sábado, 18 de enero de 2014

Exorcismos

Según informan los medios, en España se ha disparado el número de sacerdotes autorizados por determinadas jerarquías católicas para practicar exorcismos. El asunto parece de broma pero tiene mas enjundia de la que aparenta a primera vista. Según la Iglesia católica -merece la pena recordar que admite incuestionablemente la existencia de Satán y demás agentes demoníacos- el mal se ha extendido por el mundo de forma prácticamente incontrolable y universal, y ello se traduce en el aumento exponencial de posesiones demoníacas, particularmente en  nuestras mediterráneas tierras.

No voy a discutir sobre la existencia de los espíritus malignos, pues allá cada uno con sus creencias, que pertenecen al ámbito estrictamente religioso y personal. Sin embargo, la creencia en el diablo y en las consecuencias de su existencia para la humanidad tiene consecuencias políticas y sociales que no se pueden desdeñar.

Elevar la figura del diablo desde el ámbito religioso al social, y de ahí al político, que es lo que están haciendo determinadas jerarquías católicas, reviste una gravedad que me parece que pocos han sabido señalar. Animados por las huestes del ultracatolicismo más estrambótico (o sea, el venido de tierras hispanoamericanas), que en gran medida no es más que la traslación de las religones animistas y mágicas de las culturas nativas a la estructura del catolicismo, gran parte de la jerarquia católica no ha dudado en explotar al máximo la ingenuidad de muchos fieles y su creencia a pies juntillas en la perversa acción del diablo. 

No resulta difícil ver hasta que punto la superstición se superpone a la fe en esas capas populares caracterizadas, sobre todo, por una culturización más que deficiente y una carencia casi absoluta de pensamiento crítico. De este modo, millones de personas cruzaron el Rubicón de los espíritus naturales y los dioses precolombinos hasta asentarse en el dios uno y trino cristiano, llevando consigo gran parte de las tradiciones originales, que se incorporaron al catolicismo misionero, y que han desembocado en este extraño fundamentalismo cristiano de nuevo cuño que galopa por toda Iberoamérica y que en pocos años ha tomado plaza en España.

Así que estamos en el punto en el que, con todos ellos, ha desembarcado también el diablo, y que ese personaje es el responsable de la expansión del mal por las tierras cristianas.Y la Iglesia Católica, atenta al quite, parece haber encontrado un nuevo filón para arrimar el ascua del miedo a su sardina de la fe, y encuentra casos de exorcismo por doquier, hasta el punto de que el overbooking actual de posesiones demoníacas la ha obligado a incrementar más que notablemente el número de curas exorcistas en determinadas diócesis, con no poco regocijo de algunos sectores que podríamos denominar sin miedo a equivocarnos como ultrareaccionarios.

Bien, cada empresa busca su expansión como mejor les conviene, pensarán algunos, y a fin de cuentas la publicidad  casi siempre es engañosa, así que tampoco importaría demasiado que el catolicismo engrose y refuerce sus filas con supercherías de alto voltaje, si no fuera porque  se está jugando con la fe de personas de ingenuidad casi infantil y llevándolas a prácticas exorcistas que en algunas ocasiones sonadas han concluido en condenas penales a padres y sacerdotes por no tratar desórdenes que no eran tales posesiones infernales, sino meros casos de esquizofrenia no diagnosticados.

Sin embargo el asunto de los exorcismos tiene otra cara mucho más oscura y perniciosa desde el punto de vista social. Con el visto bueno de algunas jerarquías católicas, esta repentina omnipresencia del Maligno permite a muchos esconder la cabeza bajo el ala: el Mal existe, y está triunfando, pero los Hombres no somos responsables de nada de lo que sucede. Todo es obra de Satanás, y por lo tanto, nada podemos hacer con nuestro propio esfuerzo humano para vencerlo. Debemos encomendarnos a la Santa Madre Iglesia y seguir sus dictados y recomendaciones. Y rezar, rezar mucho. Y por supuesto regresar al seno del catolicismo, que es lo único que nos puede preservar del mal.

