jueves, 13 de agosto de 2015

Política, mentiras y regresión a la media

Estamos ya en precampaña electoral, tanto para las elecciones catalanas de septiembre como para las generales que se vislumbran en noviembre. Eso quiere decir que vamos a tener que asistir a una retahíla exponencial de majaderías, estupideces y falsedades por parte de casi todos los partidos políticos, pero especialmente por parte del que ejerce actualmente el gobierno de la nación. Por este motivo, y con independencia de la ideología, afinidad o simpatía por una formación u otra, hay que recomendar con el máximo énfasis mucha precaución y un sano escepticismo, lo cual va dirigido incluso a los votantes del PP, que aunque a algunos pueda parecer lo contrario, no siempre son unos descerebrados, si bien ciertamente sucumben como todo el mundo a las ilusiones programadas y las causalidades engañosas e inexistentes.

Por si alguien tiene la tentación de acusarme de tendencioso, comenzaré esta entrada recomendado la lectura sosegada de un libro de Daniel Kahneman, el mayor especialista vivo (premio Nobel, por cierto) en teoría de decisiones, quien en su libro “Pensar rápido, pensar despacio” nos alerta sobre la infinidad de sesgos que dominan nuestro pensamiento y nublan nuestro juicio, y nos hacen tomar, la mayoría de las veces, decisiones que son bastante menos racionales de lo que creemos en principio. Y en no pocas ocasiones, totalmente insensatas.

El problema fundamental de la credibilidad de un mensaje político –sobre todo en su vertiente económica, que es la de más peso- es el de determinar si las correlaciones que establecen los medios de comunicación (para masas de escaso poder cognitivo) son ciertas, o simples arabescos insustanciales elevados a categoría de noticia de portada. Lo cual Rajoy y los suyos se empeñaránn en alentar desde ahora mismo a base de repeticiones forzadísimas de datos que no significan, ni por asomo, lo que ellos quieren transmitir. Pero ya se sabe, a base de repetir mentiras se acaba construyendo una “verdad” política. Y eso es lo que la gente de bien tiene la obligación de denunciar y desmontar.

El problema de los humanos es que no estamos diseñados para evaluar probabilidades. En general lo hacemos muy mal, porque la estadística y la probabilidad no están innatamente dibujadas en nuestro mapa cerebral y nos guiamos casi siempre por intuiciones, gustos y evaluaciones poco elaboradas de la situación real. Esto es particularmente evidente con la valoración de la correlación entre datos de distinto tipo. Como nuestro cerebro siempre busca causas a los efectos observados, buscamos automáticamente causalidad en todo lo que nos rodea. El problema es que la mayor parte de las veces la causalidad está muy oculta y nos engañamos con el brillo de una explicación directa a problemas que tienen explicaciones muy complejas. Es decir, que nos equivocamos en la determinación de las causas, y nos quedamos tan anchos.

El problema de la correlación ha sido objeto de infinidad de estudios y todos ellos demuestran que establecer correlaciones correctas es un problema muy arduo, al que no escapan incluso reputados científicos, especialmente en la clase médica, que es el eslabón más débil de la cadena científica en cuanto a conocimiento matemático y estadístico de los problemas que abordan. Sólo hay que ver la cantidad de noticias periodísticas que anuncian sensacionalmente la existencia de una presunta correlación entre determinados hábitos y el riesgo de contraer enfermedades, que muchas veces roza lo chusco, por lo impropio de la metodología, lo pequeño de la muestra, su escasa representatividad y las ganas –apenas disimuladas- de alcanzar notoriedad a cualquier precio.

Con las correlaciones hay que andarse con mucho cuidado, porque si no sabemos lo que hacemos (y muy pocos lo saben), meteremos la pata hasta la entrepierna. Por ejemplo, es cierto que puede observarse una correlación entre el tamaño de los pies de los niños y su inteligencia: a mayor tamaño de los pies, mayor inteligencia. El problema de este tipo de afirmaciones es que no tienen en cuenta una variable oculta. Y es que, efectivamente, los niños de menor edad tienen los pies más pequeños - y también menor inteligencia- que los más mayores. Así que, en realidad, la correlación existe entre edad y tamaño de los pies; y entre edad e inteligencia. Si suprimimos el factor edad, nos queda una falsa correlación entre inteligencia y tamaño de los pies.

