jueves, 4 de septiembre de 2014

El regreso

Finalizado el paréntesis estival, siento un profundo desagrado hacia el aparato de aspecto más bien venenoso que me observa fijamente con su ciclópeo ojo negro desde el fondo de la habitación. Ciertamente, durante estos días no he visto la televisión y he sido, como cada año, extraordinariamente feliz mientras no he oido a esos bustos vociferantes, mayormente impresentables (aparte de su aspecto relamidamente afectado), desgranar como imbéciles la sarta de barbaridades con que se nos intoxica día a día desde cualquier medio informativo.

Formo parte de ese colectivo, reducido y lamentablememnte muy poco influyente, que cree que menos es más. Un argumento generalmente muy sólido y que en lo que respecta  a la información es de lo más útil. El bombardeo de noticias y opiniones al que nos sometemos voluntariamente cada día tiene mucho de masoquismo y aún más de estupidez. Pues es bien sabido que el exceso de información empacha el cerebro e impide formar opiniones acertadas, y mucho más aún juicios válidos sobre nuestro entorno (si es que la información tal como se nos sirve hoy en día es válida para emitir algún juicio ecuánime).

La saturación de información es nefasta, y cuando se trata de información mediatizada, sesgada y manipulada, es seguramente peor que la ausencia total de información. Y como muestra un ejemplo tomado de la vida real: si usted tiene unos fondos en renta variable y hace el seguimiento de su rendimiento cada treinta minutos, va a disponer de muchísima información totalmente inútil (y seguramente será candidato a una bonita úlcera sangrante). Para el propósito general de la mayoría de los inversores, lo que importa son las tendencias  a medio o largo plazo, así que no sirve de nada consultar las pantallas parpadeantes cada media hora, si lo que nos interesa es tener un visión cabal en el plazo de un año o así, del rendimiento de nuestros fondos.

Por otra parte, cuanta mayor es la información que embutimos en un mismo período de tiempo, también incrementamos el nivel de ruido: la señal no se amplifica, sino que se reitera,  interfiere consigo misma, y se mezcla con todo tipo de señales aleatorias o malintencionadas que multiplican el nivel de ruido de una forma asombrosa, hasta enmascarar la información valiosa. Además, está más que demostrado que la saturación de información no nos ayuda en absoluto a tomar mejores decisiones. Al contrario, el exceso de información nos hace tomar decisiones sesgadas por aspectos colaterales, por minucias que no afectan a las cuestiones esenciales de los problemas a los que nos solemos enfrentar. Nuestro cerebro no puede funcionar en paralelo de ningún modo. Al pensar de manera secuencial, el exceso de información tiende a bloquearnos porque no podemos procesar más que un número limitado de datos en un período de tiempo. 

Ante esta situación, el pensamiento crítico se tambalea y no queda otra opción que desconectar de la saturación sensorial con que nos castigan los medios de comunicación. La gente más lúcida ha renunciado a la televisión y a la prensa escrita. Para estar informados bastan los asépticos teletipos de las agencias de  noticias. Dejar las interpretaciones a unos señores a los que les pagan por predecir el pasado es una solemne estupidez indigna de una persona inteligente.

Por otra parte, escuchar las falacias narrativas de los locutores de los telediarios es otro acto de estupidez, salvo que sea para ponerse voluntariamente piedras en el hígado y escupir bilis hasta por los ojos. Un acto de masoquismo del que muchos nos desprendemos en vacaciones, cuando nuestros horarios se desajustan y las horas de comer y cenar no coinciden con los de la maldita prensa televisiva. Y así pasamos unos días comiendo y cenando sin tele, charlando con los demás comensales. Cotilleando si se quiere, pero al menos son nuestros cotilleos, no unos preparados y refritos un centenar de veces por unos periodistas insulsos y mayormente carentes de otro afán que el de cobrar su sueldo a fin de mes, para mayor gloria y satisfacción del patrón que los emplea.

Y eso cuando el periodista de turno es un simple lameculos que se ajusta al dictado del accionista mayoritario. Al menos en ese caso sabemos a que atenernos (como es el caso de las televisiones públicas españolas). A mi modo de ver es mucho peor cuando nos encontramos ante el presunto periodista independiente al que le falla algo tan esencial como un conocimiento profundo del tema sobre el que pondera. Nada hay más insufrible que un artículo de opinión de esos tan contundentes en los que los supuestos de partida son todos erróneos, mistificaciones o peor aún, falsedades hiladas de forma más o menos sofisticada para engañar a bobos. 

Porque hablando de falsedades, debemos ser conscientes de que los humanos somos muy buenos construyendo historias para explicar el pasado, aunque normalmente somos incapaces de acertar cual de los pasados posibles es el origen de los acontecimientos presentes. En sentido matemático es muy sencillo de exponer: para un suceso dado, suele haber infinidad de secuencias de hechos que lo pueden ocasionar. Encontrar la causa primera de cualquier suceso acontecido es una cuestión de evaluar adecuadamente las probabilidades. Y evaluar probabilidades es algo que a los humanos, incluso a los técnicamente formados, se nos da muy mal.

Así que recurrimos a rellenar los sucesos con narraciones que los justifican y explican, pero que no son especialmente acertadas casi nunca. Y menos cuando los que opinan son presuntos expertos en la materia. El problema del experto, del que han tratado muchos experimentos de psicología social, es que tiene un punto de vista muy estrecho y focalizado en alguna materia concreta, lo que le hace pasar por alto elementos seguramente esenciales del problema que aborda. De hecho, los expertos se equivocan más en sus juicios generales que los simplemente entendidos, pero que tienen una mayor amplitud de miras. Y por tanto, de pensamiento.

Así que, si algún propósito recomiendo para después de las vacaciones, es que deje usted de mirar la tele. Su salud mental saldrá ganando muchos enteros. Y su humor será más tranquilo y relajado, algo que los políticos no desean en absoluto. Le quieren a usted tenso y crispado, deduzca usted por qué.

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