viernes, 10 de enero de 2014

El aborto de Gallardón

Lo malo de los partidos políticos no es que pretendan que sus militantes suscriban la totalidad de su programa, sino que pretenden hacernos creer que sus votantes -muchos de los cuales son puramente circunstanciales- también lo ven así. Es uno de los peores defectos de los sistemas electorales de listas cerradas, que imponen no sólo una cerrazón electoral sino también mental, por lo que se ve.

En las democracias anglosajonas (siento constatarlo, pero son las únicas que lo son de verdad) los sistemas mayoritarios y/o de listas abiertas permiten una mayor libertad de actuación tanto al electorado como al diputado electo. La disciplina de voto se encuentra naturalmente modulada por el principio de que el diputado se debe ante todo a su circunscripción, y por tanto a sus votantes, incluso antes que a su partido. Por eso son archiconocidas las constantes negociaciones que se dan en la Cámara de Representantes norteamericana, donde no es infrecuente que congresistas demócratas voten contra la línea oficial de su partido, mientras que lo mismo ocurre entre las huestes republicanas.

Aquí no, en este país de abortos que no fueron pero que mejor hubieran sido, se pretende no sólo una adhesión inquebrantable a la línea oficial del partido, muy del estilo ultramontano de los fachas que se enquistaron, repodujeron y perpetuaron en el poder a la luz de la Transición, sino que además se nos quiere hacer creer el cuento de que el electorado es un mazacote hermético, homogéneo y sin fisura alguna. Dejando  a un lado lo penoso del argumento de la disciplina de voto, que deja al diputado en el lugar de un mero robot pulsador de botones en el hemiciclo (me pregunto si no sería más cómodo, sencillo y desde luego mucho más barato sustituir a toda esa canallada trajeada por meros relés controlados a distancia, pues para nada más parecen servir); estos del PP, que a estas alturas de la legislatura se me antojan totalmente repugnantes en casi cada una de sus manifestaciones, pretenden decirnos que la ley del aborto increíblemente retrógrada que propuganan es un deseo de todo el electorado que les aupó -para desdicha de la libertad- al poder que hoy ejercen como si fuera suyo para siempre.

Vamos, imbéciles, a ver si nos enteramos: el deslizamiento del voto masivo a favor del PP que se produjo en 2011 fue fruto de la desesperación popular frente a una situación económica que creían que sólo podía enderezar un cambio de timonel político. El resto del programa le importaba un bledo a la mayoría de los millones de electores que cambiaron de bando. Cuando el paro está llamando a tu puerta y el agobio por pagar la factura de la hipoeca no te deja dormir, lo prioritario es la economía. Y en consecuencia, votas a quien te promete que le dará un giro radical al país y lo pondrá de nuevo sobre los raíles del bienestar. Lo demás te parece secundario, salvo que seas militante de pro y te hayas leído, siquiera superficialmente, el programa electoral.

Cosa que no hicieron la mayoría de españolitos (que por otra parte no suelen ir nunca más allá de los titulares) y así nos va. Cierto es también que muchos votantes realmente centristas e incluso de izquierda decidieron ceder el paso al PP por una cuestión que muchos consideraban de higiene política ante la debacle interna del PSOE y su tremendo desgaste en el gobierno. Para evitar una fragmentación de voto hacia formaciones pequeñas que hubiera traído consigo un grado de inestabilidad poco deseable, optaron por votar a la otra única formación nacional potente para permitirle formar un gobierno fuerte. Y tan fuerte, con una mayoría absoluta que jamás podría siquiera soñar de no haber mediado una crisis tan atroz, aunque ahora sabemos que hubiera dado lo mismo que hubiéramos votado masivamente a los payasos de la tele, pues el rumbo en el área económica lo hubiera impuesto igualmente Merkel y compañía.

Así que siguiendo su habitual estilo chuloputesco, provocador, ultramontano, montaraz y decididamente fascista, estos nietos de Franco nos dicen con toda naturalidad que creamos que sus casi once millones de votantes están todos ellos en contra de una ley de aborto de plazos. De entrada, sus votos, aún siendo muchos, no llegaron a ser ni la mitad de todos los votantes, y mucho menos si se tiene en cuenta al electorado que se abstuvo. Por otra parte, vista la trifulca interna que hay entre sus diputados, podemos suponer que los ciudadanos que votaron al PP se encontrarán al menos tan divididos como aquéllos. Lógico, por otra parte, teniendo en cuenta lo que siempre se ha dicho respecto al PP: que aglutina, para desgracia de casi todo el país, a todo el espectro político desde el centro liberal hasta el extremo de la camisa azul y la sotana con garrota..

Quiero ser generoso con la estadística y, ante la falta de datos, aceptaré incluso el peor de los escenarios: que la mitad del electorado del PP es ultraderechista y meapilas a partes iguales e igualmente antiabortista. Eso me da cosa de unos cinco millones y medio de votos. Entonces, digo yo, esa cuarta parte del electorado que responde al sector del "hijoputa" (que decía la Aguirre, no yo), va a conseguir que nos impongan, por sus cojones y olé, una ley de aborto de supuestos que no tienen en forma tan regresiva países con gobiernos conservadores de nuestro entorno. Ninguno de ellos.

Además, quiero señalar que este país se declara aconfesional según esa tan intocable Constitución que invocan continuamente esos ministros que padecemos, y resulta intolerable que un asunto que es claramente de orden religioso, atizado por la secta de monseñor Rouco y sus secuaces, se convierta de nuevo en el eje de la política social de un país que ya vivió demasiados años pendiente de lo que pretendidamente decidía Dios en las alturas. Recortar libertades tan difícilmente ganadas en atención a unos pretendidos e indemostrables valores absolutos es de lo más despreciable que puede hacer un político. Y por descontado, le excluye de autoproclamarse demócrata por los siglos de los siglos. Amén.

Finalmente me pregunto si este empecinamiento de los Wert, los Fernández Díaz y los Gallardón que tanto nos afligen en tirar adelante leyes que saben positivamente que serán tumbadas en cuanto gire la tortilla responde en el fondo a un tic autoritario del que no pueden desprenderse porque lo llevan en los genes (lo cual sería tremendamente preocupante y mostraría a las claras hasta que punto el sector ultra disfrazado de moderno gobierna este país) o si acaso es que son directamente cortos de entendederas y no se dan cabal cuenta de que los temas controvertidos necesitan un consenso nacional amplio, y que eso significa negociar y hacer concesiones por todas las partes implicadas. Lo demás es trabajo en vano durante una legislatura, para ser deshecho en la siguiente. Porque eso es lo que sucederá con la ley de seguridad ciudadana, la ley de educación y con esa maldita ley del aborto que pone la guinda al pastel de la represión de la libertad en este desgraciado lugar llamado España.

Y luego hay quien se pregunta porqué los catalanes queremos marcharnos. ¿Acaso  les puede extrañar?.


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