miércoles, 20 de abril de 2016

El azar perturbador

Los Talebitas somos pocos, pero afortunadamente algunos son muy influyentes en el entorno científico, aunque sistemáticamente ninguneados por el sector económico oficialista, que de hacer suyos los postulados formulados por Nassim Taleb sobre azar, imprevisibilidad y fragilidad de los sistemas, verían peligrar la inmensa mayoría de sus inútiles pero extraordinariamente bien remunerados puestos de trabajo. De hecho, la boutade más espectacular de Taleb fue su petición pública para suprimir el premio nobel de economía, debido a las nefastas consecuencias reales de la majadería en que se han convertido esos laureles, en los que se premian estudios que en realidad no van ninguna parte, salvo a engordar el bolsillo de sus destinatarios.
 Taleb es un apasionado de la aleatoriedad, y de lo mal que nos manejamos con ella, lo poco que sabemos preverla, y lo mucho que necesitamos buscar patrones de regularidad donde en realidad no los hay. Es decir, nos inventamos regularidades para justificar nuestra necesidad de que el mundo responda a una predictibilidad concreta. Lo cual nos ayuda a sentirnos más seguros, pero no a estarlo de veras. En su libro Fooled by Randomness (desafortunadamente traducido al castellano como “¿Existe la suerte?”, como si hubiera alguna duda sobre el azar que gobierna nuestras vidas), Taleb hace un divertido y significativo estudio sobre las hazañas deportivas, y como (en gran medida) las grandes rachas son más aleatorias que otra cosa, lo cual vale tanto para el básquet como el béisbol y, por descontado, el fútbolaunque él, como buen norteamericano, ni lo menciona.
 Uno de los grandes errores de la gente común consiste en considerar que una serie aleatoria implica que los datos han de estar repartidos de forma estadísticamente regular a lo largo de toda la serie, lo cual es una falacia de campeonato. Aunque es cierto que en una serie aleatoria de dígitos, si es suficientemente larga, estarán todos ellos representados de forma más o menos equitativa, no es menos verdad que dentro de la serie habrá muchos fragmentos en que determinados resultados se repetirán de forma que podríamos calificar de sorprendente. Cualquier jugador de ruleta sabe que, en promedio, a lo largo de una noche de juego, saldrá igual número de rojos que de negros. Pero también habrá visto como algunos se arruinaban la fiesta tras salir doce veces seguidas el negro mientras apostaban a  doble o nada al rojo.
 En versión barata puede reproducirse esta situación arrojando una moneda al aire cosa de quinientas veces. Muchos se sorprenderán al ver que pueden conseguirse rachas de hasta cuarenta caras seguidas o más, aunque el resultado global sea de casi empate entre caras y cruces. Este fenómeno, junto con el de regresión a la media (que es una constante de toda variable que forme parte de un sistema tendente al equilibro y que pueda medirse estadísticamente) nos da una explicación razonable a cosas aparentemente misteriosas.
 Por ejemplo, que el Futbol Club Barcelona haya cascado en la Champions, y esté a punto de tirar la liga por la borda tras haber encadenado treinta y ocho partidos seguidos sin perder. Y todo por culpa de una mala racha de cuatro partidos consecutivos perdidos. En realidad, lo que demuestra la estadística es que para un equipo determinado (con un presupuesto equis similar a lo largo del tiempo) el número de victorias y derrotas por temporada es bastante similar a lo largo de una serie histórica. Eso sí, puede encadenar cuarenta victorias consecutivas y en un momento determinado proclamarse campeón de toda competición que se le cruce por delante; pero antes o después volverá a perder partidos en número suficiente como para equilibrar la estadística, regresar a su valor medio y -si le ocurre en mal momento- perder toda oportunidad de conseguir títulos. El azar siempre está presente, y más en un sistema multivariable como es el deporte de equipo, aunque lo dicho también es válido para los deportes individuales, en los que el azar y la regresión a la media se han constatado infinidad de veces.
 Es obvio que no sólo el azar gobierna nuestras vidas, pero también lo es que siempre infravaloramos en exceso la suerte (buena o mala) que acompaña a todos nuestros actos. Y esto es así porque hay mucha gente que se gana la vida dibujando mapas del éxito (y sus simétricos mapas del fracaso), como si existieran recetas para triunfar en cualquier actividad. Lo que hace falta para triunfar en un reto difícil son dotes y un montón de azar en forma de buena suerte (o hacer trampas, que es recurso pocas veces mencionado en los libros de autoayuda). Y lo que menos falta hace son mapas o recetas. Porque como dice Taleb, es mucho mejor moverse sin mapa que con un mapa equivocado. Porque sin mapa, al menos seremos prudentes y tantearemos, y aunque existe la probabilidad de extraviarnos, también existe la de conseguir llegar a nuestras metas. Pero con un mapa equivocado, a buen seguro que nos perderemos en el cien por cien de las ocasiones (cosa que, por otra parte, saben bien quienes alguna vez han confiado ciegamente en las indicaciones del GPS para acabar con el coche en medio de un descampado que “no estaba ahí”).
