martes, 27 de febrero de 2018

La España franquista

Esta semana se han producido  dos declaraciones reconfortantes para los independentistas, procedentes de ambos bandos del espectro político. Y las dos efectuadas por personas de reputación harto demostrada en sus respectivos ámbitos, lo cual viene a ser como una especie de prueba del nueve de que lo que venimos diciendo desde hace tiempo en este blog es más cercano a la verdad que lo que muchos unionistas afirman respecto a la solidez de la democracia española.

Fernando Suárez, ministro de Franco en su último gabinete, y uno de los gestores del harakiri político de las Cortes fascistas que dio paso a la tan loada como falaz “transición modélica” ha puesto el dedo en la llaga pseudodemocrática  en una entrevista en El Mundo respecto a  si existe un ADN franquista en la derecha española al contestar, literalmente, que “pero, ¿cómo no lo va a haber? El error es considerar eso como un insulto”. El primer jab en la blandita cara de los unionistas, seguido de un crochet no menos espeluznante, cuando afirma con rotundidad que “deslegitimar el franquismo es poner en riesgo la Corona”, para acto seguido concluir con un uppercut al mentón de los tibios defensores de la democracia imperfecta: la restauración de la monarquía “fue una decisión personalísima de Franco, no cabe la menor duda, y hay que ver qué patrimonio tan importante supone para nosotros en la actualidad”. Vencedor por KO en el primer asalto.

Para quien no se quiere enterar, lo dicho por Fernando Suárez tiene mucho que ver –más bien todo- con nuestra reiterada afirmación de que el franquismo sociológico sigue absolutamente vigente hoy en día, embebido en todos los resquicios de la política española, y por ósmosis, permeando en una sociedad que se cree muchas bobadas, siendo la primordial ese extraño convencimiento de que la catalanofobia es una muestra de acatamiento y respeto hacia la democracia.. Una sociedad donde la extrema derecha se ha desacomplejado totalmente y se viste con galas democráticas, tanto en el PP como en la más juvenil pero igualmente fascistoide Ciudadanos. Y ya sabemos que la extrema derecha española siempre ha hecho  su punta de lanza mediante un anticatalanismo feroz, secundada por los tontos útiles, que siendo catalanes, no quieren ver de qué va esta historia en realidad. Como dije la semana pasada, esto ya no va de independencia, ni siquiera de república, sino de libertad y nada más. Y quienes amparándose en una vieja trayectoria democrática les hacen el juego a los nuevos fascistas son tan responsables de lo que suceda en el futuro como los propios zombis del franquismo que ahora salen de las tumbas sin mayores miramientos. Hablemos claro: la posverdad española de hoy es una posverdad netamente franquista, y por eso muchos al otro lado de la valla hemos optado por el independentismo como vía de escape de un panorama futuro  más que desolador para las libertades. Y lo peor es que ni el PSOE ni Podemos parecen ser lo suficientemente fuertes como para plantarle cara a esa posverdad delirante, así que han optado por ponerse de su lado apelando a la indisoluble unidad de la patria. Ciscándose en su dignidad histórica y en la de sus conciudadanos.

Pero no sólo desde la extrema derecha le llueven los palos a esta democracia liberal de estar por casa que tenemos en la  península, sino que también le caen los chuzos desde la izquierda. Una figura tan prestigiosa en el ámbito de la sociología como Manuel Castells, nada sospechoso de independentista por otra parte, dejaba ir unos cuantos razonamientos de lo más suculentos en una entrevista para La Vanguardia. Dijo Castells: “Que la identidad , eso que tanto desprecian los autoproclamados “ciudadanos del mundo” (porque se lo pueden permitir) es el refugio comunitario que da sentido a quienes ya no confían en las instituciones. Ante el miedo a lo desconocido y a la pérdida de control sobre los mecanismos esenciales de la sociedad….se apela a la tribu. Y aunque la invocación parece siniestra, la feroz competición individualista donde impera la ley de la selva tiene como consecuencia el protector espacio de lo comunitario”. Y esto me ha traído recuerdos de unos cuantos buenos amigos míos que siempre me han criticado porque ellos “no tienen banderas” y porque según ellos “el independentismo es sólo una cortina de humo de la corrupción de los partidos catalanes”, sin querer darse cuenta de que, más bien al contrario, es un movimiento de base popular que arrastra a los partidos tras de sí.

De este modo tan sencillo, Castells no sólo explica el auge nacionalista, sino que lo justifica ante la cada vez mayor pérdida de control de los ciudadanos respecto a sus instituciones, manejadas y corrompidas por los mercados globales y la manipulación mediática. Y estamos aquí en lo que los antiglobalizadores hemos defendido durante años: que la mejor manera de defendernos de la avidez globalizadora es mediante la independencia frente a estos monstruos trituradores de diferencias. Que el precio a pagar es alto, resulta indudable; que  al menos de esta manera nos quedará intacta nuestra dignidad como ciudadanos, también. Es cuestión de escoger.

Sigue Castells con un aviso para navegantes: “ La soberanía cambia, pero la nación como comunidad cultural histórica y sentimiento colectivo, inductor de identidad y movilización, es más fuerte que nunca. Y precisamente como reacción a la globalización”. Y yo apostillo: A ver si os enteráis, unionistas homogeneizadores, que nosotros, los independentistas nos negamos a pasar por vuestro túrmix, que al final también os hará papilla a vosotros, infelices colaboracionistas.

