miércoles, 11 de diciembre de 2013

El odio

Esta semana se me ha presentado dubitativa. Podría haberme despachado contra el ministro Montoro, individuo peligroso y recalcitrante que cada vez que habla deja ver las costuras de un temible autoritarismo encubierto con unos modos suaves, una pose aparentemente tranquila y una voz aflautada que no permiten suponer, de entrada, su rabioso sectarismo. Y que ha conseguido poner en pie de guerra a media Agencia Tributaria por considerar que en ella hay demasiados socialistas (podía haber dicho "rojos" y la cosa no hubiera quedado fuera de contexto). Lo cual pone de manifiesto que los gobiernos quieren una Administración Pública sumisa y dependiente, y que, a poco que les dejásemos, volvería la época de las purgas generalizadas. Lo cual no significa que ahora no existan, sino que se hacen con cierto disimulo.

También podría haberla emprendido contra el presidente Rajoy, que parece ser que tiene la necesidad imperiosa de hacer el papanatas de forma pública y notoria, al manifestar su profunda emoción porque las exequias de Mandela se celebraban en el mismo estadio en el que España se proclamó campeona del mundo de fútbol. Como si una cosa tuviera que ver con la otra y ambas emociones fueran análogas. Desde la época de los hilillos del Prestige no se había visto semejante majadería que, caramba, tuvo el mismo protagonista. Y estos luego presumen de reponer a España en el lugar que se merece en el concierto de las naciones y bla, bla. 

Pero no, finalmente, la noticia que me ha llamado poderosamente la atención es la acción semiconjunta de PP, Ciutadans y UPyD para solicitar la actuación de la fiscalía contra los organizadores del simposio "España contra Cataluña", por posible comisión del delito de incitación al odio. Y es que estas cosas me abren las carnes y le piden guerra al cuerpo.

Porque, en definitiva, de siempre es sabido que las cuestiones historiográficas son motivo de encendidos debates, acusaciones, réplicas y contrarréplicas, pero hasta ahora, la interpretación de hechos históricos nunca había dado con sus huesos en la fiscalía. Resulta obvio que el devenir de los hechos históricos se presta a interpretaciones a veces muy sesgadas, y para muestra vale el botón reciente de Nelson Mandela, que hasta hace pocos años estaba en la lista de terroristas del FBI, para acto seguido ser galardonado con el premio Nobel de la Paz. Se ha dicho hasta la saciedad que la historia la escriben los vencedores. Yo añadiría que los escribidores de la historia son en muchas ocasiones mediadores oportunistas de intereses estratégicos que sobrevuelan por encima de nuestras cabezas. Pero de ahí a considerar que un simposio historiográfico es una muestra de incitación al odio hay un trecho de estupidez, mala baba y anticatalanismo rampante. 

Las cuestiones históricas se debaten en el foro correspondiente, que es el del simposio abierto a todos, y del cual podrían obtenerse conclusiones interesantes si todas las partes en conflicto contribuyeran desde una perspectiva civilizada. Pero nunca deben ser objeto de controversia penal. Cuando llegamos a este punto es que estamos en una franca regresión de las libertades cívicas, que es algo que todos los ciudadanos progresistas estamos viendo ceñirse sobre España a pasos agigantados. Y como muestra un botón: cuando en 1978 se público el tocho de Josep Benet "Catalunya sota el règim franquista" (editorial Blume), con un sinfín de datos sobre la persecución política de la lengua y la cultura catalanas durante la dictadura, nadie osó interponer acciones penales contra el célebre historiador por tal motivo. Y mira que el libro contiene afirmaciones de una dureza extraordinaria.

Pero es que yendo más allá del papanatismo del bloque españolista con su petición de tipificación penal, me pregunto si es que a esos garantes de la convivencia cívica entre España y Cataluña se les ha pasado alguna vez por la cabeza pedir la apertura de diligencias penales contra los responsables de medios de comunicación como Intereconomia, que día sí y día también se despachan contra Cataluña y los catalanes en términos mucho más agresivos, insultantes e incitadores al odio que las propuestas de los organizadores del simposio. O contra los milicos que, exaltados, calman por una intervención armada en Cataluña, y de paso y si conviene, el exterminio de todo ápice de catalanismo político.

Estas asimetrías causan sonrojo y rabia, porque de forma implícita respaldan los ataques diarios, masivos y de amplia difusión de determinados medios de comunicación contra Cataluña. Y por el momento no he visto a Rosa Díez, a Albert Rivera o a la Camacho salir al paso de semejantes atrocidades, ni mucho menos solicitar al fiscal que las investigue por si hubiera -que la hay- incitación al odio.

Así que casi todos los catalanes (así como aquellos que no lo son pero que tienen dos dedos de dignidad democrática y de sentido crítico) sabemos perfectamente qué es la incitación al odio porque la padecemos a diario. Y sabemos también quienes la respaldan aunque se camuflen bajo formalismos de convivencia democrática. Y la seguirán respaldando siempre, más por omisión que por acción, porque les reporta beneficios electorales a costa de Cataluña y de sus ciudadanos. Nosotros, los catalanes, seguiremos esperando que un día algún capitoste del PP, de UPyD o de Ciutadans salga a defendernos frente a las barbaridades que se dicen pública e impunemente por ahí.

Mientras tanto, lo único que podemos concluir es que todas esas siglas son únicamente las de los quintacolumnistas de quienes pretenden romperle el espinazo a Cataluña. Y actuar en consecuencia en las urnas.


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