Después de casi
seis años y trescientos veintinueve artículos, ha llegado el momento de poner
punto final a este blog. Tanto por cansancio, como por necesidad de acometer
otros proyectos, más introspectivos y personales, como también por la
convicción de la absoluta inutilidad de
todo cuanto hacemos quienes escribimos con honestidad (aunque no exentos de error)de
temas políticos.
En una sociedad que cada vez es más virtual (de ahí el
surgimiento de conceptos tan extraños como la “posverdad”) y alienada por culpa
precisamente de quienes tendrían que ejercer la función y efecto contrarios, es
decir, iluminar todos los rincones de la sociedad con la luz de la verdad pura,
el ejercicio del activismo literario político se ha convertido en una carga
colosal para quienes deben reiterar, machaconamente, día tras día, cosas tan
obvias que no tendrían que ser objeto de la más mínima discusión, y que, por
descontado, no son interpretables subjetivamente, como el hecho de quién causó
la violencia en Cataluña el 1 de octubre. Por poner un ejemplo.
La situación política en España y en Cataluña en los últimos
años me ha acabado de convencer de esa futilidad del esfuerzo de escribir
sobre la realidad, que únicamente refuerza el convencimiento de los ya
convencidos, pero que no lleva a ninguna parte más allá de eso, porque en la actualidad
los argumentos racionales, la verdad de los hechos, y el análisis objetivo ya
no sirven de nada. A lo sumo sirven para
que los del otro lado de la trinchera te acusen de ser acrítico, irracional y
fanático. A lo sumo, demuestra que la realidad virtual se suele imponer a la
realidad real, y perdonen por la redundancia.
Mi decepción alcanzó cotas de máxima intensidad cuando constaté
que personas cultas, con una considerable formación y con quienes había
compartido importantes momentos de mi
vida se acogían al reduccionismo simplista, a las explicaciones de revista barata o al negacionismo puro y
duro (no sólo de los hechos actuales, sino de la historia entera de Cataluña y España),
no sólo para rebatir mis argumentos, sino también para atacarme personalmente
por haberme posicionado en lo que ellos consideraban una postura acrítica
respecto a los postulados respecto con los que me identifico. Donde “acrítico”
era el término posmoderno con el que se pretendía indicar que yo no coincidía –
ya no más- con sus argumentos, axiomas y teoremas sobre la realidad social
catalana. Como acotación, resulta curioso que quienes pontifican en España
sobre la sociedad catalana no acostumbran a ser catalanes, y suelen ser los mismos que hablan de sus padres o abuelos como de quienes vinieron a “levantar”
Cataluña (verdad, Arrimadas?) , lo cual es la madre de todas las falsedades,
porque era obvio que en realidad vinieron porque no había nadie que “levantara”
sus terruños de origen, y en cambio Cataluña ya estaba levantada por otros,
catalanes o no, cuando ellos llegaron.
Por eso mismo, escribir sobre la realidad en esta virtualidad en la que se ha convertido
el mundo occidental, es un ejercicio de una penosidad extrema, y de cuyos resultados
es uno consciente a medida que comprende que sólo le leerán apreciativamente
quienes ya estaban de acuerdo previamente, en una especie de realimentación positiva.
En cambio, quienes están en contra, ya leerán despreciativamente desde el primer
párrafo, en un modelo de realimentación negativa totalmente simétrico y contrario
al anterior. De esta manera, lo que escribimos sólo sirve como arenga para los
nuestros, y como factor de crispación de los adversarios, lo que fomenta un
gradual y mayor distanciamiento, cuya demostración es el grado de división en
la sociedad catalana en este momento, que se me antoja insuperable, sobre todo
cuando bocazas –en el sentido literal y en el metafórico de la palabra- como
Borrell, siguen diciendo, desde puestos de alta importancia institucional,
barbaridades sin cuento, que sólo se entienden y son aceptables desde esa realidad
virtual en la que pretenden sumergirnos obligatoriamente.
En definitiva, para mí será mentalmente
saludable ceder el relevo a quien le apetezca continuar y tenga la energía
suficiente para embarcarse en una lucha bastante desigual, ya que ése es el sino
de los pueblos pequeños y de las verdades grandes. Durante estos seis años he escrito lo que
sería un voluminoso tomo de la historia reciente de la nación a la que
pertenezco (voluntariamente) y del estado al que estoy sometido (por imperativo
legal). Ahora ya me he cansado y me retiro, porque además, creo saber como
continuará esta historia. Y también cómo acabará, aunque para entonces ya no estaré para verlo. Ni
falta que hará.
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