No quiero hiperventilar, pero es que leyendo a Castells resulta casi imposible: “La democracia liberal ha colapsado porque ha perdido legitimidad en las mentes de los ciudadanos en todo el mundo. Y aunque hoy no hay alternativas…lo seguro es que las formas actuales de democracia se mantienen por inercia o por represión. Poca gente se las cree”.  Francamente sublime, y de ahí el subrayado. Sobran los comentarios, pero las palabras mágicas están ahí: colapso, pérdida de legitimidad, represión. A  alguien le suena?. A mi sí, porque es el discurso de mi gente, la de la ANC i de Òmnium.

Y a los que nos acusan de antieuropeístas – a quienes siempre hemos respondido que somos antieuropeístas de ésta Europa de cartón piedra centrada únicamente en el capital y en los mercados- Castells responde: “La Unión Europea fue el proyecto institucional más innovador de la historia. Pero se olvidaron de los ciudadanos, se olvidaron de la nación y se olvidaron de la democracia”. En definitiva, que se olvidaron de todo lo que era esencial en un régimen de libertades, presunto heredero de la revolución francesa. Al fin y al cabo, eso pone de manifiesto que los más europeístas del momento son quienes más colaboran a la pérdida de libertades ciudadanas. Dicho de otro modo: el fascismo no sólo se está apoderando del discurso democrático, sino además del discurso europeo. Acabáramos.

Concluyo con otra cita del doctor Castells, dirigida a los pusilánimes, cobardes y cambistas de la libertad, que son muchos y variados: “Las revoluciones políticas, violentas o pacíficas, son una constante de la historia porque corrigen los desfases que se producen en la práctica de las sociedades entre la evolución de la conciencia y la rigidez de las instituciones. Sin movimientos sociales y sin revoluciones políticas no existiría el cambio social. Y el cambio es ley de vida”.  Con ello, Castells viene a decirnos que la tensión entre un estado esclerotizado y una sociedad dinámica sólo puede resolverse desde fuera de las estructuras institucionales, y que cualquier intento para las reformas internas del sistema no es más que la confirmación del aforismo tan bien plasmado en El Gatopardo: que todo cambie para que todo siga igual. Léase Ciudadanos.

Concluyo hoy con una reflexión adicional a las muy interesantes aportaciones de Fernando Suárez y de Manuel Castells, ésta de mi propia cosecha. En esta semana de feria mundial de la telefonía móvil en Barcelona, y ante las amenazas continuas y las presiones para que el Mobile abandone su actual sede, quiero dejar patente el sentir de muchas personas que, como yo, empiezan a estar hartas de que toda la argumentación contra el catalanismo político se centre exclusivamente en lo económico, cuando lo verdaderamente grave es que nos están arrebatando nuestra dignidad como ciudadanos. Somos muchos ya los que consideramos que el dinero no es lo único importante, y que el silencio de los corderos estuvo tal vez justificado durante el desarrollismo de los años sesenta del pasado siglo, cuando casi todo el mundo prefirió el 600 a la libertad. Bien, fue la elección de nuestros padres después de haber sido aplastados por los mismos cuyos hijos hoy nos gobiernan; e incluso puede resultar comprensible teniendo en cuenta la enorme maquinaria militar y policial que arrasó media España en aquellos tiempos. Pero ahora aún estamos a tiempo de evitar que vuelva a suceder lo mismo otra vez.  Si posponemos nuestra reacción, serán nuestros hijos los que pagarán con creces nuestra cobardía. Porque no basta con querer cambiar las cosas, hay que posicionarse, arriesgarse y asumir sacrificios. La tibieza y la pusilanimidad son el terreno perfectamente abonado para las formas menos democráticas de gobierno. Así que, por mí, pueden quedarse el Mobile, pueden asfixiarnos económicamente, pueden tratarnos como a una colonia africana. Aún así, yo escojo mi dignidad, lo único que no pueden comprar ni someter.

martes, 20 de febrero de 2018

Conmigo o contra mí

Sí, a ti te digo, atiéndeme, lector equidistante, tibio y tal vez pusilánime. Ha llegado la hora de que reflexiones y que lo hagas urgentemente y considerando todos los factores en juego. Ha llegado el momento de que te des cuenta de que “esto” ya no va del proceso independentista, y ni siquiera va de repúblicas y monarquías. Y que nada tiene que ver lo poco o mucho que simpatices con nosotros, los catalanes.  

A ver, piensa un poco, y asume las consecuencias. Si eres de los que creen que el bien primordial de este país –de cualquier país-  más que el bienestar de sus ciudadanos, más que sus derechos fundamentales, más aún que su libertad personal, es la sagrada unidad de la patria, es que para ti la democracia no existe o es sólo un artificio instrumental para mantener un statu quo coyuntural de los poderosos, aunque la coyuntura dure quinientos años. Y entonces, también habrás de estar de acuerdo con las anexiones territoriales de los fuertes sobre los débiles, de las ocupaciones de territorios sine die y de la colonización abusiva de regiones por el bien de tu patria. Te habrá de parecer lógico y justo que los israelíes construyan asentamientos en tierra palestina, que los rusos arrasen el Donbass y que China se anexione el Tibet milenario. Todas ellas son razones de estado, convenientemente justificadas por el supremo interés nacional y la unidad de los territorios históricos de cada etnia, pueblo o nación. Pero entonces no presumas de demócrata, porque podrás decir que lo eres, pero será una mentira más entre tantas otras que utilizas para justificarte en voz alta. O lo que es mucho peor, para justificar a tus líderes, que necesitan tu voto para cubrir el expediente pseudodemocrático de cada cuatro años.