No está de más subrayar que muchas culturas primitivas (no primitivas en un sentido peyorativo, sino en el más exacto en cuanto a la evolución del rigor científico y del pensamiento crítico) tienden a atribuir todos los males que las afligen a entidades externas, que invariablemente son espíritus malignos. Esa actitud tiene una doble función, que cumple con mucho éxito. En primer lugar, exime de responsabilidad alguna a los dirigentes de la sociedad, poniendo de manifiesto que si algo malo sucede, no es por su incompetencia o maldad, sino porque fuerzas intangibles de orden superior se han aliado para perturbar la armonía social. En segundo lugar, actúa como un aglutinante social que permite a todos los individuos reagruparse bajo la protección de algún tipo de salvador que les conduzca al triunfo final sobre los espíritus del mal.

De este modo, ante los reveses socio-políticos, las clases dirigenes encuentran un arma formidable que les salva el pellejo frente a todo tipo de desastres y al mismo tiempo les permite reforzar su papel director de una sociedad sumisa y que está dispuesta a seguir ciegamente los dictados del ritual exorcizante necesario para no sucumbir ante las fuerzas demoníacas. No resulta extraño que, siguiendo el mismo esquema, determinados ámbitos del clero católico, caracterizados por sus posturas ultras y por atender a una clientela muy sugestionable, hayan encontrado el filón del siglo XXI en el Diablo que, según ellos, permea todas las capas de la sociedad.

Se me antoja una grave irresponsabilidad en estos tiempos de zozobra social y política, que no son más que el reflejo de una crisis del paradigma social vigente, que personas cultas y formadas atribuyan a un supuesto Maligno la causa de los males que nos aquejan, pues ello no es más que desviar el foco de atención respecto de quienes son los verdaderos responsables del punto al que hemos llegado. El abyecto trayecto que ha recorrido la sociedad occidental en los últimos años no es obra del demonio, sino de una serie de factores entre los que, desde luego, no está de más el poder omnímodo que las democracias occidentales han concedido al neoliberalismo salvaje de corte ultracapitalista. La responsabilidad es de todos quienes han alentado el beneficio a ultranza como principio fundamental del movimiento hacia la nada en el que estamos sumidos y no de un espíritu malvado y revanchista ajeno a nosotros y que está en pugna eterna con un Dios benevolente.

El mal está en nosotros, no en un ente externo que nos perturba y nos posee. Eso es una inicua excusa para no hacer nada y dejar que los de siempre, que curiosamente suelen ser los que van a misa todos los domingos, sigan gobernando el mundo a su antojo, protegidos por la cruz, la espada y la billetera. El sector más rancio de la jerarquía religiosa dominante, siempre necesitada de un enemigo exterior global frente al que unir fuerzas y ahogar críticas no deseadas, ha optado por la vía que podría parecer risible, pero que no lo es tanto: un enemigo inmaterial, invisible y omnipresente. Y contra él azuza a las masas, en el más puro estilo del chamán de la tribu. Y al mismo tiempo las mantiene mansas, reducidas a la oración y al exorcismo.

Frente a una más que deseable asunción de nuestra responsabilidad individual y colectiva por los males que aquejan a la sociedad occidental, se alza de nuevo el remedo burdo de una obediente espiritualidad para combatir, a las ordenes de los autoproclamados generales de Cristo, a los ejércitos del Maligno. 

Y luego los hay que me discuten si la religión es el opio del pueblo.


1 comentario:

  1. Me estoy leyendo el anticristo de Nietzche y van por ahí los tiros.
    Y me llamó la atención lo que dice acerca de que un dios todo bondadoso sería inutil en este mundo y no tendría capacidad de acción, lo que me lleva a pensar en el mundo como una realidad Gnóstica en donde el mundo material es "malo" (guerras, muerte, dolor...) y Dios no puede actuar, solo el Demonio.
    Esa sería una de las posibles existencias de Dios según la visión de Nietzche aunque él lo niegue.
    Por eso me parece realmente importante en mi razonamiento saber si lo de los exorcismos es real.
    Si no es real tendríamos que volver a Pabo de Tarso y al Concilio de Niceo para ver que tipo de genios inventaron este tipo de control.

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