miércoles, 21 de enero de 2015

Lo imposible

Los recovecos de la historia son difíciles de inspeccionar, sobre todo si la corriente dominante se empeña en ocultar una parte sustancial de los hechos. Y también si existe un empeño denodado en mitificar determinados procesos históricos, atribuyéndolos exclusiva o mayoritariamente a situaciones que se prestan a cierto onanismo político. La épica siempre sienta muy bien a cualquier reforma sociopolítica, y autoproclamarse como fundador de un nuevo orden es algo excesivamente  tentador como para dejarlo pasar sin aprovecharlo al máximo. Algo que de forma muy elocuente sucedió con la transición democrática española, y que sirve de buen telón de fondo para lo que se pretende que está sucediendo hoy en día, como si fuera a haber una segunda transición hacia un sistema más justo e igualitario.
 Nada más lejos de la realidad. Los cambios desde dentro de un sistema sólo tienen lugar en muy contadas ocasiones, y casi siempre tienen como protagonista al ejército o a una revolución sangrienta que implica a milicias, convencionales o no. O bien son cambios condicionados desde el exterior por fuerzas ajenas pero interesadas en desmoronar el statu quo vigente por algún motivo, generalmente económico. Lo cierto es que para poder entender lo que no va a pasar en el futuro próximo, por muchas formaciones políticas alternativas que surjan en el espectro español, hay que analizar qué es lo que realmente pasó en España tras la muerte del general Franco.
 Es cierto que existía un cierto descontento popular, más bien centrado en las consecuencias de la crisis del petróleo y sus efectos sobre la economía española, que en un auténtico movimiento de base social amplia. La sociedad española, si descontamos las movilizaciones de determinados sectores que podríamos calificar de intelectuales (como los universitarios), nacionalistas (que eran el coco del régimen franquista) o sindicales (que usaban la idea de democracia para obtener mejores condiciones laborales), estaba bastante anestesiada políticamente. La gran clase media nacida en el tardofranquismo no estaba para hostias que pusieran en peligro el reciente bienestar adquirido en forma de coche a plazos y apartamento en la playa. En resumen, con el único empuje de universitarios, nacionalistas de la vieja guardia, sindicalistas e intelectuales, la transición no se habría llevado a cabo, al menos en aquel momento.
 Pocos son los que ponen énfasis en el contexto internacional de la época. Tras la revolución de los claveles de Portugal (protagonizada nada menos que por el ejército), y la caída del régimen militar griego (que también tuvo como protagonista al ejército, que cometió la estupidez de someter al movimiento estudiantil a una represión brutal, y de meterse en una crisis militar gravísima con Turquía por la cuestión de la partición de Chipre), el año 1974 marcó un camino irreversible desde el punto de vista internacional. España quedó, durante tres años, como el único régimen autoritario de toda Europa occidental, y eso era algo que los poderes internacionales no podían consentir. Europa no se podía seguir construyendo mientras el quinto país del continente por población y PIB siguiera siendo una dictadura.  Por ese motivo, la presión diplomática y económica internacional no sólo permitió, sino que alentó intensamente, una transformación no revolucionaria del régimen político español.
Obviamente, había muchos más factores sobre el tablero de ajedrez hispano, pero quiero resaltar esa connivencia internacional como un elemento decisivo en la transición española. Sin el decidido apoyo de las democracias europeas (y del coloso norteamericano) , el harakiri político de las Cortes franquistas no hubiera tenido lugar. De hecho, puede afirmarse que existió una especie de coacción para que el régimen se suicidara, a cambio de que no hubiera sangre, no se investigaran hechos pasados y se amnistiara políticamente a todo hijo de vecino. Así, de paso, se evitaba una posible confrontación sangrienta o el auge de fuerzas excesivamente revolucionarias que llevaran a España  al otro extremo del espectro político.
La tesis oculta en toda esta argumentación  es que lo realmente determinante de la transición española no fue un impulso interno de la sociedad española, sino la instigación de la comunidad internacional, lo que resta mucha épica a los políticos que hicieron la transición, que fueron meramente instrumentos de una voluntad que estaba fuera de nuestras fronteras. Ahora volvamos al presente.
Viendo lo que está sucediendo en Grecia (y lo que también está sucediendo en el patio trasero de Europa, léase Ucrania), si las urnas dan en el futuro es un vuelco político que no sea bendecido por los poderes fácticos actualmente consagrados en “La Troika”, lo que sucederá es que nada del impulso renovador podrá progresar. Las amenazas actuales no son nada veladas, y se intensificarán si Syriza gana las elecciones y pretende imponer su programa político, económico y social. Está muy claro, desde la era Reagan–Thatcher, que todo el empeño de los poderes fácticos occidentales ha estado en desmontar cualquier alternativa de izquierda auténtica durante los últimos lustros. Proclamar el fin de la historia (occidental) y asegurar que el neoliberalismo es el único pensamiento político-económico viable ha sido tarea ardua pero fructífera, sobre todo entre las clases dirigentes.
En resumen, que ni Syriza ni Podemos podrán, por sí mismas, llevar a cabo una revolución interna mientras el resto del mundo occidental vaya a jugar sus propias cartas haciendo trampas y con el revólver desenfundado encima de la mesa de juego. La coacción, la mentira, la desacreditación y la asfixia económica se irán incrementando hasta impedir que cualquier proyecto alternativo salga adelante. Hasta los niños saben que la mejor manera de matar una planta es privarle de riego de forma continuada. En política  sucede exactamente lo mismo, con el agravante de que en esta era de globalización el riego viene por unas tuberías cuyas llaves de paso  están muy lejos de Atenas o de Madrid, por un decir.
 Si Occidente (expresado en el más policial y oscuro de los términos) no quiere, no va a haber ningún cambio político sustancial en el sur de Europa. Los sistemas no cambian desde dentro voluntariamente y sin grandes pérdidas, normalmente  de vidas humanas. Quien piense que esto es un llamamiento a las armas, se equivoca completamente. Es simplemente la constatación de que la historia es tozuda, y todas las revoluciones que se precien de serlo han sido y serán sangrientas. Pues hay que deponer a los detentadores del poder antiguo, y éstos, que suelen tener todos los resortes del estado a su disposición, son siempre renuentes a hacerlo por las buenas (que es lo que nos quisieron hacer creer a los pobres e ingenuos españoles de la transición).
Ninguna élite, clase extractiva o "casta" abjura de hecho y de derecho de sus privilegios si no es porque obtiene otros distintos que puedan resultarles más rentables a medio plazo, como fue en el caso español. Las diversas familias del antiguo régimen gozaron de una impunidad e inmunidad  que vinieron de la mano de la democracia, prolongadas hoy en día en sus vástagos dirigentes, especialmente de las formaciones de derechas. Mucho menos cabe esperar que esos herederos del franquismo político y sociológico, que han medrado a sus anchas en la democracia, estén dispuestos a autosacrificar su bienestar presente y futuro en aras de una regeneración que, tal como se plantea desde la sociedad civil, significaría una pérdida más que importante del estatuto de élite política, profesional y económica al que se han aupado en estos casi cuarenta años de estado democrático.
Como el viejo aforismo dice: algo tiene que cambiar para que todo siga igual y, en efecto, así será. Lo imposible es, pues, que la regeneración comience a partir de los mismos de siempre, o de cualesquiera otros que los sustituyan. A los primeros porque no les conviene más que un mero maquillaje; a los segundos porque no les van a dejar cambiar nada sustancial. A menos que la revolución lo sea de verdad y con todas sus dramáticas consecuencias.


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