Sí, tú, que lees esto levantando una escéptica ceja y frunciendo la boca en un gesto de desaprobación, al parecer no entiendes que en este momento, lo de menos es la independencia de Cataluña, sino el tratamiento que se está dando a los catalanes  como pueblo. Todas las medidas que tu gobierno ha tomado son para crear un clima de terror bien calculado y documentado, para decirle a la ciudadanía que se ha equivocado en el voto de las elecciones del 21 de diciembre, y que esto no parará hasta que votemos correctamente, es decir, a quien tus líderes decidan que es conveniente para tu España. Cualquier otra opción será severamente castigada hasta que nos rindamos o nos liemos a tortas, que es lo que esperan con fruición en Madrid y en la caverna mediática, para justificar así una mayor represión, militar si se tercia.

A ti, que crees a pies juntillas todo lo que te explica una caverna que no pone los pies en Cataluña y habla de oídas de lo que aquí sucede, repitiendo consignas interesadas y repugnantemente falsas; sí, tú que tanto nos criticas y ni siquiera has estado aquí para verlo, tú que te crees todo lo que te dicen porque lo sabes de  un amigo de un cuñado de un sobrino de una prima tuya y por eso ya te convences de ser una voz autorizada para iniciar un pogromo anticatalán en la tasca de tu barrio, como hace siglos que se viene haciendo en la rancia España, primero contra los moros, luego contra los judíos y más tarde contra cualquiera que no acepte  pasar por el rodillo lingüístico-cultural de la vieja Castilla imperial; a ti te digo que no tienes ni idea de libertad, de respeto y de democracia. Y que todo ello te importa un rábano, igual que la corrupción, la desidia y el amiguismo del que se nutren los círculos de poder gubernamental.

Tú, que eres tan ingenuo como para creerte que los independentistas somos culpables de haber despertado el fascismo en España, sin que ni siquiera seas capaz de apreciar que precisamente por eso, porque el fascismo nunca ha estado muerto, es por lo que se ha despertado ahora con renovado vigor. El vientre de la bestia aún es fecundo, dijo Brecht hace muchas décadas, y ahora se está demostrando hasta qué punto es fértil y en qué medida sólo estaba hibernando en espera de mejores tiempos para medrar. Pues bien, a ti te digo que eres cómplice de ese fascismo nunca muerto, y también te digo que son muchísimos los ensayistas que advierten al mundo entero sobre como un “fascismo en nombre de la democracia” se está apropiando de forma sibilina e insidiosa del discurso político en todo Occidente. De un modo que en España es patente como en pocos sitios,  pues aquí los que más se proclaman demócratas son los que menos creen en la democracia (y lo demuestran con sus palabras, con sus actos y con sus gestos), los que se pronuncian como auténticos y confiables  son quienes más mienten; y los que se presentan como justos son quienes más prevarican descaradamente apoyados por el aparato “constitucional” del que tanto os llenáis la boca. Esa constitución “que nos dimos entre todos”, y que la mayoría de quienes estamos sufriéndola no la pudimos votar. Y ahora ni siquiera la podemos cambiar, porque es como el cánon bíblico para  los fundamentalistas cristianos, un ente intocable, inmutable y que según ellos contiene verdades indiscutibles, lo que les lleva a negar la edad de la tierra y la evolución de las especies. Igual que tú eres capaz de negar y silenciar la diversidad de opiniones en cuanto a lo que significa España para muchos de nosotros.

Como dijo en celebrada ocasión Dante Fachín frente a las puertas de la cárcel Modelo, lo que está en juego ahora es directamente la Libertad, así con mayúsculas, esa libertad que todos creímos en un momento histórico que habíamos recuperado de las garras del franquismo, y que a la postre se ha demostrado estar atada con largas cadenas a la mesa del general. Unas cadenas llamadas constitución y monarquía, ambas impuestas con una pistola depositada sobre la mesa de negociaciones, como ahora sabemos. Ambas garantes de un estado de cosas que facilita el mantenimiento de una plutocracia que ha fagocitado incluso a quienes siempre fueron considerados como el paradigma de una progresía hispana que ahora ha dejado a muchos en la estacada, huérfanos de proyecto, porque a Felipe y los suyos, de tanto sentarse a la mesa de los poderosos, se les ha puesto aspecto de banqueros o de capitostes del FMI.

