miércoles, 15 de abril de 2015

Günther Grass. In memoriam

Tildado de pensador polémico, Günther Grass es una de las figuras literarias impresionantes e imprescindibles del siglo XX.  Sin embargo su presunta polemicidad y lo controvertido de su figura lo son sólo porque Grass siempre se manifestó desde la más descarnada sinceridad respecto a lo que opinaba. Opiniones a las que el tiempo ha acabado dando casi siempre la razón. Especialmente las tres últimas, y que motivaron una seria repulsa diplomática nacional e internacional. Y sin embargo, resulta asombroso que los críticos de su figura –críticos hasta el insulto personal y el uso de su pasado como combatiente de las waffen SS a los 17 años para descalificarle- sean los mismos que miden sus palabras con sumo tiento mientras que en sus acciones no dudan en masacrar a poblaciones enteras. Son los portaestandartes de que el fin justifica los medios, siempre que su expresión pública no se manifieste de forma transparente. Son los mismos políticos y sus voceros mediáticos que invocan la diplomacia de papel pero enarbolan el garrote sobre el terreno, sea garrote militar o económico. Son los mismos que se estrechan sonrientes las manos en las cumbres y apelan a la negociación y a la diplomacia, mientras que con la otra mano pulsan el botón de la destrucción y el aniquilamiento.
 Los escritos del Grass de los últimos años eran ásperos como el papel de lija, e hirientes como miles de alfileres sobre la piel extremadamente sensible de algunos líderes mundiales que se creen imbuidos de la gracia divina para hacer y deshacer a su antojo, pero muy a su pesar (de los líderes) muchísima gente de bien opinaba y sigue opinando lo mismo que el escritor alemán, por más campañas difamatorias que la prensa germana y mundial iniciara en su contra, o por mucho que el gobierno de Israel lo señalara como persona non grata. Y, colmo de los colmos, por mucho que señalados escritores y pensadores solicitaran, incluso, que le retiraran el premio Nobel de Literatura, como si determinadas ideas conformaran a un buen o mal escritor. Y él fue indiscutiblemente uno de los grandes genios de la literatura universal, guste o no guste.
 Los tres problemas que atormentaron a Grass durante los últimos años, han sido –y  siguen siendo hoy en día- capitales para la estabilidad mundial. Y las tres cosas que dijo deberían resonar en la mente de cualquier humano inteligente y no comprometido por peajes políticos hasta el fin de sus días, porque acertó de lleno, y las consecuencias las estamos viendo actualmente. Grass cuestionó lo políticamente correcto como pocos pensadores lo han hecho hasta ahora, sin importarle demasiado las consecuencias personales de sus opiniones (en ese sentido, tal vez deberíamos señalar un único paralelismo -que no ideológico- con el gran valiente francés Jean François Revel, que siempre puso el dedo en el ojo de todo aquél que lo merecía, fuera de derechas o izquierdas).
 El primer encontronazo serio con el establishment políticamente correcto lo tuvo Grass justo después de la reunificación alemana, que calificó de insensata con profética lucidez. Argüía que la reunificación por absorción de la vieja RDA era injusta, minimizaba el papel de la ciudadanía de la Alemania del Este en la consecución de la democracia, y relegaba a los del este al papel de ciudadanos segundones en una sociedad de dos niveles, en la que los alemanes federales quedaban como los grandes vencedores del proceso mientras que los de la RDA pasaban a la categoría de tercermundistas subsidiados. Por otra parte, y ahí es donde Grass dio en el clavo ardiente que ahora corroe Europa, la creación de una Alemania confederal no hubiera tenido los tintes pangermanistas que tuvo, y tiene, la reunificación por absorción. Y es que el bueno de Günther siempre opinó que el peor de los males de Alemania fue el prusianismo expansivo y con voluntad hegemónica, que a cuentas de la reunificación se vería de nuevo potenciado y provocaría, como otras veces en  el pasado, un grave conflicto intraeuropeo.
 Y así fue, sólo que en esta ocasión en lugar de tanques y cañones, la artillería pangermánica se ha manifestado en forma de draconianas medidas económicas de austeridad para poner a media Europa bajo pabellón alemán (aunque sea bajo la aparente mediación de la troika) y a la otra media a punto de sucumbir bajo las rígidas reglas de juego de la kaiser Merkel. No es de extrañar que Grass predijera el renacimiento de gran hostilidad contra todo lo alemán a medio plazo, hostilidad que se manifiesta de forma subrepticia pero evidente en el surgimiento de fuerzas políticas marcadamente antieuropeas en las dos potencias que tendrían que equilibrar la balanza (UKIP en el Reino Unido y Frente Nacional en Francia), pero que parece que están derivando lenta y firmemente hacia un euroescepticismo rampante tendente a salirse del marco de convivencia de la UE, y que a lo peor acabará de forma sucinta y previsible: con la Gran Bretaña haciendo un gran corte de mangas al continente y Francia resucitando la vieja Resistance de los años de la ocupación nazi.
