jueves, 10 de septiembre de 2015

El escepticismo necesario

Reentrada vacacional. Humor de perros, incrementado por el tono, siempre zafio y de bajísimo nivel,  del debate político de este país. Si al menos tuvieran una dicción refinada, al estilo Cameron , podría esforzarme en tragar la papilla, pero no. Me niego a escribir sobre obviedades, la peor de todas referente a las elecciones catalanas del 27 de septiembre. En realidad, me niego incluso a escuchar los tópicos estúpidos que se dan en los medios, diseñados exclusivamente para consumo de indocumentados, así que me he prohibido poner la tele en casa en el horario de informativos (aún a riesgo de parecer elitista), y he configurado las alarmas mentales para eludir todo el griterío de tertulias de presuntos expertos predictores del futuro político, que ni son expertos ni son predictores, sobre todo porque el futuro es impredictible a medio plazo. Mucho más imprevisible que la meteorología, de la que ya sabemos que cualquier mapa del tiempo a más de tres días vista es tan fiable como el horóscopo del Diez Minutos.
 Lo que si sabemos del futuro es que es manipulable, mucho más que el pasado, lo cual ya es decir, porque en general el pasado está tan manoseado y sobado como un bloque de plastilina en un jardín de infancia. Un tiempo pretérito deformado al gusto de mercenarios mentales, también llamados historiadores políticos, secundados por los no menos turbios hampones de la prensa a sueldo de los grupos de poder, es decir, toda la clase periodística, a excepción de aquellos pocos a los que nadie lee.
 Si el pasado se desvirtúa con tanta desfachatez y se presentan como hechos meras conjeturas, y como pruebas irrefutables meras noticias intoxicadoras; si se emiten infalibles veredictos de culpabilidad por las masas enfervorizadas a favor (o en contra) de tal o cual personaje público, con independencia de lo que las sentencias judiciales digan (lo cual ya es una clara muestra de que deberíamos desconfiar de nosotros mismos y de nuestros prejuicios); si –insisto- cualquier canalla televisivo puede inducir al populacho a sentenciar vidas ajenas sin el menor cargo de conciencia en base a hechos ni siquiera probados, sino muchas veces inexistentes y basados en burdas manipulaciones urdidas a veces desde despachos ministeriales (argumento de por sí suficiente para meterse una dosis de plomo por la vía parietal, o para prescribírsela democráticamente a unos cuantos presuntos políticos en ejercicio);  en definitiva, si aún estando a la vista de todos, el pasado se retuerce, se zurce, se remienda y se transforma en un patchwork  incoherente pero tejido a conveniencia del poder establecido, qué no harán con el futuro, un futuro incógnito e inexistente salvo en las mentes de los hijos de  puta que pretenden que nuestras vidas sean equivalentes a  las de simples títeres en un escenario oscuro, mientras ellos tientan los hilos que nos dan un simulacro de autonomía.
 Por eso tal vez debamos volver nuestra vista a los antiguos griegos, cuya senda no debimos nunca abandonar. Especialmente la de los filósofos escépticos, y decretar obligatorio el estudio de su obra desde las clases de primaria, qué narices. Nada sería más saludable para las generaciones  futuras que crecer con las enseñanzas de Sexto Empírico, por poner un ejemplo. Porque sin un absoluto escepticismo político y social, nos encaminan hacia el control mental absoluto del Gran Hermano.
 Por ejemplo, ahora Frau Merkel ha dicho que estamos en disposición de acoger en los próximos años hasta ochocientos mil refugiados sirios. Y se ha puesto en marcha toda una maquinaria mediática de embravecida y orgiástica solidaridad para con los desgraciados que cruzan medio mundo para venir a Europa. Un sano escepticismo nos haría cuestionar de entrada esa presumible irracionalidad gubernamental, pues lo primero sería preguntarse si no sería más práctico, cómodo, barato y eficaz a medio plazo poner fin a la guerra en Siria en lugar de atender al drama migratorio de centenares de miles de personas. También sería buena cosa preguntarse de que nos sirve casi un millón de sirios en una situación continental de brutal desempleo y recortes sociales, si no es para reducir aún más los salarios de la clase media europea, ante tal marabunta de oferta de mano de obra barata y desesperada. Y como no, nos deberíamos cuestionar si –como las propias autoridades reconocen- entre tanto exiliado hay mucho indocumentado, no va ser más que factible - o más bien prácticamente un hecho- que se encuentren en sus filas infiltrados de Estado Islámico que pasen a ser agentes dormidos en el corazón de occidente hasta que la causa fundamentalista requiera su inmolación, y la nuestra de paso. Aunque no menos candente es la cuestión que se le plantearía a cualquier hijo (no descerebrado) de vecino sobre qué diferencia debe haber entre aquel Saddam "demoníaco" que llevó a diez años de ocupación de Mesopotamía, y este Estado Islámico mil veces más brutal, letal y eficientemente arrasador de culturas varias, para que occidente en bloque haya decidido no intervenir,  a excepción de autorizar a Turquía el uso de la fuerza para protegerse de las huestes fundamentalistas, aunque en realidad y a la vista de todos y con todo descaro, se dedica a vapulear a los kurdos que, hasta la fecha, han sido los únicos que han conseguido frenar y en ocasiones derrotar al califato islámico. Increíble.
 Y entonces uno llega a lo conclusión de que todos nuestros líderes o son unos enajenados, o son unos genuinos malvados y nos tienen a nosotros por imbéciles, y en realidad existen motivos ocultos para prolongar el drama humano de la inmigración masiva, que se va a superponer a nuestro propio drama social europeo, para concluir en que, a las primeras de cambio, cuando nuestros acogidos terroristas domésticos nos hagan saltar por los aires en pedazos, las mismas autoridades que habrán permitido la llegada masiva de indocumentados, nos pongan a toda la ciudadanía entre rejas metafóricas (y de las otras) para "protegernos" de aquellos a quienes sin disimulo alguno dejaron entrar en nuestro patio a sabiendas de lo que se cernía sobre nuestras cabezas.
 Que hay gato encerrado en el tema sirio, no hay duda ninguna. Si es, como siempre, por alguna ajedrecística jugada en medio oriente, con intercambio de piezas, enroques y gambitos con los israelíes de por medio, tampoco hay duda razonable. Que nos lo vayan a hacer pagar con nuestras vidas y encima aplaudamos como gilipollas es para desternillarse o para pegarse un tiro –indistintamente-  pues resulta concluyente que en esta conjura de los necios que ya dura demasiados años y en la que nos tienen sumidos, a lo que asistimos es a una carrera para demostrar el menor grado posible  de racionalidad y coherencia, tanto de políticos como de ciudadanos, muchos de estos últimos tal vez bienintencionados pero carentes del más mínimo pensamiento crítico. Y gracias, pero yo paso de participar, siquiera como figurante, en este lastimoso espectáculo.

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