Sí, hombre, atiende, date cuenta de que –parafraseando a Carlos Delgado- no sólo Rivera es un lagarto de V, sino que lo son todos aquéllos a quienes tanto respetas y adoras como adalides de la legalidad y la democracia. El autoritarismo es camaleónico y se ha modernizado, y ahora se presenta bajo apariencias joviales, desenfadadas, juveniles y reformadoras. Pero el discurso es el mismo de los años treinta del siglo pasado. La exclusión del diálogo, el arrollamiento del adversario, el uso de amenazas y coacciones, la descalificación sistemática, el insulto oficial y oficioso, el empleo abusivo de una maquinaria judicial sometida y asimétrica, la utilización partidista de las fuerzas de seguridad y la permisividad desvergonzada con los bestiales cachorros del fascismo, que van por ahí agrediendo a gente normal y corriente porque se siente catalana antes que española, son muestras de que estamos donde siempre hemos estado: en una España intolerante, incapaz de sumar diversidad más allá del folclorismo demagógico y cursi. Una España imperial, colonialista y ultranacionalista; mucho más nacionalista que cualquiera de los independentistas catalanes, que, a fin de cuentas, en muchos casos nos hemos visto obligados a tomar un partido que no deseábamos, impelidos por el maltrato continuado del que hemos sido objeto desde aquel lejano 2006. Un  maltrato que era, esencialmente, abono electoral para un partido tan podrido como el PP, al que habéis votado una y otra vez sin asomo de vergüenza ni arrepentimiento.

Te diré una cosa que espero que no te sorprenda: si mi padre me tratase la mitad de mal que me ha tratado tu gente, no le dirigiría la palabra en el resto de mi vida. Es más, ni siquiera asistiría a su entierro. O sea, que teniendo en cuenta que ni contigo ni con tus líderes me une ningún lazo de parentesco, ya puedes imaginar cómo me siento respecto a ti y toda la caterva de tibios, equidistantes y xenófobos con quienes tengo la grandísima suerte de no tratar cada día.  Y también te puedes imaginar lo que pienso de tu España, que bien os la podéis quedar si tanto os place, pero dejadnos a nosotros en paz. Pero luego no os quejéis el día que tanto españolismo uniformador se transforme en un gobierno de sangre y plomo; eso sí, siempre vestido con las más modernas apariencias democráticas.

En resumen, lector, ahora que parece que se acerca el momento de los puños, porque aquí son muchos los que ya no quieren aguantar más, ten presente que no hay equidistancia o tibieza posible: o estás conmigo o estás contra mí.  Estás con la libertad o estás con el yugo, es tu elección, para la que espero que seas totalmente libre. Pero cuando escojas -ya sabes a qué me refiero- será definitivo, sin vuelta atrás. Serás mi aliado o mi enemigo, pero tanto da, porque nunca más volveré a sentarme a la mesa de tu negra y cainita España.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Insolencia española

Cuando se cumplen dos años desde el fallecimiento de Muriel Casals, el independentismo se encuentra en una encrucijada que muchos medios han querido presentar como una batalla de egos, pero que en realidad, y para quienes lo vivimos y conocemos desde el interior, refleja dos actitudes bien diferentes ante la insolencia española al tratar a Cataluña y a los catalanes.

Para ambos bandos independentistas, resulta obvio que son los españoles quienes atizan el odio, pero nos acusan a nosotros de  delitos de odio inexistentes, mientras españolistas descerebrados van tranquilamente por las calles y las redes sociales amenazando no sólo con palabras sino también con armas a quienes -con pretensión ignominiosa- denominan como catalufos. También resulta obvio que esos mismos “espaletos” –acrónimo recién inventado por español y paleto, por si no lo habían adivinado-  son quienes han ejercido violencia verbal y física contra los catalanes, mientras los jueces nos acusan de rebelión (o sea, una insurrección armada) que sólo está en los ojos de Llarena y de quienes pagan su sueldo. Por descontado, los espaletos se dejan adoctrinar y manipular cada día en los medios afines al régimen, sin tener ni la más remota idea de lo que en realidad sucede en Cataluña, cosa que viene siendo así desde hace varios años. Se atreven a juzgar, con tanta insolencia como estupidez y desconocimiento, el adoctrinamiento y la manipulación de los medios catalanes, cuando es cruda realidad que ni siquiera se han molestado en verlos, y mucho menos en traducirlos para entender lo que se dice en ellos. Asisten así, impertérritos y alborozados, a las tergiversaciones como las que hace unos meses ofreció la basura de El País, que incluso ha sido sentenciado a tener que publicar una corrección en sus páginas sobre determinadas afirmaciones relativas a TV3. O la basura audiovisual de TVE, que mereció una reprobación pública (y notoria) de sus propios periodistas por el tendencioso descaro en la desinformación de la cadena española.

En resumen, que el odio, la violencia y la manipulación extrema la están poniendo Rajoy y los millones de espaletos que babean ante las idioteces emanadas desde Madrid. Precisamente por eso el independentismo está en una encrucijada fácil de explicar. Por una parte, están quienes consideran que hay que mantenerse firmes, investir a Carles Puigdemont porque es el legítimo presidente, y asumir que irá más gente a la cárcel y se seguirá aplicando el 155. Y luego, habrá que volver a la carga una y otra vez, hasta que ya no quede espacio en las cárceles para tanto preso político. De esta estrategia, muy dura para los que la sufran, se acabaría concluyendo a nivel internacional que no hay diferencias remarcables entre la Turquía de Erdogan y la España de Rajoy, incapaz de asumir que es necesario un diálogo con una gran parte de los catalanes. Un Rajoy que tuviera que encarcelar a unos cuantos centenares, si no miles, de catalanes, se encontraría ante un problema de dimensiones descomunales a la hora de justificar tanta represión para un anhelo bastante extendido por estos lares.