 La segunda bofetada internacional de Grass la propinó, de forma particularmente tensa, cuando aludió al presidente Bush como el progenitor de una nueva espiral de terrorismo yihadista como consecuencia de la hiperreacción norteamericana a los atentados del 11S. Consideraba Grass –y no le ha faltado la razón- que la política norteamericana en relación con el mundo musulmán propiciaría a medio plazo el surgimiento de más movimientos terroristas de raíz islámica.  Acusaba a Bush de rescatar el leguaje de las cruzadas y responder al fundamentalismo islámico con un fundamentalismo cristiano que lo único que podía conseguir era una mayor radicalización yihadista. Doce años después, y con grupos como el ISIS o Boko Haram perpetrando las atrocidades que vemos a diario, sus palabras resultaron ser proféticas. Aunque en aquel momento se le tachó de herético como mínimo, digno de ser quemado en una hoguera inquisitorial.
 El tercer aldabonazo de Grass –y el más sonado de los últimos años, pero porque se atrevió a tocar lo intocable en el lenguaje diplomático- fue el célebre poema “Lo que hay que decir” en el que censuraba a Israel por su postura extremadamente beligerante contra Irán, y que motivó su declaración de non grato por el gobierno judío y muchas críticas feroces desde todos los ángulos, en una campaña que uno no podría menos que sugerir que orquestada por el sionismo internacional, si no fuera porque ese tipo de afirmaciones pueden conseguir que se persona en la puerta de casa un comando del Mossad y te secuestre sin contemplaciones. En definitiva, Grass acusaba a Israel de poner en peligro la estabilidad mundial. Una afirmación que cuesta rebatir viendo lo que sucede día a día en el Medio Oriente, donde el protagonista principal, siempre activo y la mayor de las veces semioculto tras el velo de impenetrabilidad de los secretos de estado, es Israel.
 El gran problema de Israel, o más exactamente del gobierno de Israel, como puntualizó en su momento Grass, es que por ser una democracia, cree estar legitimado para hacer a su antojo en la región. Simétricamente, otros países menos democráticos de la zona no estarían legitimados para operar de la misma forma que Israel. Este argumento es tan falaz que resulta deplorable. En primer lugar, porque Irán es una  teocracia, sí, pero de formas democráticas. En muchos sentidos Israel es, paradójicamente, una democracia con formas teocráticas. Y esa visión teocrática del estado judío es la que les hace merecedores, a sus propios ojos, de la utilización de cualquier medio para la consecución de sus fines, mientras que para gran parte de la ciudadanía internacional esa visión lleva directamente a un apocalipsis en el cercano oriente. Por lo tanto, la bíblica intransigencia israelí, todavía enredada en su belicoso y vengativo Yahveh, es más que censurable por cualquier persona de bien (al margen del reconocimiento unánime al derecho a la existencia del estado israelí y a la defensa de su territorio e intereses).
 Pues lo que Grass denunciaba no era a Israel como estado ni como ciudadanía, sino al uso del escudo democrático como justificación intensiva para cualquier atrocidad de las muchas que ha cometido en los últimos decenios en aras de la siempre cacareada seguridad nacional. Una seguridad nacional que se usa como comodín contra los más débiles y que se expresa en la necesidad de mantenerlos siempre  sojuzgados y/o amenazados por la impresionante potencia militar israelí. Y lo que hacía Grass era preguntarse si una potencia por lo demás democrática, pero extraordinariamente militarizada y políticamente fundamentalista  puede constituir una amenaza grave para la seguridad y estabilidad de Medio Oriente. Y si no puede esa mosaica intransigencia cerrar todas las puertas a un reequilibrio de fuerzas que dignifique a la demonizada Irán y permita su lenta pero progresiva incorporación a la comunidad internacional, alejándola de aquel estúpido “Eje del Mal” que definió Bush (y que se ha demostrado a tal nivel de  estulticia que ahora resulta que Irán es aliado de los interés yanquis en Oriente Medio). Cosa que por otra parte demuestra que el "mal" al que aluden muchos políticos no es más que una trasposición de la confluencia de sus intereses geoestratégicos.
Günther Grass es autor de unas cuantas obras maestras de la literatura, y un puñado frases lapidarias que deberían ser de cabecera para toda persona honrada. Grass fue también,y ante todo, un honrado ciudadano, con sus luces y sus sombras como todo el mundo. Y llevó hasta el final su concepción de la honestidad cívica. Suya es esta frase memorables: "El deber de todo ciudadano es tener la boca bien abierta".
Y actuó siempre en consecuencia. 

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