lunes, 3 de marzo de 2014

Fantasmas




Lamentable espectáculo el que están dando, al unísono, la Unión Europea y los Estados Unidos de América a cuenta de la revolución ucraniana. Y no voy a ser yo quien les exija mayor contundencia contra las maniobras del zar Putin, que a fin de cuentas hace lo que tiene que hacer, es decir, lo que durante decenios vienen haciendo las potencias occidentales cuando les conviene geoestratégicamente. Al contrario, me voy a permitir afear al autoproclamado mundo libre su incoherencia absoluta y el tremendo ridículo en que están incurriendo con esta cuestión, en un evento del que parece que la memoria histórica se les ha ido por el desagüe de ese inodoro que tienen por cabeza la mayoría de los gobernantes europeos. Y Obama sumándose a la fiesta del despropósito para resucitar al viejo enemigo comunista y aglutinar así sus mermadas y desgastadas fuerzas en el interior de la nación.

Debemos señalar, de primeras, que Obama tendría que medir mucho más sus palabras, pues somos millones los que recordamos nítidamente la doctrina norteamericana de no permitir injerencias foráneas en su patio trasero, doctrina que no ha sido jamás derogada, ni siquiera tácitamente. Los hilos de la política en El Salvador, Nicaragua, Honduras, Guatemala o incluso Colombia, han sido manejados siempre desde Washington y chitón al que levantara la voz. No contentos con eso, invadieron Granada y Panamá; sentando claramente el principio, que sólo les salió mal con Cuba, de que el gendarme de occidente estaba autorizado a utilizar todos los mecanismos, incluso los militares, para poner orden en su backyard. Un patio trasero ampliamente extendido sin rubor alguno al resto del mundo según las conveniencias, como demuestra la historia reciente y especialmente esa vergüenza universal llamada Guantánamo. La extinta Unión Soviética tomó debida nota, y no es de extrañar que no tolere injerencias occidentales en su patio delantero. 

Me imagino como Putin y los suyos se deben estar desternillando de las bravuconadas del presidente USA, que tiene las manos atadas en este asunto y que sólo puede hacer que llenarse la boca de demagogia a favor de un gobierno golpista ucraniano del que aún quedan por decir unas cuantas cosas. Y casi todas malas, pero a su debido tiempo.

Por otra parte, el papel europeo en este negocio es aún más penoso. Primero afirman categóricamente que jamás entrarán a debatir la cuestión de la soberanía catalana o escocesa, pues esos son asuntos internos de los estados miembros en los que Bruselas nada tiene que decir, salvo que si se produce la secesión caerá sobre nosotros el divino castigo de la expulsión del paraíso. Acto seguido van esos sátrapas indecentes y se descuelgan con un frenesí incomprensible por mantener la unidad de Ucrania, con declaraciones bien subidas de tono y prestos a desembolsar cosa de veinte mil millones de euros para ayudar a los revoltados de la plaza Maidán. Como catalán sólo me queda decir que estoy atónito por semejante asimetría en el trato dispensado a unos, que somos ciudadanos de pleno derecho de la UE y a los otros, que no lo son ni se les espera.

Porque la otra cuestión de fondo en este asunto es doblemente mortificante para quienes aún creen en la “Europa de las democracias”. Hay que jorobarse, por enésima vez, con el cuento de que a nuestros democratísimos dignatarios les parezca la mar de bien un golpe de estado cuando se trata de sacudir a quien no les gusta, aunque haya sido elegido democráticamente, que es el caso. Pues aunque es cierto que en Ucrania tienen una larga tradición de manipulaciones electorales desde su independencia de la URSS, no es menos cierto que las últimas elecciones fueron recibidas por la comunidad internacional con notoria satisfacción porque fueron razonablemente limpias. La cuestión es que Yanukovich no gusta porque es rusófilo, y entonces vale todo en defensa de no se sabe muy bien que principios. Usar el nombre de la democracia en este notorio derrocamiento y golpe de estado ucraniano es vergonzoso. Me pregunto que si algo así sucediera en Italia, que es otro hervidero de descontento contra los políticos, si en Bruselas también aplaudirían con las orejas un golpe de estado callejero a base de adoquinazos y trincheras frente al Quirinal. Digo yo que, en caso afirmativo, podemos todos los súbditos del hartazgo tomar debida nota.

Pero además, es de todos conocidos que el movimiento de resistencia “proeuropeísta” ucraniano está liderado descaradamente por  Svoboda, un partido ultranacionalsita y ultraderechista que se caracteriza mucho más por su odio a Rusia que por su aprecio por Europa. Sucede que les viene bien que nuestros cancilleres, burriciegos como siempre, se presten a dar su apoyo a una revolución comandada por los únicos que, pese a ser minoritarios (no llegan al 10% de los escaños de la Rada), son capaces del despliegue organizativo que hemos visto en Kiev estas semanas. Son las fuerzas de choque de Svoboda, cuyo emblema hasta hace bien poco era tan parecido a la esvástica nazi que tuvieron que cambiarlo para moderar su imagen pública. O sea, unos angelitos de cuidado, estos revolucionarios. 