El otro sector del independentismo aboga por una solución más sosegada, que pase por poder constituir un Govern, anular la aplicación del artículo 155 y recuperar la autonomía perdida. Esa opción, que parece la sensata a primera vista, presenta unos inconvenientes nada velados. Por una parte, la recuperación de la autonomía sería totalmente controlada y tutelada permanentemente por el Estado español, que seguiría con su continua presión sobre Cataluña mediante el recurso sistemático a las suspensión constitucional de todas las leyes e iniciativas que no fueran de su agrado. Por otra parte, una vez cogido el gusto a la intervención económica, nada impediría que Madrid  controlara permanentemente las cuentas de la Generalitat.

Bastantes  analistas tienen claro que este segundo escenario sería el más probable, y que eso conduciría a una situación en la que Cataluña sería la menos autonómica de las regiones españolas, y que de hecho nos enfrentaríamos a un virreinato de tintes sumamente recentralizadores conveniente y folclóricamente maquillado para alivio de débiles, tránsfugas y equidistantes. Y para mayor alborozo de los ya tantas veces mencionados espaletos anticatalanes.

Por otra parte, alegan los tibios, incrementar la presión sobre Rajoy mediante el recurso sistemático a la investidura de Puigdemont le va a hacer mucho daño a la economía catalana y eso causaría malestar social y distanciamiento respecto a las tesis independentistas. Cierto, pero los de la línea dura responden que cualquier daño a la economía catalana se trasladaría de inmediato a la española (que también sufriría las consecuencias a todos los niveles), y que no se pueden conseguir objetivos sin efectuar sacrificios, a veces muy duros. Y en eso tienen razón. Incluso Rajoy lo ha comprendido de primeras, cuando está sacrificando su credibilidad democrática a marchas forzadas para mantener la unidad de una España en cuyas esquinas habitamos muchos que nos ciscamos en ella. Ya lo afirmaron sin ambages y sin atragantarse: antes fuera de la Unión Europea que reconocer la independencia de Cataluña, que es la versión moderna de aquella España antes roja que rota. Aunque no se puede negar que tal vez -pero sólo tal vez- el acatamiento sin ambages de los designios de Madrid permitiría la salida, siquiera temporal, de los presos de Estremera y de Soto del Real. Pero otros muchos opinan que la apisonadora mediática y judicial no acabará con simples genuflexiones a la Constitución, y que habrá que llegar al Tribunal de Estrasburgo para restituir la verdad y el honor de quienes se han jugado su futuro por todos nosotros.

Entre ambas posturas, aliñadas con diversas variantes y consideraciones, yo estoy más bien con la de la resistencia, aún a costa de sufrir durante mucho tiempo, y a riesgo de llenar cárceles con más políticos catalanes. Porque una España envalentonada por un triunfo, por  pírrico que resultara, conduciría a una sumisión perpetua  de la catalanidad a un concepto  de predominio español en todos los ámbitos. Sería un retroceso equiparable a los antiguos lindes que supuso la instauración borbónica en Cataluña. Y lo que es peor, un frenazo drástico a una futura consecución de la República, no sólo para Cataluña, sino para toda España. Está claro que en Madrid premiarían al Borbón con un blindaje  de la monarquía mayor que el que tiene en la actualidad, en pago por los sucios servicios prestados con un claro sesgo derechista y autoritario.

Parece evidente que el reforzamiento monárquico de España pondría en serias dificultades a los partidos prorrepublicanos, esencialmente de izquierdas, y sería una baza a favor del PP de cara a próximas elecciones. Por el contrario, hay quien opina que la línea de dureza autoritario-monárquica del PP se vería seriamente comprometida si hubiera de estar continuamente bregando con una ebullición independentista en Catalunya que no pusiera fin a las pretensiones de liberación catalanas. Preso tras preso, al final se haría evidente que no habría manera humana de contener este estallido con la mera represión ejercida por el aparato legal y judicial. Sería entonces la hora de la violencia física o bien del diálogo, y la elección entre ambas opciones correspondería en exclusiva a Rajoy, quien tendría que elegir entre presentarse al mundo como el Erdogan del suroeste europeo, o bien tratar de redimir su imagen como la de un político finalmente dialogante y abierto.

En todo caso, nuestros muertos, con Muriel Casals a la cabeza, se merecen que no abandonemos la lucha por miedo a la represión de Madrid, a los ultras, a los jueces y a la guardia civil. Creo que toca jugar fuerte porque lo peor que puede suceder es que perdamos, pero si cedemos a la tentación del seny, y confiamos blandamente en recuperar la autonomía perdida, mi convicción personal es que ya habremos perdido. Así que, puestos a asumir el riesgo de la derrota, mejor venderla cara que por un plato de lentejas. Y mejor que lo hagamos unidos y en masa, que divididos y traicionados por nuestros temores y egoísmos. Ante la insolencia española, opongamos una terca resistencia catalana.

jueves, 8 de febrero de 2018

Sacrificar a un catalán

Soraya SS atesora un cúmulo de cualidades que hacen de ella un importante capital político para su partido, entre las que destacan su escasa empatía y comprensión del adversario, su cargante  tono enfático y marisabidillo, su discurso dogmático y beligerante, su escasa aversión por la mentira y la manipulación, su capacidad de tragarse los sapos que sea necesario para mantenerse en la cúspide del poder, sus inexistentes remordimientos  y su carácter totalmente desinhibido cuando se trata de tratar al oponente como si fuera una plaga de cucarachas; cualidades que en resumen definen su conducta política como si fueran consecuencia directa de que  Dios hubiera bajado en persona a entregarle las tablas de la ley. Dicho de otro modo, SSS reúne en sí todos los rasgos que hacen de la mayoría de los políticos ávidos de poder unos psicópatas sociales de cuidado, según diversos análisis que no son míos, sino de prestigiosos sociólogos del orbe entero.

