viernes, 2 de agosto de 2013

Berlusconi

Pese a sus airadas protestas, sus manifestaciones chulescas y desafiadoras y su pose de víctima de un sistema judicial que va a por él (en una clara muestra de paranoia senil sobreactuada), el señor Berlusconi acabará dando con sus huesos en la cárcel, aunque solo sea una estancia corta y atenuada. Por fin, diremos la mayoría, conscientes de que “el caso Berlusconi” es mucho más que un asunto político interno de los italianos.

Lo que se juega en Italia con Berlusconi es muy importante para el resto de los europeos, porque pone de manifiesto dos cosas de la máxima importancia. Primero, cómo se puede encumbrar al poder una persona absolutamente disoluta y sin ningún respeto por la legalidad con el apoyo de su bastión mediático, o lo que es lo mismo, cómo puedes dominar un país entero durante muchos años si controlas los medios de comunicación a tu antojo.

Segundo, lo sucedido en Italia significa que tras décadas de presión mafiosa sobre la judicatura, con asesinato de notables jueces incluidos, el sistema judicial italiano se ha revuelto y se ha configurado como lo que realmente debe ser: el administrador de un poder que emana del pueblo; el administrador de la justicia. Y que son capaces de condenar sin paliativos a todo un expresidente del gobierno, igual que ya hicieran con Bettino Craxi en aquel célebre proceso de los años noventa que promovió el movimiento “Manos Limpias” y que, irónicamente, permitió el acceso al poder de un Berlusconi populista pero igual de corrupto que sus predecesores, sólo que con un imperio  televisivo guardándole las espaldas.

Al final, Berlusconi ha caído, pese a su inmenso poder mediático. Y esa es una buena noticia para los italianos, aunque no tanto para los españoles. Porque en España, el poder judicial sigue cautivo de muchas decisiones políticas y sometido a unas presiones intolerables por parte de todos los elementos del tablero político, tanto los que están a la vista como los ocultos. Y también porque nos guste o no, los medios españoles están mucho más mediatizados que los italianos. La dependencia de la prensa española de la subvención y de la financiación de los lobbies de presión es de tal dimensión que resulta imposible resolver el entramado que une a la prensa con el poder político, sobre todo la de la derecha y sus tentaculares derivaciones. Y eso ha contribuido significativamente a que la prensa en general, y la de ultraderecha en particular, se haya convertido a un fundamentalismo panfletario y  a un sectarismo descarado faltando sistemáticamente a los más elementales principios de la profesión periodística, confundiendo el ejercicio de la opinión con el del vasallaje infame a quien les paga las treinta monedas de plata para traicionar la objetividad y la ecuanimidad exigibles a todo profesional de la información.

En este país, por cierto, se suele confundir la libertad de opinión, que siempre es legítima cuando responde a las propias convicciones, con la libertad de difamación e injuria, que es lo que practican muchos medios de comunicación que se dedican directamente a esa deleznable labor sin justificar las razones de sus agravios más que por la orientación política del contrincante. Especialmente curiosas resultan las maneras entre histéricas y zafias de determinados medios vinculados a la derecha más cerril y legionaria, como Libertad Digital o Intereconomía, que nutren sus presupuestos directamente de las cajas barcenarias y de las subvenciones a fondo perdido de magnates mangantes de pelaje nada democrático.

Me refiero a  esos empresarios que igual financiarían a Libertad Digital  que a un golpe de estado sin que les temblara el pulso. Lo cual me da qué meditar, en una de esas ramificaciones del pensamiento que le suceden a uno en estas épocas estivales, que cómo es posible que once millones de personas votaran a un partido que no sólo es de derechas, no sólo es corrupto y no sólo es manipulador, sino que además tiene por voceros a todo un conjunto de resentidos a sueldo que no saben más que arrojar basura las más de las veces inventada sobre sus conciudadanos. Y la conclusión a la que he llegado es que en este país mucha gente es ilusa o directamente practica la estulticia como deporte. A ver si nos vamos enterando: no se puede ser pobre y de derechas, por razones tan evidentes que no merece la pena comentarlas, salvo a críos de parvulario.

A esos once millones de mansos borregos bienintencionados quiero espetarles la siguiente admonición: esto de Hispania no tendrá remedio hasta que no metamos en la cárcel a algún presidente el gobierno, al estilo Berlusconi,  o lo obliguemos a exiliarse, como ocurrió con el bueno de Craxi. Mientras tanto, seguiremos siendo unos memos pasivos de tomo y lomo, y continuaremos pegando embobados nuestras narices a la pantalla de plasma en la que el autista Rajoy y sus secuaces mentirán con desfachatez y alevosía sin que ocurra nada de nada. De nada. Eso es la Marca España, y lo demás son pamplinas.


Y para acabar una pregunta al viento: ¿qué estaría sucediendo en este país si Berlusconi fuera español? Me resulta aterrador sólo imaginarlo. 

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