanes exiliados pagarían un precio muy alto, pero al menos la recompensa llegaría poco más tarde, cuando bajo una bandera propia y reconocidos a nivel mundial, pudieran hacer uso real de su soberanía para gestionar una economía que no fuera vasalla de un mal llamado principio de solidaridad interterritorial que ha devenido un engendro monstruoso.

Y uso la analogía del pueblo judío  porque además de venir a colación de forma más que pertinente, nos permite sacar conclusiones de cómo tendrá que plantearse el futuro de Cataluña si no quiere resignarse al sometimiento y al asimilación a las que se refiere Germà Bel en su ensayo. Porque Israel no obtuvo el reconocimiento real hasta que no empezó a ser temido por su poderío militar y económico. El sionismo fue la fuerza capaz de aglutinar a millones de personas de muy variados orígenes e ideologías para dotar de consistencia al cuerpo del estado de Israel. Y el sionismo siempre tuvo un componente altamente agresivo y militarista, como no podía ser de otra manera.

Cuando la voz ha fracasado, la salida es el último recurso. Tomen nota unos y otros, pero especialmente los catalanes: nunca se dejará salir a Cataluña por las buenas, con buenos modales y con gestos únicamente democráticos y conciliadores. Hará falta saber si la sociedad catalana estará en breve dispuesta a seguir el camino de Israel. O bien si optará por la alternativa cobarde y resignada de someterse, una triste posibilidad que muchos catalanes vemos como más que factible. No va más, porque hemos llegado a un punto en el que “la conllevancia” del problema catalán, como decía Ortega y Gasset, se ha vuelto imposible para ambas partes.

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