Ese señor que cuando luce bigote
tiene cara de facha malo de película española de los años cuarenta, y que afeitado
parece el mal remedo de un diputado aún más bufo y berlusconiano que el propio
Berlusconi; ese señor que algún medio de comunicación ha definido,
literalmente, como “irritante diputado,
conocido por encarnar el monumento a la grosería, el mal gusto, la
impertinencia y la vulgaridad, al ser uno de los más ruidosos parlamentarios
del PP, que ríe a carcajadas y vocifera en los plenos del Congreso”; en
suma, ese peso pesado del PP llamado Martínez Pujalte, se ha despachado con la
frase que merece los laureles de la estupidez de la semana, lo que ya tiene
mérito, pues sólo estamos a miércoles.
El señor Vicente ha dicho que el PP no es una religión y una secta como el PSOE, y se ha quedado tan pancho.
Seguramente, para rematar tamaña idiotez se habrá aligerado con alguna sonora ventosidad para complementar la
hediondez de sus palabras, fiel reflejo de su generalmente bronco carácter y
malcarada presencia.
Pues va y resulta que Martínez
Pujalte debe saber mucho de sectas, puesto que era numerario del Opus Dei hasta que Cupido le jugó una mala pasada - a la Obra- y se enamoró y acto seguido desposó con una divorciada, para horror y pasmo de sus correligionarios. Una Obra
que por más afamada y católica que sea, no deja de ser considerada una secta
por muchos estudiosos del fenómeno, y por casi todos los que la han abandonado
renegando públicamente de ella. Y desde luego, sus miembros hacen profesión de
fe católica y fervor religioso incluso en sus actividades políticas, pues esa
es una de las bazas a las que juega permanentemente el Opus desde su fundación: influir en la sociedad a través de la economía y de la política. Y teniendo
en cuenta el elevado número de miembros del Opus que se encumbran a las alturas
políticas merced a su militancia de hecho o de derecho en el PP, es un sarcasmo
doloroso que Pujalte acuse al PSOE –que será muchas cosas censurables, pero que
al menos es laico- de ser una religión o una secta.
Como debemos siempre recordar, la
mayoría de los humanos somos proclives a proyectar nuestros defectos sobre el
adversario. En el ala ultra-ultra del PP, dominada por muchos opusdeístas y legionarios, no son inmunes a esta patología psicosocial que
atribuye a los demás los peores males que ellos mismos encarnan. Porque hay que
tenerlos bien puestos para que un señor como Vicente Martínez, que es de los que lleva el cilicio bajo el terno,
tenga los redaños de acusar a los miembros de otro partido, de ser un rebaño obediente y
de tener opiniones robustamente domeñadas desde lo alto de la jerarquía.
Lo cual seguramente es plausible,
vista la perpetua tentación jacobinista del PSOE más clásico, que tiene una
enorme querencia por el centralismo rigurosamente controlador y una no menos
enorme aversión por todo lo que suene no ya a disidencia, sino a mera
disonancia en las opiniones de los militantes y cuadros. Baste recordar que la
célebre frase “el que se mueva no sale en
la foto” es del ínclito Guerra, que seguramente podría dedicarse a jugar al
dominó y echar tacos con el señor Martínez Pujalte de pareja sin que
desentonaran ambos en el más tabernario de los ambientes (aunque debe reconocerse
que Guerra disfrazaba su mala folla con un aura literaria y versada de la que
el señor Pujalte a todas luces carece).
Pero que pudiera ser cierto no hace
la comparación menos odiosa, viniendo de donde viene, y especialmente de quien
viene: uno de los tipos más recalcitrantemente sectarios y fundamentalistas que
medran en la política nacional. Y cuyo pensamiento político y social resume muy
bien el profundo autoritarismo tan hondamente enraizado en el sistema
democrático español, que contaminó a casi todas las formaciones desde el
mismo inicio de la transición de 1977, y que se auparon a posiciones monolíticas e
intolerantes con la diversidad interna y la libertad de conciencia bajo el
pretexto de la gobernabilidad del país. Qué risa, sobre todo cuando la Constitución consagra que los diputados no están ligados por ningún mandato imperativo.
Empieza a ser reiterativo, pero hay que repetirlo: en España
se habla mucho de la democracia, pero se la respeta muy poco. Así nos va.
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