 Así que los analistas futbolísticos pueden dejar de romperse los cascos buscando explicación al desastre del Barça en este mes de abril Sencillamente, el azar y la media histórica ponen las cosas en su sitio. Lo que sucede es que no es lo mismo perder cuatro partidos repartidos equitativamente entre cuarenta jornadas (digamos uno cada diez encuentros) que perderlos todos seguidos, por la sencilla razón de que las expectativas que se crean (y que se pierden) son radicalmente distintas en un caso y en otro, aunque estadísticamente sean idénticos. Y al que no crea en ello, le recomiendo que analice las tablas de triunfos y derrotas de la liga, coteje la serie histórica desde 1990 y se sorprenda de la regularidad que aparece en el trasfondo, con sus subidas y bajadas y sus regresiones a la media.
 Y es que la mente nos juega malas pasadas intentando dibujar un mapa del mundo en el que las cosas tengan una explicación empírica y sistemática, como si el caos y lo aleatorio no tuvieran cabida. Nos aferramos a clavos ardientes y ajustamos nuestras percepciones a ello, aunque objetivamente eso sea del todo ilusorio. Sólo así se explica la satisfacción que produce remontar una mala temporada y la frustración que causa tener un bajón, aunque en la línea de meta estemos igual en un caso que en otro. Por eso, psicológicamente (y sólo psicológicamente, aunque la gestión de las emociones tenga una notable influencia en el desempeño nuestras actividades) es mucho mejor empezar mal una actividad cualquiera (una competición deportiva, un máster en ciencias exactas o la jornada laboral) y acabarla bien, que a la inversa, aunque el resultado final sea el mismo en un caso que en otro. Así se comprende la euforia deportiva de los clubes que han estado bordeando el descenso de categoría durante la temporada para acabar salvándose y quedar –como cada año- en la parte media de la clasificación. Justo al contrario de los que han comenzado a lo grande, ganando lo impensable, para después acabar donde siempre, es decir, en la misma zona media de la tabla.
 Por cierto, en situaciones de fragilidad manifiesta es donde el poder del azar se manifiesta de forma más contundente, por la sencilla razón de que lo aleatorio se manifiesta con mayor intensidad cuantas más variables influyan y menos predecibles sean. Hay un ejemplo fascinante al respecto: una piedra de cinco kilos de peso será difícil que se mueva un metro en un año, salvo si algún fenómeno meteorológico intenso la afecta (una riada, por ejemplo). En cambio, los mismos cinco kilos de material pétreo, pero desmenuzados en arena, acabarán repartidos en un radio de decenas de metros a cabo de poco tiempo. Lo aleatorio se manifiesta de forma notable en situaciones de fragilidad, inestabilidad y con muchas variables en juego. Eso es, precisamente, lo que está sucediendo en España en este momento político. De modo que resulta totalmente estúpido ponerse a hacer predicciones (salvo las interesadas, que no son más que globos sonda o  manipulaciones mediáticas del sentir popular) sobre el resultado y consecuencias de unas posibles elecciones generales en junio.
 Igual de estúpido y azaroso que predecir quién ganará la liga cada año. Y por favor, que nadie crea aquello tan infantil de que gana el mejor. Determinar el mejor sólo puede hacerse con un número significativo de jugadas, cosa que saben muy bien en la NBA, y por eso las finales se juegan a la friolera de siete partidos. Aunque seguramente, si se hiciera al mejor de veintiún encuentros, o de noventa y nueve, el resultado sería sorprendentemente ambiguo. Para nuestra frustración, una repetición suficientemente larga nos daría el habitual cincuenta por ciento de triunfos para cada equipo. Por eso, el deporte (y la política) se apañan para que parezca que existe un resultado seguro: nos dan siete partidos porque parece más objetivo que una final a un solo encuentro y porque con un número impar de opciones no puede haber empate, pero en realidad lo que estamos haciendo es acercarnos a lo puramente estocástico: cuanto más intentemos afinar, más cerca nos encontraremos de la probabilidad del cincuenta por ciento (salvo que uno de los dos equipos sea de escolares imberbes, cosa harto improbable, por otra parte).
 Porque cuando las fuerzas están igualadas y el sistema no contiene grandes asimetrías, el resultado final depende, sobre todo, del azar. Lo cual vale tanto para el fútbol como para la política. De hecho, ambos son espectáculos tan similares como deleznables, en los que unos cuantos aupados sobre los hombros del pueblo explotan las emociones y debilidades de una gran masa en provecho propio. Los unos se enriquecen  fabulosamente en la misma medida en que los otros se cuecen en la miseria intelectual y psicológica de ser sistemáticamente engañados y manipulados para dar rienda suelta y satisfacción al instinto grupal, excluyente y competitivo hasta la agresión que llevamos grabado en nuestros genes.  

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