miércoles, 20 de septiembre de 2017

Fractura social y agenda oculta

Las fracturas sociales, tan comentadas hoy en día a cuenta del referéndum de independencia de Cataluña, no son como las fracturas óseas, donde un concienzudo  examen traumatológico desvela de forma clara si existe o no esa anomalía orgánica. Las fracturas sociales dependen mucho de la perspectiva de cada interesado, y sobre todo dependen de la intención de los involucrados en esos presuntos procesos  traumáticos.

A fuerza de leer  a autores como Steve Devitt o Dan Ariely, estupendos especialistas en analizar de forma heterodoxa los incentivos de la gente al actuar de determinada manera (y de mentir descaradamente en sus actividades públicas), uno se esfuerza en analizar desde perspectivas no convencionales  muchas de las acciones irresponsables de los políticos, que son con diferencia, los individuos que más claman por la responsabilidad -de los demás- y menos ejercen la propia. A este respecto, resulta cautivador el desprecio que manifiestan la inmensa mayoría de los científicos sociales por los políticos, como individuos corroídos por su ambición personal, corrompidos  en cuanto miembros de un grupo profesional que sirve a agendas ocultas y desvergonzados en el uso de la mentira, el engaño y el abuso de posición dominante.

Entrando en materia, hace tiempo que se habla de fractura social en Cataluña. Una fractura totalmente inexistente en la calle hasta hoy, como ya he informado en más de una ocasión en este mismo blog (por suerte, en el antiguo “oasis catalán” uno todavía puede ser independentista y tener conversaciones sensatas y nada beligerantes con amigos y conocidos unionistas sin que la cosa concluya necesariamente con fracturas de otro tipo, fisiológico en concreto), pero que sí existe a nivel político, y sobre todo promovido entre las bases de quienes se sienten pretendidamente agredidos por las intenciones nacionalistas de llevar a cabo el referéndum.

Tiene su gracia que un antiguo  -y descalificado- miembro de Ciudadanos como Jordi Cañas, de quien la mayoría recuerda su necesario cese cuando se publicaron sus fotos brazo en alto y algún turbio asunto con Hacienda, proclame en una reunión de Sociedad Civil Catalana la analogía de los proreferéndum con las campañas hitlerianas de los años treinta para hacerse con el poder en Alemania. Y es que hay una diferencia entre ser una víctima en un papel no deseado, y ser víctima voluntariamente aceptada a fin de obtener un beneficio –el que sea- de dicha situación. Me refiero a que no es lo mismo el señor que resulta atropellado por un autobús (víctima genuina) que el individuo que se arroja bajo las ruedas de un taxi intencionadamente para cobrar del seguro (víctima de conveniencia).

No negaré que en el sector independentista hay bárbaros -como en todas partes- encantados de dar caña al unionista, pero no es ése el talante generalizado, salvo para quienes les conviene manifestarlo de esta manera ante el resto de España y provocar el horror y la repulsa de sus demás conciudadanos. Lo digo y lo afirmo desde mi posición privilegiada entre amigos, conocidos y colegas profesionales tanto independentistas como unionistas, donde no veo por ningún lado el presunto acoso y derribo al que afirman estar sometidos los políticos que claman por ser víctimas de los furibundos nacionalistas. Señalados sí que están, por supuesto, pero es que resulta de lo más grotesco que un político, figura pública donde las haya, se queje cuando se le señala como adversario por parte de parte del electorado. Se ve que sólo les encanta salir en los carteles de propaganda electoral con esas sonrisas bobaliconas tan tópicas de las campañas, pero no cuando les retratan, literalmente, como adversarios a batir en la arena política.  

Sobre todo, porque el tema de la fractura social lo pusieron ellos mismos de moda, a sabiendas de la vieja sabiduría convencional que insiste en que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad a ojos del escasamente documentado, un espécimen humano que suele ser la carne de cañón de las ideologías políticas viscerales y extremas. Porque la cuestión que nadie ha debatido hasta el momento no es que exista o no una fractura social, sino a quién beneficiaría realmente la existencia de dicha fractura, si se llegara a producir. Y qué ventajas obtendría la parte que pudiera forzar una verdadera fractura social en Cataluña.

Porque es muy fácil decir que existe una fractura social y luego presentarse como víctima de ella, cuando la lógica indica claramente que en  las fracturas sociales todas los ciudadanos son víctimas por igual, por más que algunos políticos pretendan sacar provecho de ella más que otros. Piénsese en lo acaecido en los Balcanes a finales del siglo XX, o en Ucrania durante este convulso inicio del siglo XXI: hay que tener mucha desfachatez para pretender que la fractura ha beneficiado a la población rusa o a la ucraniana, pues en todo caso ambas poblaciones ha padecido en sus carnes los efectos de los intereses de unos políticos que los han usado como carne de cañón para afianzar sus respectivas poltronas a uno y otro lado de la frontera.

La fractura social, convenientemente utilizada, es una poderosa herramienta que legitima públicamente a la presunta víctima, y debilita notablemente al verdugo. Por eso en cuanto se presentan disensiones políticas con repercusión social, los más avispados corren a atribuirse el papel de víctimas -aunque es innegable que en algunas ocasiones lo son de veras- para dejar al adversario en el lugar del malvado verdugo. Sin embargo, la fractura social es algo difícil de gestionar eficaz e inteligentemente, pues no es infrecuente que pequeños vaivenes del escenario sociopolítico permitan la inversión de los papeles inicialmente asignados, donde repentinamente la víctima deja de serlo, en un cambio de caracterización tan dramático como las más de las veces sesgado, tal y como hemos visto hasta la saciedad en la  política internacional de los últimos decenios.

Queda claro, pues, que la fractura social es algo que se provoca desde arriba para conseguir un efecto en cascada psicológico demoledor entre la población, y conseguir una alineación y radicalización en uno u otro sentido. Ahora bien, y de vuelta al postulado inicial: ¿a quién beneficiaría una fractura social en Cataluña?  A mi modo de ver, es fácil responder por reducción al absurdo: las fracturas sociales siempre benefician a la parte con más efectivos, más fuerte política o militarmente o que tiene más aliados con poder para dominar la situación. Por tanto, es indudable que la fractura social beneficia al gobierno central y sus aliados, y refuerza su postura en el caso de tener que recurrir a medidas extremas, como la suspensión de la autonomía de Cataluña, la intervención masiva de las fuerzas de seguridad del estado, o la persecución penal de cientos o miles de cargos políticos en Cataluña.

De ahí que todos los impulsores del referéndum insistan a voz en grito en que hay que mantener la calma y no caer en provocaciones, porque es generalmente admitido que nada facilitaría más su propósito a los adversarios del referéndum que poder alegar una situación de inestabilidad social y de violencia en Cataluña para poder intervenirla manu militari.  Por supuesto, ésa es una de las claves que demuestra que a los impulsores del referéndum no les conviene en absoluto que se produzca la tan temida fractura social, porque el independentismo se quedaría sin cartas con que jugar esta mano de póquer político. Y si algo demuestra que a los unionistas les conviene que se produzca de hecho la fractura social en Cataluña, resulta ejemplarizante la actitud del líder de Ciudadanos, Albert Rivera,  durante la votación en el congreso del martes 19 de junio, en la que airadamente mostró su enfado con los representantes socialistas que no aprobaron el texto de su resolución y dejaron en minoría al PP y a Ciudadanos, debido a que el señor Rivera se opuso rotundamente a incluir una moción de llamada al diálogo entre  la Generalitat y el Gobierno Central. De lo que deduzco que el señor Rivera ha considerado llegada la hora de provocar realmente la fractura en Cataluña. Aunque todos sabemos que la enmienda propuesta por el PSOE no tendría ninguna efectividad real, sí resulta sintomática de dos actitudes netamente diferentes: la cada vez más beligerante y al mismo tiempo victimista de los unionistas del PP y Ciudadanos, frente a aquella que llama a mantener la calma y no cerrar puertas al diálogo pese a su frontal rechazo al referéndum, propugnada por los socialistas.

Rivera y compañía saben bien que su crédito depende en gran medida de que la emoción españolista obnubile la razón práctica de su electorado, aun cuando para ello media Cataluña deje de hablarse con la otra mitad. Y si llegamos a las manos, mejor que mejor para sus intereses, pero no para nuestra convivencia. Hay muchos a quienes agradaría  convertir Cataluña en Bosnia y pasar la apisonadora por encima como modo –sin duda eficaz- de aplastar temporalmente esta “rebelión inconstitucional y antidemocrática” (ya estamos de nuevo con la gramática parda). Sin embargo, todos sabemos que ésa no es la solución a largo plazo. Incluso lo saben los políticos, pese a que son quienes tienen la visión más miope de todo el espectro social español.

Sin fractura social, no hay justificación para la adopción de medidas drásticas contra el independentismo catalán. Sin fractura social, muchas de las medidas que se están propugnando para frenar el referéndum tendrían amplia repercusión y rechazo internacional. Sin fractura social no funciona el lema de cabecera de los políticos oportunistas de “mejor cuanto peor”, que resume de forma contundente el cinismo de una clase dirigente que sabe que determinados problemas se resuelven mucho mejor cuanto más daño se ha hecho antes a la ciudadanía. En general.

Si dejara de hablarme con mi vecino porque es de uno u otro signo, y ese gesto se multiplicase millones de veces, aunque se consiguiera la independencia de Cataluña sería una catástrofe social inimaginable, porque tardaríamos generaciones en devolver al país el espíritu abierto y negociador que siempre lo había caracterizado. Rivera lo sabe, y por eso, a él y a sus partidario les  conviene, y mucho, que haya una fractura social real en Cataluña, y poder invocar así  el carácter de minoría oprimida y violentada que tan buen resultado suele dar cuando quien está de tu lado es el primo grandote de Zumosol. Así que la fractura, en realidad, va de que a muchos dirigentes políticos no les importamos en absoluto. Ésa es su agenda oculta.

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