viernes, 7 de febrero de 2014

Ay, Barcelona

La entrada de hoy la dedico a quienes sufrimos cada día el hecho de vivir en Barcelona, una ciudad en permanente reconstrucción, movida por el afán municipal en convertir esta ciudad en un ejercicio de estilismo urbanístico para atraer la atención foránea, mientras los ciudadanos contemplan, perplejos, como una de las urbes más caras de Europa le da unas vueltas más de tuerca infernal a la paciencia de sus habitantes.

Viene esto a cuento de las obras que está acometiendo, con furor uterino, el consistorio barcelonés en los últimos tiempos. Obras que van desde lo llamativo hasta lo faraónico, pero que resultan insultantes para los, por ejemplo, usuarios del transporte público, que en los momentos de mayor crisis económica han visto como las tarifas del transporte público han subido de manera más que notable, so pretexto de que el gobierno central ha reducido sus aportaciones a la red de transportes urbanos de un modo digamos radical..

Lo cual es cierto, pero no obsta al hecho de que muchos se preguntan si en vez de tanta inversión urbanística, se podrían haber dedicado más recursos a subvencionar el coste de metro y bus, que acumulan una caída más que remarcable en el número de usuarios en los últimos años. Y es que hemos llegado a un punto en el que sale más a cuenta el transporte privado (en moto, principalmente) que coger el metro, lo cual resulta más que significativo.

Algunos estarán tentados de pensar que únicamente el PP se dedica a hacer el gilipollas con nuestros bolsillos, pero es obvio que el despilfarro y el egolatrismo urbanístico, a mayor gloria de los munícipes reinantes, no es una exclusiva de la derechona. Aquí, nuestras gentes de CiU, que disfrazan su parentesco con el PP a base de buenas maneras y catalanismo de estar por casa, también las gastan que da miedo. Y para ello voy a citar unos pocos casos, más que significativos.

Las aceras del Passeig de Sant Joan, por ejemplo. La primera fase ya dio cuenta de un buen recochineo por el gasto, absurdo e inútil, de ampliar unas aceras que ya medían sus buenos doce metros de anchura en una especie de explanadas inmensas, aptas para jugar al golf si no fuera porque su diseño resulta impracticable para la mayoría del calzado que usan los ciudadanos de a pie, nunca mejor dicho. No contentos con ello, ahora acometen, a un coste de unos 8 millones de euros, la segunda fase, entre Diagonal y Gran Vía. Un presupuesto que se doblará a buen seguro, para una obra que causa un escepticismo general, porque del resultado de la primera fase ya se constató que ni sirve para el tráfico, ni para los peatones, ni para los comercios. O sea, que no sirve de nada, salvo para decir, tan ufanos, que tenemos una de las avenidas con las aceras más anchas del mundo, por las que no pasea ni dios. 

Igual que en la Diagonal entre Paseo de Gracia y Francesc Macià, un proyecto de veinte millones (léase cincuenta como mínimo) que la ciudadanía rechazó frontalmente en referéndum con el apoyo de CiU, y que ahora el alcalde Trías ha priorizado porque los comerciantes de la zona se lo demandan. Al resto de ciudadanos que les den y que paguen. Porque estas obras las pagamos nosotros, mientras  nos suben los precios públicos de todos los servicios. O las obras de Mitre, que están presupuestadas en unos seis millones de euros -multipliquemos por dos, o aceptemos que somos unos crédulos incautos- para convertirlo en un bulevar fantástico por donde puedan pasear los vecinos de la parte alta. En plata, raso, y claro: para dejar la ronda como era hace cuarenta años y complicar el tráfico aún más. Paso por ahí a diario y puedo dar fe de que nadie, rigurosamente nadie, necesita un bulevar de esas características y a ese coste, salvo los pocos e influyentes vecinos de la zona.

Creo reflejar le sentir popular cuando digo que no estoy en contra de los reformas embellecedoras de una ciudad, pero hay momentos para todo, y éste no es el adecuado. Cuando de la crisis sólo están saliendo los bancos; cuando nos dicen que los ciudadanos de a pie tardaremos diez o veinte años en notar la recuperación, resulta cuanto menos insultante que se emprendan obras  de este calibre, que nadie necesita salvo para fotografiar la turística postal de la "capital del Mediterráneo", que por mi se la pueden meter por donde les quepa si lo que consiguen con ello es que yo no pueda ni vivirla ni disfrutarla. Que a lo mejor es lo que pretenden.

Pero es que no contentos con esto, están decididos a liarla parda en la Plaça de Les Glòries, una obra faraónica, a la que La Vanguardia dedicaba un artículo en la lejana fecha de julio de 2007, y según el cual, el presupuesto aproximado (muy aproximado) de la época rondaba los 600 millones de euros. Y en ello están, pero viendo el coste final de algunos de los primeros edificios de la zona (100 millones de euros el mueso DHUB, y 55 la nueva sede de los encantes) me juego el resto a que el presupuesto final rondará los 1500 millones de euros. Para regocijo, únicamente, de la combativa asociación de vecinos del Clot, que son los únicos beneficiarios de esta magna obra que no servirá de nada, porque Glòries, como toda plaza inmensa, es un lugar que será inhóspito y sin centralidad urbana hagan lo que hagan, salvo que edifiquen en medio el Kremlin o la Ciudad Prohibida de Pekín, escasos ejemplos donde la enormidad tiene un cierto sentido. Y eso mientras no les salga un bodrio como la plaza Lesseps, que ya podrían haberla dejado como estaba, porque ahora es el lugar más desangelado y agresivo visualmente que uno pueda echarse a la cara en Barcelona, una apoteosis de cemento y metal digna de Blade Runner que costó la friolera de unos treinta millones de euros y cinco años de tortura vecinal y por la que procuro pasear lo menos posible, en invierno para no helarme y en verano para no freirme.

Que es lo que sucederá en Glòries, porque a fin de cuentas, las maquetas y las proyecciones 3D y los hologramas y toda la parafernalia del diseño urbanístico nunca muestran la cruda realidad de lo que se les viene encima a los ciudadanos cuando los alcaldes se embalan en su habitual grandilocuencia. Mientras tanto, el transporte público más caro de Europa en relación al salario medio, sin cortarse un pelo y echándole la culpa al gobierno (al de Rajoy, porque al de Mas ni se les ocurriría, que son del mismo partido).

Soy el primero que deseo que mi ciudad sea bella y agradable, pero con ciertos límites. Agradable para todos los ciudadanos,  no sólo para algunos - como los de Glòries- que cuando se instalaron allí ya sabían lo que se daba, es decir un nudo viario fundamental para la ciudad y que ahora se va a convertir en un atasco monumental para todos los que quieran entrar y salir de ella. Pero es que además, a mi también me gusta tener mi casa arreglada, pero por supuesto que jamás emprenderé la reforma del baño y la cocina si la mitad de los miembros de la familia están en el paro, y para ello les recorto el presupuesto de necesidades básicas. Como el transporte, por un decir.
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