jueves, 14 de enero de 2016

La Familia Irreal

Parafraseando el título de una ácida parodia que se ha representado no hace mucho en los teatros, hoy el título viene al caso más que nunca porque al parecer hay quien está dispuesto a convertir la ficción en cruda realidad y conferir a la familia real española un aire de irrealidad entre cómico e insultante.

Uno, que nunca se había considerado especialmente antimonárquico debido a lo que consideraba la escasa relevancia  de esa institución, ha devenido con los años especialmente crítico con el rey y su familia, a la vista de que a su inoperancia ha sumado lo peor del zanganismo oportunista y encima a costa del erario público. Por definición, las instituciones meramente representativas siempre me han parecido un aderezo político más o menos folclórico a la par que inofensivo; una especie de guinda coronando el pastel constitucional. Por ello, transformar el régimen español de monarquía a república se me antojaba una chorrada monumental, porque si las atribuciones iban a ser las mismas no precisábamos ni de lo uno ni de lo otro. Y puestos a inutilidades, cambiar una por otra no menos costosa, por muy democráticamente elegida que fuera, me parecía -y me sigue pareciendo- una sandez.

Distinto es el caso de las repúblicas (semi)presidencialistas, en las que la constitución otorga al presidente una panoplia de poderes reales y efectivos como contrapeso al poder del ejecutivo, dirigido por el primer ministro. Pero como ese no iba a ser el caso de nuestro triste país, no me merecía la pena considerar un cambio de escenario. Sin embargo, en los últimos años, la monarquía ha dado un paso al frente en dirección al abismo del distanciamiento con la realidad de una sociedad moderna y plenamente democrática. Suma a su inutilidad específica (mayor aún que la del Senado, que ya es decir), su falta absoluta de independencia frente al poder ejecutivo, al que debe acatar bovinamente por imperativo legal. Y a todo ello  hay que añadir que, desde el estallido del caso Noos (y otros negocios que no han estallado ni lo harán pero que podrían afectar de lleno a la Corona), se está construyendo una especie de muro de contención  alrededor de los Borbones para impedir que los envíen a juicio por actos que a los comunes mortales nos significarían indefectiblemente la picota tributaria y penal.

Respecto a la constatada inoperancia de la Corona, salvo para negocietes diversos destinados a traer riqueza al país, sin especificar a qué manos concretas iría a parar esa riqueza chanchullera generada por amiguismos al margen del parlamento y demás instituciones democráticas, el aldabonazo final ha sido la "incapacidad" del rey para recibir a la presidenta del Parlamento catalán recientemente constituido, lo cual, pese a su contenido puramente simbólico, pretende ser todo un escupitajo en la cara de los catalanes todos, puestos a hablar en términos estrictamente políticos y representativos. Porque a fin de cuentas, la señora Forcadell ha sido elegida por el pueblo catalán, y al rey Felipe lo puso su padre, Que Mariano y Soraya, rencorosos hasta lo más profundo de su vesícula biliar, muestren tal ejemplo de menosprecio hasta el punto de obligar a la Corona a no atender la tradición parlamentaria no es más que un escaso favor a la monarquía y refuerza el sentimiento republicano de muchos, especialmente en la ya muy republicana Cataluña.

Hasta Pedro Sánchez, experto navegante en las procelosas aguas madrileñas, ha considerado un error no haber recibido a la señora Forcadell, error táctico por otra parte tan evidente como jugar al ajedrez y dejar al rey al descubierto y en posición de jaque, nunca mejor dicho. A la mayoría de los catalanes estos desplantes nos parecen simplones y estúpidos, porque además de reafirmar nuestra tradicional y justificada reserva sobre los Borbones, consiguen incrementar la cohesión republicana. Y no hay que olvidar que la principal fuerza republicana de Cataluña es también independentista. O sea, que al fomentar el republicanismo, se favorece de forma pareja el independentismo. Allá el PP con su tontería revanchista.

Pero el segundo escenario resulta mucho más grave y aterrador, pues consiste en intentar preservar la inocencia de la infanta Cristina a costa de toda legitimidad democrática y de cualquier respeto por la igualdad ante la ley. Como bien dijo el juez Castro, resulta insultante el argumento de la defensa y de la abogacía del estado que, en resumen, vienen a decir que lo de que Hacienda somos todos es sólo un eslogan publicitario (que ciertamente lo es) totalmente vacío de contenido (que no debería serlo), lo cual se me antoja imposible que afirme con convicción alguien que crea en el estado de derecho  . Si no todos somos iguales ante Hacienda, es que algo va muy mal en España, cosa que ya intuíamos desde otros asuntos judiciales, como la doctrina Botín y similares, pero que nunca había alcanzado las dimensiones escandalosas de este "salvar a la infanta Cristina" en que se ha convertido el show penal de la Audiencia de Palma.

Y es que una de dos, o bien se salva a Cristina de sentarse en el banquillo, o bien se permite que sea juzgada y sea el tribunal el que finalmente decida sobre su inocencia o culpabilidad. A buen seguro que si se tratara de mi esposa o la de cualquier lector, se sentaría bien compungida  los meses que hiciera falta hasta el pronunciamiento del fallo, y seguramente, tratándose de una doña nadie, le caería un paquete sensacional, como ha venido siendo tradición en todos los casos de testaferros y similares, que sistemáticamente alegaban el desconocimiento de lo que firmaban pero que casi siempre han acabado condenados.

Me pregunto (y no es cuestión menor) si en el caso de que la infanta no sea juzgada, esa doctrina -que podríamos bautizar como "doctrina Borbón"- impedirá que tantas y tantas esposas de (presuntos) malhechores de cuello blanco sean condenadas pese a  haber puesto su firma en cuantos documentos les presentaban sus respectivos maridos. Y también me pregunto si su candor e inocencia tributarias serán igualmente recompensadas por Hacienda, perdonándoles las evasiones de impuestos más que reiteradas en las que se apoya el caso Noos.

Tampoco se entiende mucho la actitud de la fiscalía y la abogacía del estado, porque si uno es inocente, pero hay un sordo clamor acusatorio generalizado, lo mejor es permitir que todo se desvele en juicio con luz y taquígrafos. A buen seguro que si Cristina es inocente, las magistradas que la juzgan serán lo suficientemente profesionales como para no condenarla por pura presión mediática de los míos, es decir, los rojos, republicanos y separatistas. Así que, invirtiendo el razonamiento anterior, el sentir del populacho que formamos los cuarenta y tantos millones restantes de españoles que no gozamos del privilegio real, es que si los poderes del estado se oponen tanto al juicio es porque hay probabilidades no nulas de que Cristina sea condenada, y entonces ya podría poner Felipe toda su gallardía y su distanciamiento fraternal en escena, que la monarquñia estaría herida de muerte. Tan herida como los elefantes que abatió su padre en Botswana y que precipitaron su desprestigio ante la sociedad española y su final abdicación.

Así que sería medida de gran valentía judicial e higiene democrática permitir que la infanta siguiera sentada en el banquillo de los acusados hasta el día de la sentencia. Pero ante la duda de que las cosas discurran por ese camino, mejor proclamar ¡Viva la República! y que se acabe esta payasada institucional de tintes decimonónicos.

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