Por ello es comprensible que espete con toda naturalidad que “si tanto nos cuesta sacrificar a un catalán” como si de un pollo de granja se tratara. Parece ser que la señora SS no acierta a comprender que para muchos de nosotros –y gran parte de la comunidad jurídica internacional- el president Puigdemont sigue siendo el legítimo presidente de la Generalitat de Catalunya. No sólo legítimo, sino legal, porque la aplicación del 155 ha sido una cosa de la más estrambótica ilegalidad, pues el artículo de marras prevé la adopción de medidas necesarias para el cumplimiento de las obligaciones por parte de una comunidad autónoma “díscola”, pero de ahí a pretender que el 155 autoriza a cesar al gobierno en pleno y disolver el parlamento va un trecho muy largo. El mismo que va de aplicar la legalidad a cargarse la soberanía popular que eligió a los parlamentarios y a su gobierno.

Es eso que los norteamericanos llaman lawfare, es decir el uso retorcido e interesado de las leyes como armas de guerra y de destrucción masiva del oponente. Algo que ha inspirado muy bien a democracias tan imperfectas como la española, véase Turquía, a quien se le ha permitido hacer una purga política sin precedentes sobre unas bases tan endebles que escandalizarían incluso al más acérrimo enemigo de los derechos humanos del pasado siglo XX.

Y es que el siglo XXI nos está trayendo las nuevas estrategias de las élites autoritarias en tiempos de turbación generalizada. La infiltración en los medios y en los partidos políticos de formas insidiosas de miedo y de odio; la polarización social como forma de dominio popular y de ocultación de los verdaderos problemas, y el exterminio del enemigo político por la vía de diseñar, aprobar y ejecutar leyes que están muy lejos del espíritu humanitario con el que se concibió la democracia. Ya saben, aquello de liberté, egalité, fraternité, que ha sido sustituido por el fetichismo legalista de légalité, légalité et un plus de légalité hasta que la legalidad nos salga por todos los orificios corporales, se solidifique convenientemente cual hormigón armado  y nos deje clavados como estatuas, de tanto miedo que tengamos hasta de salir de casa, pues en el fondo de eso se trata, de acojonar al personal hasta límites que produzcan parálisis, porque ya se sabe, la sagrada unidad de la patria está por encima de cualquier otra consideración, incluso de las libertades elementales.

Se comprende así que Rafael “Erdogan” Catalá, nuestro nada sutil ministro de injusticia, afirme con rotundidad y sin sonrojo alguno que es una “demanda social” que no se pueda indultar a los responsables convictos de sedición y rebelión  respecto a un delito que no se ha cometido  desde 1981 y que todavía no ha sido sometido a juicio por lo que respecta a los independentistas catalanes . Eso sí, el émulo del gran turco ha seguido sin despeinarse ni un pelo, pues al parecer es inexistente  una demanda social similar para que los delitos de corrupción tampoco puedan ser indultados, ya que al gobierno se le ha quedado atascada en el overdrive la palanca del indulto de los corruptos y sinvergüenzas, a quienes concede el perdón anualmente en un volumen cifrado en centenares al año.  A eso le llamo yo una justicia equitativa e igualitaria.

También se comprende que las masas enormemente informadas en volumen de datos inútiles o directamente falsos -y al mismo tiempo escasamente alfabetizadas en cuanto a calidad informativa- que pueblan el estado español se traguen sin apenas esfuerzo la propaganda bélica anticatalana, en un clima hostil que han creado el gobierno y los medios afines a partes iguales, necesitados de oxígeno para tapar los problemas de corrupción y las guerras intestinas del españolismo cañí. Un oxígeno incendiario, que ha avivado como nunca la hoguera del discurso xenófobo –porque de xenofobia anticatalana se trata, si hablamos sin pelos en la lengua- y que ha permitido al ministro Catalá –maldita la gracia de su apellido- que deduzca el corolario de que las masas claman por el apaleamiento sin perdón de rebeldes y sediciosos, mientras miran al otro lado de la calle en los casos de corrupción.

Señora SSS, señor Ministro de Injusticia: Carles Puigdemont será siempre el legítimo presidente de la Generalitat de Cataluña para muchísimos catalanes, por muchos artículos 155 que apliquen inventando fórmulas retorcidas y por muchas amenazas mafiosas con que nos “adviertan”. El hecho de que no pueda ser investido como presidente en la próxima legislatura no quita un ápice de verdad a esta afirmación. Como también es cierto que ustedes son los grandes enemigos de la democracia real, cuando con gran desenvoltura y total desparpajo se disponen a estrechar los márgenes del estado de derecho para proteger exclusivamente el artículo 2 de su Constitución, pasando por delante del artículo 1 (que parece que nadie ha leído a estas alturas), que propugna como valores fundamentales la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, lo cual se plasma en el capítulo segundo del título primero, el de los derechos fundamentales y libertades públicas, ahora en vías de ser sacrificadas en el altar de la unidad nacional, pero con un trasfondo que va mucho más allá, como también iba en esa dirección la famosa Ley Mordaza.

La cuestión es que ustedes, señores de la mordaza, consideran que todos los medios son válidos para obtener sus fines presuntamente democráticos, pero en realidad lo único que hacen es encorsetar un statu quo que a estas alturas  ya ha demostrado a quien beneficia exclusivamente. Así que optan por el terror del oponente. Ahora somos los catalanes, mañana puede ser cualquiera. Como bien sabe el turco Erdogan, nada aglutina más a un pueblo desinformado que una buena campaña de intoxicación y la aplicación de  determinada legalidad como devastadora arma de combate contra el adversario. Y si se mete a diez o veinte mil presuntos enemigos del estado en la cárcel, mejor que mejor.  Las pruebas, la presunción de inocencia, la realidad y la justicia, son sólo molestos socavones en la autopista hacia el gobierno definitivo del gran corruptor corrompido. Socavones que se rellenan con la ignominia y la mentira y se apisonan con un sistema judicial abyecto y adicto al régimen.

Así que propongo a las señorías del gobierno que, antes de insultarnos pretendiendo que “sacrifiquemos a un catalán” como si de la matanza del cerdo se tratara,  tal vez se planteen la posibilidad de sacrificar a un gallego. O ya puestos, a una vallisoletana, pues en ambos casos hay motivos para la redención a través de la expiación de tantos pecados “democráticamente” cometidos.

viernes, 2 de febrero de 2018

Tender puentes?

En los últimos días, diversos politólogos han expresado la opinión de que es necesario tender puentes para reanudar el diálogo en Cataluña y recomponer unas relaciones muy desgastadas por los acontecimientos de los últimos meses. Especialmente, quiero destacar un artículo de Montserrat Nebrera en El Nacional, por la ponderación de la que hace gala  en su redactado, incidiendo por igual en los errores de uno y otro bando, y señalando (cito literalmente) que “desde la barricada se llama equidistancia a la empatía, la capacidad de distinguir el infinito juego de grises de los aciertos y errores de la vida humana, y al reconocimiento de nuestros pecados capitales, que no son patrimonio de un grupo, de una tribu o una nación”.

Bellas palabras y bellas ideas para un mundo ideal, al que tal vez todos deberíamos aspirar, pero la realidad no es así. Cuando se habla de tender puentes, quiero entender que las partes se comprometen a construirlos simultáneamente desde las dos orillas, pero me parece que los maestros de la equidistancia pretenden que los independentistas no sólo lo  construyamos nosotros solos, sino que además paguemos el coste íntegro de la estructura.

Y por ahí no podemos, ni queremos, ni vamos a pasar muchos de nosotros. Me niego totalmente a tender puentes con el unionismo si antes no veo un gesto claro y nítido de reconocimiento hacia los millones de catalanes que, hartos  de lo que podríamos llamar suavemente “un trato asimétrico” respecto a otros pueblos del estado español, hemos alentado algo que podrá ser inconstitucional, pero como dicen todos los juristas con dos dedos de frente y un billetero no pagado por el estado, lo inconstitucional no es nunca directamente delictivo en cualquier país decente del mundo. Y por tanto, aquí ya comienza la asimetría de la que hablaba antes, porque la respuesta del unionismo ha sido la de tratarnos a todos como delincuentes, en la calle, en los medios y en los debates políticos. Y por ahí no pasamos.

No voy a tender puentes con quienes se han dedicado a negar la mayor, y han opinado ciegamente ante los sucesos del 1 de octubre, donde no hubo violencia popular, donde no hubo más resistencia que la pasiva, y donde las hostias sólo las dieron unos y la sangre y los moretones los pusimos  los otros. Y ahora eso lo saben hasta en las Naciones Unidas, donde van a empezar un proceso que el estado español ninguneará pero que dejará las cosas claras para el mundo entero.

No voy a abrazar a los conciudadanos que se autodenominan catalanes, pero no han dedicado jamás el más mínimo esfuerzo a aprender catalán ni a entender la cultura catalana -a eso que llaman integrarse-, aún cuando llevan casi toda su vida aquí.  Porque claro, como los catalanes sí sabemos español, no hace falta ni la más mínima cortesía para comunicarnos. Porque en el fondo, siempre se ha tratado de una imposición que los catalanes de verdad hemos llevado con estoicismo hasta que se nos han hinchado las narices de tanta cortesía  y urbanidad unidireccional.

No voy a reconciliarme con quienes votan al partido más corrupto de Europa y con más dirigentes procesados. A quienes votan al partido en el que nadie dimite. A quienes votan al partido de un presidente del gobierno del que hasta los suyos se rechiflan con  el “Emepuntorajoy” de los papeles de Bárcenas. A quienes votan como imbéciles al partido que se envuelve en la “sagrada unidad de España” para ocultar todas las vergüenzas –que son muchas- que tienen ellos como formación política, como gobierno y como representación de un estado apestoso y cañí del que muchos catalanes renegamos con razón.

No voy a estrechar la mano de quienes  me insultan autodenominándose “catalanes” y hacen todo lo posible para fastidiar a su presunta tierra y a su presunta gente catalana, porque la asfixia económica y política en la que vivimos les parece lo adecuado tanto a ellos como a los partidos políticos a los que votan. A un PSOE que traicionó descaradamente el Estatut del 2006. A un PP que impugnó en el Constitucional lo que previamente se había aprobado en el Parlament de Catalunya y en el Congreso y el Senado. A unos gobiernos que desoyeron el resultado del referéndum que aprobó el Estatut porque les convenía electoralmente en el resto de la península, usando a los catalanes como moneda de cambio.

No voy a perdonar a quienes dan su apoyo a fuerzas de  seguridad cuyos mandos afirman, tranquilamente, que “el 1 de octubre, la legalidad estaba por encima de la convivencia” para justificar su brutalidad represiva. Ni a quienes atienden a las afirmaciones escandalosas del  oficial de la Guardia Civil al mando del operativo respecto de que “ la prohibición de las pelotas de goma por el Parlament de Catalunya no les afecta a ellos”. Como si la puñetera Guardia Civil estuviera por encima del bien y del mal, y a ella no se aplicara la legalidad autonómica porque son quienes son, herederos directos del franquismo imperial. Como si el fetichismo legalista en el que viven -la expresión no es mía, sino de un relator de las Naciones Unidas- fuera la mejor medicina para fortalecer "su" democracia de estar por casa.

No olvidaré nunca a la gentuza del “a por ellos”, como si nosotros fuéramos animales  a los que se puede acorralar y vapulear, y los españoles fueran humanoides prehistóricos y garrulos armados con garrotas. Bien pensado, en definitiva lo son, porque a fin de cuentas, el español medio suele ser un fanático de la violencia en todas sus expresiones, que es la forma que tiene de manifestar su  odio por las  humillaciones sufridas a lo largo de los últimos siglos a manos de  mil potencias extranjeras. No es afirmación mía, sino de prestigiosos intelectuales: el españolito de a pie  es admirador de la fuerza y detesta el diálogo, que para él es mariconada que denota debilidad. Pues bien, con esos catañoles no voy a tender puentes, de ninguna manera.

Ni tampoco acercaré posiciones con quienes se dedican, al más puro estilo mafioso, a amenazar a los diputados electos, y de rebote a todo un pueblo que los ha votado, a sabiendas de que la Unión Europea no es capaz de otra cosa que mirar al otro lado por intereses geoestratégicos, y que permitirán una y mil veces que nos aticen por aquello de evitar el contagio a otras regiones del continente. De mafiosos los ha tachado ya gran parte de la poca prensa independiente mundial, y muchos politólogos expertos. Y yo, a los mafiosos y a sus secuaces no les doy la paz ni en misa.

No voy a permitir que quienes me han insultado de todas las maneras posibles, me han negado el saludo, y me han denostado por llevar un lazo amarillo, y ridiculizado por exigir la libertad de los rehenes políticos (pues así los definen muchos analistas internacionales, como rehenes del estado español) me digan ahora que pelillos a la mar y a ver si estrechamos las manos y recomponemos la convivencia que ellos rompieron, al permitir que el neofranquismo se apoderara en la calle y en los medios del discurso “constitucionalista” (qué risa y que vergüenza), como ya lo había hecho antes en las instituciones, y especialmente en una judicatura tremendamente politizada en cuyas manos dios nos libre de caer, por nimio que sea el motivo.

No. No tenderé puentes con quienes  les ha faltado tiempo para envolverse en la banderita rojigualda y salir a la calle contra la independencia de Cataluña, cuando jamás movieron un dedo  en el momento que tocaba. Cuando no salieron a la calle el 15M. Cuando ni pestañearon ante los recortes de todo tipo efectuados por las élites gobernantes. Cuando no se inmutaron cuando la sanidad y la educación pública se vinieron abajo por falta de financiación. Cuando les dio igual que el estado del bienestar se fuera al garete mientras ellos todavía pudieran mantenerse a flote a costa del sufrimiento de millones de conciudadanos. A todos esos que, siguiendo la consigna del gobierno, les parece más importante la unidad de la patria que el bienestar del pueblo.  A todos esos que siguen votando corrupción año tras año, legislatura tras legislatura.

En resumen, que los puentes los tiendan ellos, señora Nebrera, que los del margen izquierdo del Ebro  que somos y nos sentimos catalanes no vamos a hacerlo. Y por cierto, una acotación, eso de sentirse catalán y español está muy bien como quiebro ideológico-semántico, pero ahora ya carece de todo significado para muchos de nosotros. En Cataluña, en estos momentos, o eres español o eres catalán, con toda la carga que conlleva para unos y otros. La presunta equidistancia del bicéfalo catalán-español es un mero disfraz para la tibieza de unos o para el parafascismo de otros en un estado autoritario que ya ha sido calificado de “democracia imperfecta” en medios internacionales. Vamos, lo que muchos catalanes ya sabíamos desde hace siglos.