Me sumo a quienes lamentan la
abdicación del rey en este preciso momento y lo ven como un torpedo en la línea
de flotación de la causa republicana.
Cualquier aficionado al ajedrez conoce lo que es un gambito: sacrificar
una pieza para poder ganar la batalla. Y opino que en este caso los consejeros
de la casa real han optado por ceder la pieza más codiciada para salvar al
conjunto de la institución.
Malas noticias, pues, para
quienes confiaban en que podría impulsarse una reforma constitucional que
transformara España en una república más o menos federal, aprovechando la
decadencia física del monarca y el continuado desgaste de su imagen.
También está claro que el momento
ha sido cuidadosamente elegido. Durante el último año el papel del príncipe
Felipe se ha visto notablemente reforzado desde el punto de vista
representativo e institucional. Y desde una perspectiva táctica, demorar la
abdicación unos meses más podría haber sido catastrófico, ya que todos esperamos
un otoño e invierno muy calientes, con el debate soberanista como cuestión de
fondo, la incertidumbre sobre el resultado del referéndum en Escocia y sus posibles
repercusiones en España, y el reposicionamiento de los partidos políticos en
torno a la cuestión federal como posible salida a la crisis del modelo de
estado español.
Con esta jugada la casa real
mueve ficha y despeja el tablero de juego. En su lugar aparece un príncipe
Felipe mucho más joven, que disfruta de buena salud, y que goza de una buena
imagen, moderna y dinámica; pero que sobre todo tiene garantizado el
espaldarazo internacional masivo, vistas las buenas maneras que ha aportado en
la representación institucional de España. Basta recordar que el único que se
salvó, y con nota, de la presentación de la candidatura olímpica de Madrid fue
precisamente Felipe. Y eso, en los foros internacionales, cuenta bastante.
De este modo, los tibios respecto
a la monarquía van a tener tiempo para reconsiderar su apoyo a una iniciativa
para la reforma republicana, que en este momento queda seriamente tocada por la
figura emergente de un Felipe VI que se coronará sin mácula, política o
personal, y que difícilmente podrá ser utilizado como moneda de cambio de una
reforma de la constitución. Al contrario, los filomonárquicos desafectos
volverán al redil y ayudarán a tapar las vías de agua de la nave real.
Tras el vilipendio y zarandeo del
rey Juan Carlos desde todos los ángulos (no podemos obviar que gran parte de la
derecha mediática, centrada en El Mundo y en los aledaños del expresidente
Aznar, ha sido muy intensa en su combate contra la monarquía), pocas salidas
quedaban para salvar los muebles en La Zarzuela que no implicasen un movimiento
profundo que dejase fuera de la escena al ya decrépito rey de la transición.
Así como el ya lejano fallecimiento
del “caudillo” motivó el descorche masivo de botellas de cava y unas muy poco
disimuladas muestras de euforia democrática, me temo que el desplazamiento del
rey de la primera línea institucional va a tener el efecto contrario, porque
ahora tendremos monarquía para bastante rato, y desde luego, el debate sobre la
reforma de la constitución quedará muy debilitado. Lo cual restará recorrido y
vuelo a los federalistas, y de rebote, al proyecto soberanista de Catalunya.
Sobre todo, si la casa real se reserva algunas cartas en la manga en este
asunto, como me imagino. Si Felipe VI juega bien sus triunfos –que ahora
todavía son muchos- la partida de naipes del soberanismo en Cataluña se puede
reequilibrar del lado de los “unionistas” (y me excuso por la licencia política
que acabo de usar) de forma bastante clara. Y si las juega magistralmente,
podría suceder lo que en tono jocoso pero cargado de irónica advertencia, me
decía un viejo conocido hace ya años: “España acabará siendo la primera
monarquía federal del mundo”
Y qué decir del proyecto republicano-federalista
de la izquierda, que puede quedar muy descolocado si inicia un ataque
extemporáneo contra Felipe. No se puede olvidar que la cuestión monárquica, y
sus afecciones y desafecciones, tiene mucho que ver con la afinidad personal y
los índices de popularidad. Para las masas, la cuestión política siempre se ha
limitado a la simpatía que despierte el monarca de turno, aderezada con algunas
confusas opiniones sobre el coste del mantenimiento de la casa real. Discusión
ésta que roza lo anecdótico cuando se estudian en profundidad los gastos de la
jefatura del estado en otros países de raigambre republicana, cuyo importe no
es tan diferente al dispendio de nuestra familia real. Y que tiene una
trascendencia nula en el debate de fondo. En definitiva, hasta ahora ha sido
muy fácil darle leña al rey y su familia, después de los dos últimos años
horribles que ha padecido la Zarzuela. Pero de ahora en adelante, las cosas no
van a ser tan sencillas.
Si Felipe entra con buen pie, la
causa republicana puede quedar aparcada unos cuantos años más. Bastantes, me da
la impresión, salvo que el nuevo rey empiece a dar los mismos traspiés que su
padre en su última época. Que lo dudo mucho.
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