lunes, 2 de junio de 2014

Una abdicación estratégica

Me sumo a quienes lamentan la abdicación del rey en este preciso momento y lo ven como un torpedo en la línea de flotación de la causa republicana.  Cualquier aficionado al ajedrez conoce lo que es un gambito: sacrificar una pieza para poder ganar la batalla. Y opino que en este caso los consejeros de la casa real han optado por ceder la pieza más codiciada para salvar al conjunto de la institución.

Malas noticias, pues, para quienes confiaban en que podría impulsarse una reforma constitucional que transformara España en una república más o menos federal, aprovechando la decadencia física del monarca y el continuado desgaste de  su imagen.

También está claro que el momento ha sido cuidadosamente elegido. Durante el último año el papel del príncipe Felipe se ha visto notablemente reforzado desde el punto de vista representativo e institucional. Y desde una perspectiva táctica, demorar la abdicación unos meses más podría haber sido catastrófico, ya que todos esperamos un otoño e invierno muy calientes, con el debate soberanista como cuestión de fondo, la incertidumbre sobre el resultado del referéndum en Escocia y sus posibles repercusiones en España, y el reposicionamiento de los partidos políticos en torno a la cuestión federal como posible salida a la crisis del modelo de estado español.

Con esta jugada la casa real mueve ficha y despeja el tablero de juego. En su lugar aparece un príncipe Felipe mucho más joven, que disfruta de buena salud, y que goza de una buena imagen, moderna y dinámica; pero que sobre todo tiene garantizado el espaldarazo internacional masivo, vistas las buenas maneras que ha aportado en la representación institucional de España. Basta recordar que el único que se salvó, y con nota, de la presentación de la candidatura olímpica de Madrid fue precisamente Felipe. Y eso, en los foros internacionales, cuenta bastante.

De este modo, los tibios respecto a la monarquía van a tener tiempo para reconsiderar su apoyo a una iniciativa para la reforma republicana, que en este momento queda seriamente tocada por la figura emergente de un Felipe VI que se coronará sin mácula, política o personal, y que difícilmente podrá ser utilizado como moneda de cambio de una reforma de la constitución. Al contrario, los filomonárquicos desafectos volverán al redil y ayudarán a tapar las vías de agua de la nave real.

Tras el vilipendio y zarandeo del rey Juan Carlos desde todos los ángulos (no podemos obviar que gran parte de la derecha mediática, centrada en El Mundo y en los aledaños del expresidente Aznar, ha sido muy intensa en su combate contra la monarquía), pocas salidas quedaban para salvar los muebles en La Zarzuela que no implicasen un movimiento profundo que dejase fuera de la escena al ya decrépito rey de la transición.

Así como el ya lejano fallecimiento del “caudillo” motivó el descorche masivo de botellas de cava y unas muy poco disimuladas muestras de euforia democrática, me temo que el desplazamiento del rey de la primera línea institucional va a tener el efecto contrario, porque ahora tendremos monarquía para bastante rato, y desde luego, el debate sobre la reforma de la constitución quedará muy debilitado. Lo cual restará recorrido y vuelo a los federalistas, y de rebote, al proyecto soberanista de Catalunya. Sobre todo, si la casa real se reserva algunas cartas en la manga en este asunto, como me imagino. Si Felipe VI juega bien sus triunfos –que ahora todavía son muchos- la partida de naipes del soberanismo en Cataluña se puede reequilibrar del lado de los “unionistas” (y me excuso por la licencia política que acabo de usar) de forma bastante clara. Y si las juega magistralmente, podría suceder lo que en tono jocoso pero cargado de irónica advertencia, me decía un viejo conocido hace ya años: “España acabará siendo la primera monarquía federal del mundo”

Y qué decir del proyecto republicano-federalista de la izquierda, que puede quedar muy descolocado si inicia un ataque extemporáneo contra Felipe. No se puede olvidar que la cuestión monárquica, y sus afecciones y desafecciones, tiene mucho que ver con la afinidad personal y los índices de popularidad. Para las masas, la cuestión política siempre se ha limitado a la simpatía que despierte el monarca de turno, aderezada con algunas confusas opiniones sobre el coste del mantenimiento de la casa real. Discusión ésta que roza lo anecdótico cuando se estudian en profundidad los gastos de la jefatura del estado en otros países de raigambre republicana, cuyo importe no es tan diferente al dispendio de nuestra familia real. Y que tiene una trascendencia nula en el debate de fondo. En definitiva, hasta ahora ha sido muy fácil darle leña al rey y su familia, después de los dos últimos años horribles que ha padecido la Zarzuela. Pero de ahora en adelante, las cosas no van a ser tan sencillas.

Si Felipe entra con buen pie, la causa republicana puede quedar aparcada unos cuantos años más. Bastantes, me da la impresión, salvo que el nuevo rey empiece a dar los mismos traspiés que su padre en su última época. Que lo dudo mucho.

Así que republicanos españoles, guardad el cava para mejor ocasión, que ahora pintan bastos.

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