Por otra parte, en esta Europa del eufemismo burdo y de la pusilanimidad renqueante que está consiguiendo poner por las nubes a los partidos euroescépticos, parecen olvidar la historia de Ucrania, que resulta muy reveladora de la falta de cultura política y sociológica que imperan en Bruselas y Estrasburgo. Y no hace falta remontarse diez siglos y hablar del Rus de Kiev como patria de la madre Rusia para poner las cosas en su sitio, porque eso resultaría de un anacronismo exasperante a estas alturas, pero sí convendría  reconocer que Crimea ha sido siempre rusa hasta las cachas, con permiso de los tártaros que fueron deportados en masa por Stalin por su presunto colaboracionismo con los nazis durante la segunda guerra mundial. Que el señor Jruschov, en un arranque de no se sabe qué, le diera por regalar Crimea a Ucrania al principio de su mandato no quita un ápice de verdad al hecho de que Crimea es totalmente rusa.

Para entendernos, es como si al señor Aznar, que es lo más parecido a un zar que se me ocurre en la historia reciente de España, le hubiera dado por regalar las islas Canarias a Marruecos, en un rapto de generosidad intercultural, que incluso tendría más sentido que lo de Crimea, por aquello de que a fin de cuentas las Canarias son un archipiélago netamente africano. Sin embargo, dudo mucho que los canarios recibieran semejante destino de buen grado, y si los rusos de Crimea ni chistaron en su momento, cabe entenderlo en el contexto histórico. Corría el año 1954, la sombra de Stalin aún era alargada, y a fin de cuentas, ser rusos o ucranianos les traía al pairo: mandaba el Kremlin tanto en un sitio como en el otro.

Pero lo que no puede negarse es que Crimea tiene un noventa por ciento de población rusa. Subrayo lo de rusa, y no rusófona, como si la diferencia fuera meramente lingüística. Aquí debería apelar a la seriedad y el rigor de los medios de comunicación, pero me abstendré de ello por inútil.  En su lugar sólo puntualizaré que un canadiense puede ser anglófono o francófono y proclamarse igualmente canadiense (aunque una gran parte de los segundos tampoco lo sienten así). Pero en Crimea no hay rusos que se sientan ucranianos, ni viceversa. Aquí el idioma no tiene nada que ver, es sólo un síntoma más de una división étnica latente desde hace mucho tiempo.

El señor Putin, que será muchas cosas pero que no tiene un pelo de tonto, lo sabe perfectamente y va a actuar en consecuencia. Porque es el garante de la inmensa mayoría de la población rusa de Crimea, porque así se consolida sin peajes futuros la salida de su flota al Mar Negro y al Mediterráneo; porque además refuerza su papel de líder nacional y unificador de todos los rusos bajo la bandera de la madre Rusia, y sobre todo porque sabe que el presidente Obama abre la boca porque es lo único que puede hacer, salvo algún gesto grandilocuente. Porque en esta mano los Estados Unidos no tienen ningún as contra una Rusia que está actuando en su territorio histórico, que es mucho decir. 

Mientras tanto, Europa más vale que se esté quietecita, porque como Putin cierre la espita del gas siberiano que cruzando Ucrania calienta los hogares de medio continente, les puede hacer pasar un muy mal final del invierno a los incontinentes mandamases de Bruselas y compañía. Hoy por hoy, tanto Rusia como China son criticables pero intocables, pues Europa se juega demasiado oponiéndose a los dos colosos euroasiáticos. La economía, estúpidos, la economía.

Aquí la democracia no pinta nada. En Ucrania no hay una cultura democrática de ningún tipo. Sus sucesivos presidentes han sido unos villanos (y villanas, no nos dejemos engañar por las trencitas Timoshenko) al lado de los cuales nuestros más patibularios miembros de la trama Gürtel son ángeles de la guarda. Así que aclaremos que Europa no defiende la democracia en Ucrania, sino se pone del lado de los revolucionarios sólo por fastidiar a Rusia, lo cual es poner munición de alto calibre en las recámaras euroescépticas en forma de muchos millones de euros que son radicalmente más necesarios para otras cosas. 

Así que el título de esta entrada no es por si de nuevo merodean los espíritus de una rediviva guerra de Crimea como aquella con la que occidente quiso poner coto a la expansión rusa a mediados del siglo XIX, sino por Obama y sus socios de la UE, que han quedado retratados como unos fantasmas de cuidado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario