Pese a sus airadas protestas, sus
manifestaciones chulescas y desafiadoras y su pose de víctima de un sistema
judicial que va a por él (en una clara muestra de paranoia senil sobreactuada),
el señor Berlusconi acabará dando con sus huesos en la cárcel, aunque solo sea
una estancia corta y atenuada. Por fin, diremos la mayoría, conscientes de que
“el caso Berlusconi” es mucho más que un asunto político interno de los
italianos.
Lo que se juega en Italia con
Berlusconi es muy importante para el resto de los europeos, porque pone de
manifiesto dos cosas de la máxima importancia. Primero, cómo se puede encumbrar
al poder una persona absolutamente disoluta y sin ningún respeto por la
legalidad con el apoyo de su bastión mediático, o lo que es lo mismo, cómo
puedes dominar un país entero durante muchos años si controlas los medios de
comunicación a tu antojo.
Segundo, lo sucedido en Italia
significa que tras décadas de presión mafiosa sobre la judicatura, con
asesinato de notables jueces incluidos, el sistema judicial italiano se ha
revuelto y se ha configurado como lo que realmente debe ser: el administrador
de un poder que emana del pueblo; el administrador de la justicia. Y que son
capaces de condenar sin paliativos a todo un expresidente del gobierno, igual
que ya hicieran con Bettino Craxi en aquel célebre proceso de los años noventa
que promovió el movimiento “Manos Limpias” y que, irónicamente, permitió el
acceso al poder de un Berlusconi populista pero igual de corrupto que sus
predecesores, sólo que con un imperio
televisivo guardándole las espaldas.
Al final, Berlusconi ha caído,
pese a su inmenso poder mediático. Y esa es una buena noticia para los
italianos, aunque no tanto para los españoles. Porque en España, el poder
judicial sigue cautivo de muchas decisiones políticas y sometido a unas
presiones intolerables por parte de todos los elementos del tablero político,
tanto los que están a la vista como los ocultos. Y también porque nos guste o
no, los medios españoles están mucho más mediatizados que los italianos. La
dependencia de la prensa española de la subvención y de la financiación de los
lobbies de presión es de tal dimensión que resulta imposible resolver el
entramado que une a la prensa con el poder político, sobre todo la de la
derecha y sus tentaculares derivaciones. Y eso ha contribuido significativamente
a que la prensa en general, y la de ultraderecha en particular, se haya
convertido a un fundamentalismo panfletario y
a un sectarismo descarado faltando sistemáticamente a los más
elementales principios de la profesión periodística, confundiendo el ejercicio
de la opinión con el del vasallaje infame a quien les paga las treinta monedas
de plata para traicionar la objetividad y la ecuanimidad exigibles a todo
profesional de la información.
En este país, por cierto, se
suele confundir la libertad de opinión, que siempre es legítima cuando responde
a las propias convicciones, con la libertad de difamación e injuria, que es lo
que practican muchos medios de comunicación que se dedican directamente a esa
deleznable labor sin justificar las razones de sus agravios más que por la
orientación política del contrincante. Especialmente curiosas resultan las
maneras entre histéricas y zafias de determinados medios vinculados a la
derecha más cerril y legionaria, como Libertad Digital o Intereconomía, que
nutren sus presupuestos directamente de las cajas barcenarias y de las
subvenciones a fondo perdido de magnates mangantes de pelaje nada democrático.
Me refiero a esos empresarios que igual financiarían a Libertad
Digital que a un golpe de estado sin que
les temblara el pulso. Lo cual me da qué meditar, en una de esas ramificaciones
del pensamiento que le suceden a uno en estas épocas estivales, que cómo es
posible que once millones de personas votaran a un partido que no sólo es de
derechas, no sólo es corrupto y no sólo es manipulador, sino que además tiene
por voceros a todo un conjunto de resentidos a sueldo que no saben más que
arrojar basura las más de las veces inventada sobre sus conciudadanos. Y la
conclusión a la que he llegado es que en este país mucha gente es ilusa o
directamente practica la estulticia como deporte. A ver si nos vamos enterando:
no se puede ser pobre y de derechas, por razones tan evidentes que no merece la
pena comentarlas, salvo a críos de parvulario.
A esos once millones de mansos borregos
bienintencionados quiero espetarles la siguiente admonición: esto de Hispania
no tendrá remedio hasta que no metamos en la cárcel a algún presidente el
gobierno, al estilo Berlusconi, o lo
obliguemos a exiliarse, como ocurrió con el bueno de Craxi. Mientras tanto,
seguiremos siendo unos memos pasivos de tomo y lomo, y continuaremos pegando
embobados nuestras narices a la pantalla de plasma en la que el autista Rajoy y
sus secuaces mentirán con desfachatez y alevosía sin que ocurra nada de nada.
De nada. Eso es la Marca España, y lo demás son pamplinas.
Y para acabar una pregunta al
viento: ¿qué estaría sucediendo en este país si Berlusconi fuera español? Me
resulta aterrador sólo imaginarlo.
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