martes, 13 de enero de 2015

Seguridad y libertad

Justo al comienzo de las navidades avisé que la yihad iniciada por determinados grupos islamistas radicales era una guerra con un objetivo bien definido: acabar con las democracias occidentales desde dentro, devorando su esencia de forma progresiva en forma de limitaciones de las libertades civiles, que son los auténticos cimientos sobre los que se asienta la sociedad occidental. Y que esta guerra estaría perdida si caíamos en una doble trampa que afectaría a la ciudadanía. Dos frentes bien delimitados, uno económico y otro político.

En el ámbito económico los yihadistas pretenden forzar un incremento brutal de los costes asociados a la seguridad  de Occidente que obligue a los gobiernos de EEUU y de la UE a replegarse en el ámbito interior y dejando libre paso a los movimientos fundamentalistas en el resto del mundo; en el político, fomentando severos recortes de la libertad individual y grupal que conviertan Occidente en una jaula para todos sus ciudadanos. Tal vez dorada, pero jaula al fin y al cabo.

Los acontecimientos que se precipitan tras el atentado a Charlie Hebdo obligan a una reflexión mucho más serena que las reacciones histéricas de todos los gobiernos de la UE. Efectivamente, los tres yihadistas muertos han conseguido, de entrada, un objetivo fundamental de la yihad, como es poner atas arriba todo el sistema de seguridad europeo en lo que respecta a la lucha antiterrorista. Lo que seguirá a continuación es más que previsible, en forma de un incremento sensacional de las dotaciones policiales destinadas a la lucha antiterrorista y, paralelamente, en un paquete de medidas que ponen los pelos de punta sólo con pensar en ellas.

Blindar Occidente es totalmente imposible sin una drástica limitación de la libertad individual y colectiva, y eso lo saben los gobiernos de todo pelaje que conforman el patchwork de la UE. No es una cuestión de izquierdas o derechas, es que actualmente ya estábamos en el límite de lo constitucional en tiempos de paz en lo que respecta a la vigilancia de la ciudadanía. Ante lo que se ha convertido en el embrión de un enemigo interior que se nutre de descontentos y desesperados que caen bajo el hechizo de la épica yihadista, la imaginación gubernamental parece limitarse a las medidas de corte policial, o mejor dicho, de corte militar.

Porque lo que está proponiendo desde muchas altas instancias es un estado de excepción permanente como respuesta a lo que se percibe, pero no se menciona, como una guerra contra el Islam. Una nueva cruzada en pleno siglo XXI, pero cuyo objetivo es la defensa del bastión occidental. Muchos siglos después, las tornas se invierten y es Europa la que se siente asediada por una forma de guerra sin frentes ni trincheras y que tendrá lugar en nuestras calles, ahora y en el futuro.

Quiero remarcar que el repliegue norteamericano de Irak primero y de Afganistán después podría tener causas estratégicas, aunque más bien somos muchos los que tenemos la sensación de que son económicas, sobre todo después de ver que la administración Obama se niega reiteradamente a acceder a la petición de diversos analistas de volver a enviar ciento cincuenta mil soldados a Irak nuevamente para poner fin a la escalada del Califato Islámico. Asumo que los costes políticos de tamaña decisión serían graves, pero teniendo en cuenta que el presidente no se juega una nueva reelección, es razonable argüir que algunas cabezas pensantes han asumido -correctamente- que al cercenar la cabeza de la hidra en el medio oriente lo único que han conseguido es que se reproduzca de nuevo con más fuerza que antes. Y en consecuencia, que Irak y Afganistán son causas perdidas y que lo mejor es replegarse. Pero eso significa que el caldo de cultivo del yihadismo estará en ebullición perpetua y que podrá seguir exportando comandos o lobos solitarios hacia Occidente para cometer sus atrocidades de guerra. Y también significa que al hacer las cuentas les sale que resulta más económico aumentar la seguridad interna a costa de las libertades civiles (una medida relativamente barata), que enviar de nuevo a centeneras de miles de efectivos a Oriente durante un tiempo indeterminado.

El yihadismo es multiforme y como la hidra, resurge allá y aquí de forma inopinada, aprovechando los resquicios que cualquier sistema democrático ha de tener necesariamente si se debe seguir considerando auténticamente democrático. No hay forma de blindar Occidente sin convertirlo en una pseudodemocracia puramente formal, pero donde la libertad individual y asociativa estaría tan mermada que en poco se diferenciaría de un régimen autoritario. Nada más que mirar las propuestas que están surgiendo estos días para tener un sombrío panorama de lo que nos espera.

Registro de pasajeros de vuelos, interceptación de comunicaciones sin autorización judicial, intervención o supresión de los servicios de mensajería instantánea, acceso ilimitado al contenido de las comunicaciones privadas por internet, limitación de los acuerdos de libre circulación de Schengen, sanción a la consulta de páginas web islamistas; ampliación de los delitos de opinión a quienes manifiesten simpatías próximas al fundamentalismo islámico (delitos cuya deriva doctrinaria es totalmente predecible y angustiosa), penas de cárcel o prohibición de viajar a quienes sean simplemente sospechosos de poder integrarse en grupos yihadistas, detenciones preventivas al estilo Guantánamo. Y un largo etcétera de propuestas europeas que ya vimos plasmadas en EEUU tras el atentado de las torres gemelas y que culminó con la Patriot Act y la creación de la Homeland Security, dos medidas terribles que confirman la paradoja de que la mayor democracia del mundo se haya convertido en un estado policial que vive en estado de excepción permanente. 

Los estados de excepción son comprensibles y están recogidos en casi todas las constituciones del mundo libre, pero tiene carácter estrictamente temporal y no pueden convertirse en la norma. Sobre todo porque si estas excepciones se llegan a poner en práctica, lo serán con carácter indefinido, ya que la yihad ha venido para quedarse durante muchos años. Bajo el peso de tanta seguridad nacional, se diluirán los valores democráticos y el efecto  secundario de ello será que cada vez más personas se cuestionen de qué lado estar. Un bonito aliño para la ensalada del yihadismo interno.

El mayor estado policial del siglo XX, la Alemania nazi, no pudo contener a la Resistencia francesa durante los años de ocupación. La republicana Francia del general de Gaulle no tuvo más remedio que acabar cediendo en Argelia, pese a la dureza empleada contra el FLN y la población argelina en general y a que tenía de su lado los brutales comandos de la paraestatal OAS. El mayor ejército del mundo, la US Army, no pudo contener a los "terroristas" internos del Vietcong durante la guerra del Vietnam. Nada, pues, hace pensar que el incremento de la presión policial dentro de nuestras fronteras vaya a significar que el yihadismo se haya de replantear sus postulados y su forma de actuar. Y mucho menos retroceder. Si somos libres, somos vulnerables ante la yihad. Si no somos libres, somos igualmente vulnerables ante la yihad, pero sobre todo somos vulnerables a una deriva autoritaria que otorgará cada vez más poderes excepcionales a nuestros miopes gobernantes a medida que los atentados se sigan sucediendo.Y acabarán usando esos poderes de forma indiscriminada contra la ciudadanía.

Así pues, la cuestión final no es si queremos más seguridad a cambio de un poquito de nuestra libertad. Tal como están las cosas la disyuntiva es mucho más contundente. ¿Queremos la seguridad o queremos la libertad?. Porque la seguridad que está por venir es totalmente incompatible con la libertad.

Y un corolario: tal vez ha llegado el momento de asumir riesgos para mantener la libertad que tantos años ha costado conquistar. 

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