Otro ejemplo que tiene una relación más directa con nuestra salud es el de la improbable correlación de ciertos hábitos o prácticas con el goce de una mayor o menor salud. En este caso, la repercusión puede ser mucho más grave si hacemos caso de la palabrería de charlatanes pseudocientíficos. Por ejemplo, puede demostrarse una correlación entre la ingesta de una solución diluida de cianuro y una menor incidencia de cáncer entre los usuarios de semejante brebaje. Pero la respuesta crítica a semejante correlación es sencilla: los consumidores de cianuro morirán fácilmente envenenados, por lo que raramente llegarán a desarrollar un cáncer en el poco tiempo de vida que les quede. En este caso, lo que existe es una correlación directa entre la ingestión de cianuro y la muerte. Y por descontado, quien muere intoxicado no suele tener la oportunidad de desarrollar un cáncer.

La correlación entre variables se verifica a través de lo que se denomina factor de regresión. Cuando el factor de regresión es 1, la correlación es del cien por cien, es decir, hay una causalidad total y directa entre las dos variables relacionadas. Cuando la correlación es cero, o próxima a cero, no hay conexión causal entre las variables que se analizan. Una correlación de 0,30 suele considerarse fabulosamente buena en ciencias económicas y sociales, lo cual explica hasta qué punto esas ciencias no son exactas, sino sólo aproximativas, cuando no meramente especulativas.

El punto importante de la correlación y la regresión es un aspecto muy desconocido para el gran público, consistente en que dos variables que estén relacionadas tienden a experimentar fluctuaciones alrededor de un punto medio, al que siempre acaban regresando (si es que realmente existe correlación). Este fenómeno se denomina regresión a la media, y es fundamental para entender la dinámica social y económica .

Hace casi dos siglos, los darwinistas ya detectaron el curioso fenómeno de que cuando una generación de padres tenía hijos excepcionalmente altos, en las generaciones futuras la estatura volvía a descender hasta valores previos. Es decir, se producía una regresión en lugar de una progresión continuada (cosa que resulta bastante obvia, porque si no, casi toda la raza humana habría crecido hasta el gigantismo o empequeñecido hasta el tamaño de los pigmeos). La regresión a la media es una característica de todo sistema, físico, biológico o social, en el que hay variables correlacionadas y que pueden fluctuar ampliamente. Por eso, ante fluctuaciones notables de un sistema económico, hay que desconfiar de las justificaciones dadas por los políticos, y confiar mucho más en el hecho probado que el sistema suele volver por si solo a los valores medios, transcurridos unos pocos años.

Esta afirmación puede desilusionar a muchos, y encabritar a más de un gurú de la economía y de la política, pero en realidad, ha sido harto demostrada. Tendemos a creernos mucho más importantes de lo que somos en realidad. Y sobre todo, tendemos a creer que nuestras acciones tienen mucha más influencia en el medio de la que realmente tienen. Y los políticos no sólo no están exentos de semejante desgracia, sino que son el paradigma de ella. Especialmente en materia de política económica, las acciones políticas suelen ser más voluntariosas que eficaces para reconducir situaciones de crisis. Las crisis periódicas suelen resolverse mejor solas, por simple regresión a los valores medios, que por la intervención de los políticos. Especialmente si se trata de Rajoy, Montoro y compañía.

Así que si vamos al meollo de la cuestión, que es España, por simple regresión a la media podremos entender que nunca fuimos tan ricos como pretendían Aznar y Zapatero, ya que lo que le pasó a España en la década del 2000 no fue más que una fluctuación al alza de su valor económico medio. Y como tal fluctuación, tenía que regresar a su línea de base media. La desgracia quiso que dicho aterrizaje no fuera precisamente suave, debido a la crisis financiera internacional, y que nos saliéramos por la tangente, zambulléndonos en un escenario especialmente negativo.

Este escenario tan negativo tiene también una tendencia propia a resolverse por regresión a la media, por mucho énfasis que pongan los políticos en las bondades de las medidas adoptadas para salir de la crisis. En realidad, son muchos los analistas que tienen bastante claro que las medidas que se han adoptado en el marco de la UE lo que han hecho ha sido prolongar los efectos de la crisis, en lugar de moderarlos. Pero al margen de este tipo de consideraciones, lo que sí podemos afirmar es que un sistema económico cualquiera, alejado de influencias externas y desarrollándose a lo largo del tiempo, presentará fluctuaciones que regresarán espontáneamente a la línea de base, con o sin políticos metiendo mano de por medio. Y que, por tanto, la actividad política no tiene, ni de lejos, la influencia de la que presumen y se pavonean ante los medios de comunicación los respectivos ministros de hacienda.

El problema fundamental, ése que no le explican al votante, es que la línea de base de la economía española no es la de los años dorados ni por asomo. El período del 2000 al 2007 corresponde a una de esas fluctuaciones que pueden tener muchas causas (pero con un peso específico importante atribuido a la especulación inmobiliaria y a la privatización de las empresas estatales), pero que más pronto o más tarde tenía que descender y regresar a la media. En resumen, la salida de la doble fluctuación de antes y después del 2007 nos debería poner en una línea media que se podría calibrar aproximadamente en el valor de 1999, incrementado con un ligero crecimiento del PIB anual debido al incremento demográfico y a ciertas mejoras en la productividad.

Así que el gobierno de España presume ahora de determinados resultados que hubieran resultado exactamente iguales si al Consejo de Ministros hubieran asistido un grupo de chimpancés vestidos de Armani, aunque uno está tentado de pensar que los chimpancés, por pura aleatoriedad, lo podrían haber hecho bastante mejor. A fin de cuentas, un chimpancé apretando un botón tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de acertar. En cambio, un Montoro cualquiera, empecinado en lo genial de su desempeño político, puede equivocarse cientos de veces cometiendo el mismo error inapropiado.

Hablando de regresión a la media, no está de más ir concluyendo con tres factores que son claves en el despegue de la economía española en el 2015, y que no auguran nada bueno, porque están en una fase de fluctuación especialmente ventajosa, pero también potencialmente letal cuando regresen a su valor medio habitual. Sobre todo si regresan rápidamente, con lo que arrastrarán a la economía española a otra zambullida en los números rojos.
En primer lugar, los tipos de interés están anormalmente lejos de los valores medios de la serie histórica, y nada hace prever que puedan mantenerse así indefinidamente. La regresión a la media, aunque sea en un plazo largo, puede resultar catastrófica cuando se incremente de forma muy notable el precio de los créditos, y sobre todo de las hipotecas variables. Esas hipotecas que muchos tienen a treinta o más años y que nadie (rigurosamente: nadie en todo el planeta) puede prometer, ni siquiera especular con un escenario favorable que permita mantenerlas tan bajas de forma indefinida.

Más grave es aún el caso del petróleo. España se ha beneficiado mucho del desplome del precio del barril, pero esa caída es totalmente artificial e insostenible, porque no está justificada ni por un descenso de la demanda ni por la aparición repentina de nuevas tecnologías energéticas más baratas. A diferencia del escenario de los tipos de interés, sí puede predecirse con notable certeza que el precio del crudo ha de volver a subir de forma más que consistente, hasta regresar a su valor medio, en un plazo de muy pocos años. Y eso será una catástrofe para una economía española energéticamente dependiente y con uno de los suministros más caros de toda Europa. Cuando el precio del petróleo se duplique (es decir, cuando regrese a la media), el impacto sobre la economía española será brutal (algo que para un observador con tendencias sádicas sería más que suficiente como para desear una nueva victoria electoral del PP, para aplaudir el castañazo que se darían después de tanta arrogancia gubernamental)

Y el tercer factor, aún más predecible, que ha de regresar a la media (es decir, a casi cero en este caso) es la inyección constante de dinero por parte del Banco Central Europeo. Esa monetización económica que insufla oxígeno en una atmósfera depauperada con la intención de estimular el crédito, la inversión y el consumo. Como los motores impulsores del cohete Saturno que llevó al hombre a la Luna, la inyección desmesurada de energía monetaria sólo puede durar unos pocos minutos hasta que la nave hispánica llegue a una órbita estable. El problema reside en que en una economía como la española, dependiente de la construcción y de un sector de servicios hosteleros y turísticos de bajo valor añadido, y con muy poca capacidad de I+D e inversión en bienes de equipo, es más que probable que el combustible de los motores se agote antes de llegar a la órbita, y volveremos a estar en caída libre en muy poco tiempo. Un panorama desalentador.

Se ha insistido mucho, y no está de más volverlo a repetir, que de los tres factores que he mencionado, ninguno de ellos está en manos del gobierno, ni del PP ni de ningún otro. Es decir, que la recuperación española, además de ser artificial, depende de variables que se gestionan muy lejos de aquí. Eso es motivo suficiente para ser muy pesimistas y, francamente, para no hacer caso de las necedades que proclama nuestro gobierno a la hora de determinar nuestro voto en la cita de noviembre. A las urnas hay que acudir con escepticismo y sabiendo que España es tremendamente vulnerable sin necesidad de que nos inflen las meninges con un aluvión de datos numéricos que están fuera del contexto. Hoy, todo es más mentira que nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario